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Tabasco, nuevamente inundado
E

n abril de 2019, la falta de lluvia calificó a ocho de los 17 municipios de Tabasco de sequía extrema: Centla, Centro, Cunduacán, Jalapa, Jonuta, Macuspana, Paraíso y Tenosique. Sólo 7 por ciento de su territorio no la tuvo, lo que conllevó pérdidas en el agro y restricciones en el uso del agua por su escasez. Este 2020 los muy afectados por la sequía fueron Yucatán, Quintana Roo y Campeche. Pero llegaron los frentes fríos, la tormenta tropical Gamma y el huracán Delta.

No existe aún una evaluación de los da­ños que dejó este último en la Península de Yucatán, los estados del Golfo de México y Chiapas, pero las intensas lluvias afectaron muchas poblaciones y servicios. En Tabasco a 600 mil personas (la cuarta parte de sus habitantes) con daños severos en la economía y la infraestructura pública y privada.

Desde hace tiempo en dicha entidad la naturaleza descarga todo su poder vía huracanes. Y muy buena parte de los daños que causan se deben a cómo el ser humano trata al ambiente. Del camino hacia las tragedias dio cuenta en 1982 Alejandro Toledo Ocampo en su clásico Cómo destruir el paraíso. Lo publicó la Editorial Océano y el Centro de Ecodesarrollo. Allí describe las causas del desastre ecológico del sureste: tala de selvas milenarias para fincar una ganadería extensiva; obras públicas mal concebidas y realizadas; eliminación de estuarios; sobrexplotación de recursos pesqueros y de yacimientos minerales, como el petróleo y el azufre.

Tabasco nuevamente está inundado. El drenaje de Villahermosa no pudo absorber toda el agua de las lluvias. Y eso pese a obras para encauzarla hacia el mar. Como la compuerta del Macayo, sobre el río Mezcalapa, que desvía parte del cauce en las grandes avenidas hacia el Samaria. También se abrieron cinco cauces de alivio sobre el río Grijalva a fin de evitar inundaciones en esa ciudad. Fueron inútiles y afectaron a Cunduacán, Nacajuca y Jalpa de Méndez.

Se trata de soluciones parciales, pues se requiere, entre otras cosas, dotar a Villahermosa de un drenaje adecuado, lo que exige inversiones cuantiosas imposibles ahora con la baja del petróleo y la pandemia. No está de más recordar que en varias ocasiones anuncié aquí las tragedias que asolarían Tabasco por obras públicas mal ejecutadas, especulación de terrenos para crear colonias y centros comerciales de lujo en áreas frágiles por ser los cauces naturales del agua.

Así ocurrió con la peor de los últimos 70 años, en octubre-noviembre de 2007. Afectó a más de un millón de personas; miles de familias quedaron aisladas en sus viviendas con graves dificultades para obtener fármacos, agua potable y alimentos. En un mensaje a la nación, el presidente Felipe Calderón prometió actuar para evitar otra tragedia. Mintió. Gobernaba la entidad Andrés Granier, modelo de corrupción.

Sumemos otro factor: el manejo de las hidroeléctricas, como Peñitas. El presidente López Obrador visitará pronto Tabasco para tomar medidas a fin de que nunca más se vuelva a inundar. Sostiene que ello no sólo se debe a las lluvias, si no al mal manejo de las presas, pues no generan energía para no hacerle competencia a las particulares. Así se llenan las presas de agua y cuando hay huracanes las tienen que desaguar y viene la inundación.

En Tabasco y Veracruz surgió hace 3 mil años la civilización olmeca, una de las mayores de Mesoamérica. De ella persisten objetos y construcciones misteriosas, un acopio de monumentales esculturas talladas en roca traída de lejos, los asbestos de edificios desfigurados y raídos por los siglos. Muy poco se sabe de los hombres que la crearon y cuya herencia material la admiran ahora en París gracias a una magna exposición.

Pero sí sabemos que supieron adaptarse y aprovechar los bienes que le brindaba la naturaleza, conviviendo con ella. Supieron que Tabasco era el reino del agua y el verde de las selvas con sus prodigiosos frutos. Como cantó el poeta Carlos Pellicer más agua que tierra. Un lugar donde la tierra vive a merced del agua que sube y baja.

Pero un falso concepto de desarrollo y modernidad, destruyó la herencia ecológica de los olmecas. Igual la de quienes poblaron el valle de México y manejaron sabiamente el agua. Llegaron los españoles y la vieron como plaga. Hoy los habitantes de la otrora región más transparente del aire, o los del sureste, sufrimos la consecuencias. Y muy especialmente, como es habitual, los más pobres.