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El pensamiento y el ser conservadores
U

no no elige dónde nace, ni qué fortuna o infortunio le depare su origen. Por experiencias familiares y sociales, conozco el pensamiento y el ser conservadores. Si bien no pueden acomodarse en el mismo saco interpretativo, comparten una ideología común, lógicamente conservadora e inevitablemente de derecha. Desde luego, no entienden, pero sí repudian las nuevas realidades que vive México.

Abarca gente pobre, de conciencia oprimida ( dixit Paulo Freire), víctima de roles familiares, religiosos, escolares o sociales que cree en los valores impuestos por la ideología dominante. Clases medias de distinto origen y nivel económico o cultural, ya sean de abolengo o de nuevos ricos, incluyendo también sectores depauperados, en riesgo de perder su sitial. Pequeños o medianos empresarios con ciertos réditos económicos, creyentes en el valor supremo del esfuerzo.

En la cúspide, grandes y muy grandes empresarios, de postín todos, unos pocos del clan Forbes, bien organizados, enajenados con sus privilegios y fortunas, muchas de ellas fraguadas al amparo de la corrupción y el tráfico de influencias.

Unos y otros consideran ejemplar su esfuerzo, valores y formas de entender la vida, a los que generalizan y atribuyen cualidades universales. Metidos en la burbuja de sus privilegios (o sus deseos), México es lo que ellos son y cualquier sospecha de afectarlos es ir contra el país, como si éste y su historia se condensaran en el aire caliente de su burbuja.

Literalmente adoran el dinero. Se regodean en el consumo, les gusta y se someten a las mieles de la buena vida material y a las mil presentaciones del oropel. Para ellos la necesidad del dinero no se agota en proveer una vida digna; se necesitan sobrantes para acceder a los privilegios. La marginación y pobreza de la mayoría no es su asunto. En todo caso, se debe a su discapacidad intelectual, o bien a que son flojos o irresponsables por naturaleza.

Atenazados por el individualismo, consideran que cada quien es libre para tejer su destino, bajo la fábula de querer es poder. Aferrarse a lo propio es parte de un derecho casi sagrado. No cabe en su pensamiento ni en su vida el valor de la realización individual como fruto del bienestar colectivo.

Los conservadores son racistas y clasistas. La existencia de los pobres les estorba, por eso los niegan con la for-ma del desprecio. Los pobres no son dignos de lo que ellos han logrado y presumen ser. En todo caso, para salir del atraso deben imitarlos, pues ellos disponen la esencia del deber ser.

Bastantes conservadores salvan su conciencia con una religiosidad basada en formalismos. Se pregonan orgullosamente cristianos, mientras niegan en su vida los principios esenciales del verdadero cristianismo. La imitación de Jesucristo es sólo simbólica, adaptativa; lograron erradicarla como guía de conducta y de fe.

Es común que los conservadores confundan la caridad con la justicia. Piensan que en la realidad social es inevitable que haya pobres y ricos, muy pobres y muy ricos, reservando para los pobres el alma buena de la caridad, con su envoltura festiva o filantrópica. Una imagen elocuente de esa visión es el famoso Teletón.

Buena parte de los conservadores es ignorante, a pesar de haber estudiado en escuelas confesionales y universidades privadas de relumbrón. Suelen hablar con vehemencia de lo que desconocen. Se guían por su espíritu clasista y son muy receptivos a la capacidad distorsionadora del escaparate capitalista.

La desinformación de lo que en realidad sucede, mezclada con prejuicios y hasta supersticiones, sirve de acicate a su presunción de que la izquierda es el reino del terror rojo, del comunismo que espera agazapado el momento de trastocar sus vidas construidas con tanto esfuerzo.

Así las cosas, o algo semejante, es lógico que detesten, con visos de odio y afán de revancha, a López Obrador, al movimiento que lo respalda y al programa de transformaciones democráticas que se lleva adelante en México. Culpables de un imaginario drama nacional.

Tienen miedo de todo aquello que,real o aparentemente, disminuya sus privilegios. Dominados por prejuicios, se les escurre entre las neuronas la estabilidad emocional. Desconcertados, andan en marcha conspirativa, mostrando a cada paso la degradación moral de que son capaces. Evidencia de ello es el espectáculo cotidiano de calumnias y mentiras en los medios de comunicación convencionales y la compra masiva de noticias falsas en las redes sociales. Todo ello, perversamente vestido como libertad de expresión.

Les aterra que se hayan limitado los medios de reproducción del capitalismo neoliberal, al que creían inalterable. No cabe en su pensamiento ni en su ser que ahora las prioridades sean otras, entre ellas combatir la corrupción y recuperar la dignidad agraviada de los pobres, las sombras que dejaron de serlo.

¿Podrán cambiar, ser receptivos, moldear sus convicciones? No. Son y serán un activo opositor a la edificación de un México regenerado. No pretenden cambiar. Los intereses y los prejuicios dominan su panorama vital. En todo caso, si llegan a cambiar sería porque la 4T arríe banderas y se someta a las negociaciones sin principios. Ello lo asumirían como una victoria y, ciertamente, es una posibilidad que no puede descartarse, acariciada no sólo por la derecha, sino por los caballos de Troya que cabalgan, anhelantes, dentro del movimiento encabezado por Andrés Manuel.

* Ex presidente de Morena (en el entonces Distrito Federal)