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Donald Trump y la máscara del coronavirus
D

onald Trump se ha quitado el cubrebocas necesario en el contexto de la pandemia y se ha puesto directamente la máscara del coronavirus.

¿Esperando qué? Probablemente una ola de lástima que lo exima de todas sus desaciertos anteriores. Pero, ¿ocurrirá tal cosa? Lo dudo mucho, porque tendría que estar enfrentado a un público, a un pueblo tan… como él mismo, y esto lo dudo mucho, ya que el presidente debe ser visto, ahora, por una mayoría de ciudadanos de su país, más como un victimario que como una víctima, más como un mal chiste de su política que como un héroe.

Hasta ese punto el presidente del país más fuerte del mundo se debe haber equivocado en estas primeras acciones de su nueva campaña electoral. Me temo que ahora lo deben ver casi como un clochard pretencioso que con el traje rasgado y arrugado mantiene sus ínfulas de señor-dueño, y se ve a sí mismo, otra vez, en la Oficina Oval de la Casa Blanca dando órdenes a los lambiscones de todo mundo, pensando que en verdad es brillante y que en un santiamén resuelve los problemas de la gente. Ha jugado su carta más arriesgada, probablemente sin éxito. Debe haber visto en alguna publicación el repertorio de las máscaras griegas, y eligió una de las más grotescas, que probablemente ilustraban alguna de las comedias de Aristófanes, que no siempre supo resolver positivamente los líos en que metió a sus personajes.

¿Lo hará Donald Trump con su nuevo disfraz, con su nuevo personaje? Lo dudo mucho, porque los personajes de Aristófanes en general eran muy agudos y capaces de salir de los peores enredos. Que no parece ser el caso del magnate republicano, al contrario, que no parece tener buena solución en los momentos humorísticos que vive y que más bien parecen cerrársele al cuello amenazadoramente.

Su acto circense no anunciaría un final feliz, sino que apenas repetiría esos momentos, como el año pasado, en que un pueblo como el de Estados Unidos prefirió a un racista consumado, que no sólo por eso se aproxima al fascismo, sino por su opinión sobre infinidad de los grupos étnicos y culturales que hoy componen al gran pueblo estadunidense, en que muchas veces prevalece el racismo y la idea de la supremacía blanca y sajona al lado de un desprecio claro por los pueblos hispanos y euroasiáticos.

Permítanme creer que después de tantas luchas y tragedias (los dos Kennedy, Martin Luther King, la Segunda Guerra Mundial) el gran pueblo de Estados Unidos ha llegado a un punto en que el racismo y el odio deben estar diluidos o muy diluidos como ingredientes del melting pot. Ante tanta perspectiva humana combinada no se concibe fácilmente que se elija a un racista y a un ignorante de la talla de Trump. Las sociedades mismas, más que las universidades, son el mejor medio de aprendizaje, para los integrantes de esa sociedad. Son su mejor medio de ilustración y saber.

Ya veremos, pero adelanto optimistamente que Joe Biden, el candidato demócrata, no obstante sus debilidades en el contacto con la gente, seguramente muy inferiores a las capacidades en este sentido que tuvieron Barack Obama o Hillary Clinton, con un contrincante como Donald Trump, tiene todas, o mil y una oportunidades para ganar la próxima elección en Estados Unidos.

No resultará fácil, porque en situaciones electorales difíciles la voz de la demagogia se deja escuchar en su peor versión. Pero deseamos pensar muy firmemente que, al final de cuentas, se impondrá la voz más razonable, que es la de Biden, para bien de EU, de México y el mundo.