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Caravana trunca
A

mediados de septiembre empezó a aparecer en redes sociales un anuncio simple y escueto que decía: CARAVANA. Salida Central Metropolitana, sps. Hora de salida 4 am. 1ro de Octubre de 2020. Y como fondo una foto de la caravana de 2018 con la bandera hondureña.

Ese anuncio fue capaz de movilizar a más de 3 mil personas que dejaron sus casas, familias y pertenencias para empezar a caminar hacia Estados Unidos en plena pandemia, cuando ya se anuncia el frío del otoño y en plena campaña electoral en Estados Unidos.

Todos los pronósticos de éxito eran desfavorables, incluso para Bartolo Fuentes, ex diputado de oposición hondureño, que en cierto modo provocó, promovió y defendió la gran caravana de 2018.

Uno se pregunta por qué todas las caravanas surgen en Honduras y no en Guatemala o El Salvador, aunque en el camino se sumen algunos migrantes de estos países. Cuáles son las condiciones prevalecientes en Honduras que la diferencian de otros. Ciertamente hay un malestar social y político que lleva al cansancio y al hartazgo.

En Nicaragua sucede lo mismo, pero la gran emigración de más de 70 mil personas a Costa Rica, en 2018, se dio después de la lucha en las calles y la brutal represión.

Pareciera que en Honduras, a diferencia de sus vecinos, prevalecen condiciones sociopolíticas de los años 70, de una aristocracia gobernante de familias acaudaladas apoyada por el ejército y con sustento y control irrestricto de Estados Unidos. Y, por el otro lado, un pueblo sometido y cansado que prefiere la huida y el sacrificio a la protesta callejera, que tampoco soluciona nada.

Corren dos versiones sobre los motivos y fuerzas que operan detrás de la caravana. López Obrador afirmó que se trataba de influir en las elecciones presidenciales de Estados Unidos. ¿Quién? El timing era perfecto para que Trump aprovechara y volviera a meter el tema de la amenaza migratoria en la campaña. Pero en Guatemala se comenta la versión contraria, que la caravana fue inducida por los intereses de Estados Unidos para poner en evidencia que su política era correcta y daba resultados. También se especula sobre diferentes activistas y agrupaciones que la fomentan. En resumen, y en cualquier circunstancia, los migrantes son simplemente manipulados.

El balance es claro, como la pirinola: todos ganan. Ganó Trump porque su política fronteriza ha dado resultado; ganaron Guatemala y su presidente por una muy posible reanudación de la ayuda económica por parte de Estados Unidos; ganó México porque, en esta ocasión, no tuvo que ensuciarse las manos, y ganó Honduras porque la caravana operó como válvula de escape a sus graves problemas económicos, políticos y sociales.

Los que perdieron, como suele suceder, fueron los migrantes y sus familias, que gastaron sus pocos ahorros, energías y esperanzas en una aventura inútil y desesperada.

También perdieron algunos medios nacionales e internacionales, que esperaban con ansias un tumulto en el puente del Río Suchiate y la escenificación, en tiempo real, del mantra mexicano estelarizado por el comisionado Francisco Garduño: que por una parte afirmaba No pasarán y, por otra, que México promueve una migración segura, ordenada y regular, con pleno respeto a los derechos humanos, con dos mil elementos para custodiar la frontera y la amenaza de 10 años de cárcel según el código chiapaneco.

Entre tanto, en Guatemala, grupos de élite del ejército cercaban a los migrantes y los obligaban a retornar a su país de origen. El presidente Alejandro Giammattei, desde su lecho convaleciente por Covid-19, dio la orden directamente al ejército de detener la caravana y forzar el retorno. El argumento utilizado fue la pandemia, pero la razón subyacente es el acuerdo, convenio o arreglo de Tercer país seguro firmado por Jimmy Morales. Un acuerdo que no ha sido oficial ni cuenta con la autorización de la Corte de Constitucionali-dad de Guatemala y cuyo contenido no se conoce a plenitud.

La medida rompió formalmente con el convenio multilateral de libre circulación CA4 y, curiosamente, Honduras, cuyos ciudadanos fueron afectados, no ha reclamado sobre el particular.

Tampoco hubo tuits al respecto, por parte de Mr. Trump, pero México y Guatemala tenían listos los dispositivos que iban a aplicar y las justificaciones sanitarias para detener a la caravana. En ese sentido, no parece haber habido una coordinación estratégica entre ambos países. Si se sabía que Guatemala iba a actuar de esta manera, no tenía sentido desplegar en México a cientos de funcionarios, guardias nacionales y ejército en la frontera sur.

Quizá esta sea la última caravana migrante. Pero volverá el incesante transitar de migrantes clandestinos, de los desesperados del planeta que buscan refugio, de los niños y jóvenes que buscan el reencuentro con sus padres y de los que huyen de la violencia. A esto se suma el persistente accionar de las mafias de traficantes y tratantes.

De todo eso se encargarán México y la Guardia Nacional. No se pronostican cambios a la política de control, deportación y sumisión a las amenazas del vecino.