Opinión
Ver día anteriorMiércoles 23 de septiembre de 2020Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Ágora o palenque
E

l debate público está polarizado. Abundan las descalificaciones, por todas partes encendidas adjetivaciones suplantan las exposiciones informadas, pululan en uno y otro lado epítetos ofensivos y degradantes. El intercambio de ideas, la confrontación de planteamientos políticos enriquecen la construcción de ciudadanía si a los otros no se les tiene por enemigos a liquidar simbólicamente y/o, de ser posible, físicamente.

Entre las muchas rupturas con el estilo personal de gobernar de la clase política tradicional, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha decidido ventilar públicamente sus desacuerdos y críticas con la política informativa y opinativa de distintos medios. Desacuerdos y críticas que antes eran expresadas subrepticiemante, a menudo con mensajeros enviados ex profeso para advertir a directores de prensa escrita, radiofónica o televisiva sobre la inconveniencia de proseguir con el enfoque considerado lesivo por el poder en turno.

Ante la tradicional manera de operar en la oscuridad y negociar para que la prensa incómoda le bajara varias rayitas a su enfoque informativo, el estilo directo de AMLO causa desconcierto en algunos, molestia en otros y enciende alarmas en quienes consideran que las maneras del Presidente amenzan la libertad de expresión. López Obrador, pienso, tiene derecho a expresar puntos de vista sobre la que considera información manipulada y críticas infundadas. Habrá que ver si en cada caso que expone tiene razón, pero contribuye a ventilar el debate público al expresar sin ambages sus convicciones.

La cuestión no es el derecho que tiene a manifestar su óptica acerca de la que llama prensa tradicional, sino la forma en que lo hace. Analistas del discurso han documentado cómo Andrés Manuel es dado a soltar más rijosidades en lugar de información dura que sustente las desacalificaciones que emite en cada conferencia de prensa. Además, tiene tendencia a reducir las opiniones y movilizaciones de quienes no están de acuerdo con él y las califica de motivadas por objetivos aviesos, resultado de la pérdida de privilegios y/o alineadas con el conservadurismo. Seguramente entre los críticos hay quienes cumplen el perfil denunciado por AMLO. Por otra parte, no toda la inconformidad expresada puede ni debe ser calificada de ilegítima o producto de pactos con las que Andrés Manuel denomina mafias del poder.

En el ágora, la plaza pública, deben dirimirse los diferendos y, de ser posible, construir consensos que fortalezcan la transparencia en el ejercicio del poder y potencien cincelar personalidades democráticas entre la ciudadanía. Para ello es fundamental reconocer a los otros como interlocutores y sujetos con derecho a tener otras valoraciones sobre cómo forjar el país. Nuestra discusión pública está distante del ágora, semeja más al palenque donde cada quien amarra navajas a su gallo para que destripe al enemigo. Ante tal panorama, el Presidente podría sí ejercer el derecho a criticar a sus críticos pero con herramientas democráticas y democratizantes. Es decir, con menos bilis y más neuronas. Podría hacer a un lado denuestos y exabruptos para sustituirlos por sólidas argumentaciones respaldadas con datos verificables. Él es capaz de hacerlo, tiene los recursos intelectuales y, me parece, así haría una mayor contribución a sanear el debate público.

En contraparte, tenemos a quienes de forma cotidiana, ya sea en los medios tradicionales, redes sociales o en las calles, lanzan puntillosas invectivas y abiertas calumnias saturadas de coprolalia que vician peligrosamente el entorno social. No solamente la organización llamada Frente nacional anti-AMLO (Frenaaa), pero sí de manera protagónica, está diseminando el discurso del odio, exacerbando al palenque en frenética búsqueda de víctima propiciatoria cuyo sacrificio terminaría con todos los males que sufre la nación. La vocinglería golpista del dirigente visible de Frena, Gilberto Lozano, es maximalista y hace peligrar nuestro proceso democrático. Exigir la renuncia del Presidente como requisito para, supuestamente, transitar hacia un mejor panorama socioeconómico, es no sólo un desatino, sino apostar a mayor polarización y desestabilización del país.

El clima social es abrasador (quemante, no abrazador, que abraza y, por tanto, halagüeño), por lo cual hace ardua la tarea de apaciguar los ánimos. El quid es que arrojar más leña al fuego de la polarización, seguir apostando al palenque, podría desatar escaladas muy destructivas y perjudiciales para el conjunto de la nación. En las actuales circunstancias, movilizaciones como las de Frena, y otras políticamente en las antípodas de dicho frente, no tienen influencia masiva ni el poder que se adjudican, pero sí enrarecen el necesario debate público sobre la nación que aspiramos a construir. Nación que debe ser más abierta e incluyente, colorida y no monocromática, ágora intensa que se aleja del palenque.