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Morena: comicios como escuela
E

ste fin de semana el Instituto Nacional Electoral dará a conocer el resultado de la encuesta que el Tribunal Electoral le ordenó realizar para designar a quienes ocuparán la presidencia y la secretaría general del Comité Ejecutivo Nacional de Morena. Una vez que los beneficiarios de esta contienda de popularidades tomen posesión de sus cargos, tendrán que empezar a recoger los pedacitos, si es que desean estar a la cabeza de un partido funcional y competitivo para ganar los procesos electorales del año entrante.

Hay varias maneras de intentarlo. La primera, que ya demostró sobradamente su inoperancia, parte del desdén a las estructuras colegiadas y democráticas del partido y consiste en buscar el control de todos los recursos, todas las potestades y todas las decisiones, acaso mediante el reparto de prebendas, la negociación cupular entre grupos y el tráfico de candidaturas; en suma, la compra de voluntades. De esa forma germinaría al interior de Morena la forma de hacer política de los partidos del régimen oligárquico y aunque el ensayo podría aportar a muy corto plazo un enorme poder a quien detente la presidencia del CEN, más temprano que tarde llevaría al desencanto generalizado de las bases, a un divorcio entre éstas y las dirigencias y a fin de cuentas al colapso de la representación electoral construida por el movimiento.

La otra vía de recomposición pasa por la promoción de un amplio debate interno sobre cuestiones fundamentales para el partido: sus formas de articulación con el gobierno emanado de él –concretamente, su forma de respaldar e impulsar la Cuarta Transformación–, su proyecto de nación de largo plazo (sería suicida no tener uno para presentarlo a la ciudadanía en 2024– y, desde luego, la reformulación de sus documentos básicos, empezando por el Estatuto porque en los tiempos que corren éste se ha evidenciado como un texto plagado de anacronismos, incongruencias, ambivalencias e indefiniciones. Para decirlo claro: hay que refundar el partido.

Se dirá que este trabajo no puede emprenderse ahora porque las tareas necesarias colisionan con las urgentes, que consisten en prepararse para las elecciones del año entrante. Aun así, es indispensable, de cara al proceso comicial, actualizar el Acuerdo Político de Unidad que se estableció en 2017 entre Morena y otras fuerzas y actores individuales, porque sin un programa específico la participación electoral se reduciría a un ejercicio de conservación del poder. Ciertamente, la inminencia de los comicios hace difícil la refundación del partido y tanto la selección de candidaturas como las campañas ocuparán la atención y las energías de la organización. Pero por efecto de esos mismos procesos, las diferencias internas, lejos de amainar, se intensificarán, y lo único que puede evitar una rebatinga fratricida es la reflexión y la discusión; en lugar de temerles, la dirigencia reconstituida tendría que alentarlas, así sea al calor de las campañas. El desafío es convertir el proceso electoral en una escuela de formación política intensiva.

Si las encuestas han de ser el mecanismo preponderante de selección de candidatos, sería sumamente útil establecer debates previos entre los aspirantes a las candidaturas y fijar reglas claras de competencia: centrar la discusión en el contraste de propuestas: Muy bien, quieres el respaldo del partido para aspirar al cargo, ¿pero qué piensas hacer en él si lo ganamos?; tales debates deberían contar con una moderación que impidiera tanto la promoción personal propia como la descalificación de los adversarios y que centrara a los contendientes en el análisis y las propuestas; asimismo, la dirigencia del partido tendría que exhortar a la militancia a repudiar los intentos de posicionamiento mediante campañas publicitarias, sea en los medios tradicionales o en las redes sociales.

Si uno de los afanes centrales de la Cuarta Transformación es separar el poder político del económico, Morena debería vetar, por elemental congruencia, las inversiones en publicidad de quienes desean una postulación. Debe considerarse, por otra parte, que en ausencia de debate de ideas las filiaciones contrapuestas envenenan el ambiente en los comités distritales y estatales, se expresan en muros de silencio y de sospecha entre los distintos bandos e impulsan la descomposición del partido en general.

En el actual proceso de definición de la presidencia y la secretaría general han salido a relucir prácticas políticas viles: campañas de descalificación, compra de voluntades, negociaciones en lo oscuro y montones de dinero en operativos de saturación de la opinión pública. El partido que puso a su fundador en Palacio Nacional, con la promesa de regenerar la vida pública, debe empezar ahora por regenerar la suya propia y desterrar de sus propias filas los vicios que pretende desterrar del país. Y no tendrá una segunda oportunidad.

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