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Polarizados por diseño
E

star en desacuerdo es parte fundamental de la democracia. Así, las visiones homogéneas y los pensamientos únicos son propios de dictaduras y teocracias. Sin embargo, la democracia también es el instrumento para acercar posiciones y encontrar una agenda común. Es sano coincidir en los objetivos a lograr y disentir en los cómos para alcanzarlos. Es democrático que haya diferentes puntos de vista y se enriquezca así la vida pública. Así, lo que hoy empieza a ser preocupante, por sistemático y global, es el grado de polarización social en las democracias modernas.

¿Los ciudadanos se volvieron de pronto más radicales?, ¿las posiciones se volvieron irreconciliables? La respuesta es sí y una poderosa razón de ello está en los dispositivos móviles electrónicos que todos usamos compulsivamente a diario: las redes sociales han contribuido de forma determinante a la polarización y a eliminar el centro político. La gran pregunta es cómo y para qué.

Ellas crean un perfil detallado del usuario: edad, sexo, ocupación, hábitos, intereses, compras en línea, visitas a sitios web, contenidos y un larguísimo etcétera que constituyen una radiografía perfecta de lo que somos en lo individual. A partir de esto, las redes ofrecen a los anunciantes la posibilidad de que su publicidad llegue a los nichos de mercado que les interesan. Hasta ahí, sólo hablamos de la sofisticación e hipersegmentación de la publicidad. El dilema viene cuando las redes determinan qué contenidos, en función del perfil del usuario, es más posible que consuma y comparta. Por ejemplo, en Estados Unidos, un comunicado de la Asociación Nacional del Rifle o de una organización de tinte religioso será desplegado en perfiles conservadores, republicanos, blancos o del medio oeste, no en la pantalla del teléfono de un migrante en California.

Bajo esta lógica, las redes han contribuido al mayor sesgo informativo del que tengamos registro: las personas sólo acceden a la información con que coinciden, se rodean de quienes piensan igual y confirma cada uno de sus prejuicios con cada nuevo contenido. Así, el votante de Trump recibe noticias de la recuperación económica, los errores de Biden en el debate y la amenaza de la caravana migrante y los cárteles de la droga en México.

En contraste, un afroestadunidense joven de alguna populosa ciudad será bombardeado por videos de brutalidad policiaca, artículos relacionados con el racismo en el plano laboral y la desigualdad económica entre minorías. La intención de las redes es generar emociones y reacciones. De ahí que las fórmulas tecnológicas con que están diseñadas preseleccionan la información que consideran y tienen más posibilidades de ser de interés para un usuario específico.

Estas fórmulas matemáticas y estrategias de comunicación están minando la democracia. Donde había disenso ahora hay ruptura. Donde había puntos de vista diferentes ahora existen posturas irreconciliables. Donde había discrepancia hoy se da odio. Las sociedades se han aglutinado en los extremos y darle cabida al argumento del otro parece un acto de claudicación, más que un rasgo democrático. El encono lleva consigo rabia y frustración: hay quienes creen que el polo opuesto es lo único que los separa de la tierra prometida y viceversa. No hay adversarios, hay enemigos.

La democracia vive este asedio global porque las redes sociales, imaginadas como un instrumento para la interacción y el esparcimiento, aprendieron demasiado de sus usuarios y comercializaron esa información de tal manera, que el verdadero producto es el cambio de comportamiento y la capacidad de incidir en la vida de las personas. Así lo reconocen ex directivos de Google, Instagram, Twitter y Facebook, entrevistados en el gran documental El dilema de las redes sociales, de reciente lanzamiento.

Las sociedades parecen haberse hartado del reformismo democrático y la lentitud de los cambios. En esa ruta, las redes han acelerado ese fastidio, al grado de poner en riesgo la viabilidad democrática de países con histórica solidez institucional. El caso del Brexit en el Reino Unido es ejemplo de ello. La distancia entre republicanos y demócratas, acusándose de fascistas y comunistas mutuamente, en la presente elección presidencial en Estados Unidos, también. Las redes sociales unieron a desconocidos y alejaron a las sociedades del centro político. Alimentar una visión sin contraste, sin duda razonable, ha llevado incluso al surgimiento de grupos inverosímiles, entre los que se encuentran los que sostienen, como hace mil años, que la Tierra es plana. Los usuarios están llenando su mundo de profecías autocumplidas, el sesgo de origen, la polarización por diseño, son combustible de movimientos radicales, regionalismos y liderazgos extremistas. La mayor amenaza a la democracia moderna a nivel global, a un clic de distancia.