Opinión
Ver día anteriorDomingo 11 de octubre de 2020Ver día siguienteEdiciones anteriores
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No sólo de pan...

De inteligencia y humildad

E

l comité del Nobel reconoció que el hambre en el mundo es una de las principales causas de los conflictos y muchas personas están muriendo de hambre, dijo David Beasley, director ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos (PMA) de la Organización de Naciones Unidas, al comentar, desde Níger, África, el otorgamiento del Nobel de la Paz a dicho programa. En 2019, una persona de cada 11, en total 690 millones en el mundo, sufre hambre crónica –añadió– y renovó un llamado a la comunidad internacional para que se aporte más apoyo financiero (La Jornada, 10/10/20). El hambre, ¿causa de conflictos? O ¿resultado de éstos? ¿Paliar el hambre con dinero, limosnas de las buenas conciencias? Y, ¿por qué no combatirla de raíz, devolviendo a los productores de alimentos el control sobre sus medios de producción (puesto que los saberes todavía los tienen muchas generaciones no desculturalizadas). ¿Por qué no devolver la tierra y agua históricamente confiscadas y, en vez de imponer abusivos precios a semillas manipuladas que sustituyen a la fuerza las heredadas, y en vez de obligarlos a obedecer las leyes del mercado neoliberal en los procesos productivos, atorando no sólo la justa distribución de sus frutos, sino borrando los saberes tradicionales, cesan, las autoridades de todo el mundo, de imponer tecnologías y químicos con que la ciencia colonial sustituyó la normalidad de Natura?

La pandemia que sufre la humanidad desde hace meses tiene una tasa de letalidad ajena a la cuestión puramente patológica en humanos. Ciertamente, la discusión está en el aire, pero al fin se incluyó el tema de la mala alimentación y, en México, triunfó la política de la información confiando en el criterio individual para escoger lo que se come. Sin embargo, esta medida concierne a sectores aún minoritarios, falta incluir a quienes padecen carencia total de alimentos, el hambre que degrada en un mundo donde existe una superabundancia de éstos. Falta asomarse a las prácticas deleznables asociadas al hambre, como es el tráfico de alimentos que se maquillan de cera, grasa u otros químicos para obtener un artificial aspecto de frescura, que se maduran mediante gases y que finalmente se convierten en toneladas de las llamadas mermas, ofensivamente destruidas para que los hambrientos no vayan a hurgar y tratar de vender algo de comida en desleal competencia…

Si la industria de los alimentos, que incluye la especulación en la Bolsa de los básicos cereales, lácteos y cárnicos, más otros factores que determinan la desigual distribución de los alimentos y del agua potable, construyendo los capitales más ofensivos entre todos, incluidos los forjados con la producción de armas, narcóticos y tráfico de personas, puesto que la alimentación es simplemente el derecho a la vida de cada ser que nace, ¿no va siendo tiempo de que se geste la revolución del siglo XXI? ¿La revolución de la alimentación con iniciativas de producción colectiva y desafío a las leyes del mercado, cooperativas de producción-distribución-consumo, horizontales y sin horizontes, multiétnicas y multinacionales, opuestas a la agroindustria basada en químicos?

No al empobrecimiento del cuerpo y de su funcionamiento normal y no al enrarecimiento de la cultura en general y en particular de la organoléptica o, para mejor entendimiento, la cultura sensual.