Opinión
Ver día anteriorLunes 10 de agosto de 2020Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Una segunda oportunidad
E

n esta temporada, cuando las malas noticias son motivo de las primeras planas, hay algunas historias que ayudan a levantar un poco el decaído ánimo que ronda en los sótanos de nuestra atribulada cotidianidad. Un reportaje de la cadena PBS mostró una cara poco conocida de quienes han sobrevivido a las iniquidades del sistema carcelario en Estados Unidos. Cuatro ex convictos pusieron de manifiesto su capacidad para sobreponerse a la ardua tarea de superar el estigma, una vez saldada su deuda con la sociedad. Por la frescura y optimismo de sus historias, debiera existir una fórmula para abrir el camino a quienes salen de prisión con el deseo de superar un pasado que fracturó su vida.

Dontae Thomas creó su reputación de entrenador de cultura física entre sus compañeros de prisión. Los llamaba clientes, porque cobraba un dólar a quienes entrenaba. Perfeccionó sus conocimientos sobre la forma de cuidar y fortalecer el cuerpo y al mismo tiempo estudió la manera de utilizar suplementos vitamínicos para complementar la cultura física. Esos conocimientos le permitieron establecer un gimnasio en New Jersey, donde atiende personalmente a un promedio de 40 personas diarias.

Quan Huynh trabajó en la limpieza del hospital de la prisión, donde aprendió los secretos del oficio, uno de ellos, limpiar y evitar contaminarse con los instrumentos y equipo del nosocomio. Al salir de la cárcel formó una compañía de limpieza y cuando por fin logró un buen contrato en un edificio de oficinas en Anaheim, California, invitó a trabajar a varios ex convictos. Con el tiempo, su eficiencia le permitió conseguir otros contratos con estudios de cine y restaurantes. Sus trabajadores son también ex presidiarios y se expresa de ellos en términos encomiables: son cuidadosos, eficientes y leales a la compañía; la mayoría busca una segunda oportunidad y por eso es necesario apoyarlos, concluye.

Sharon Richardson durante años trabajó en la cocina de la prisión, donde pagaba su deuda con la sociedad. Al salir, lo único que sabía era hacer de comer y su única opción era continuar haciéndolo. Decidió iniciar un negocio de entrega de alimentos en Nueva York. Con el tiempo y algunos ahorros puso un pequeño restaurante y dio trabajo a otras ex convictas. La idea, dice, es contratarlas y evitar que sean estigmatizadas o juzgadas por haber estado en la cárcel. No les pregunto nada sobre su pasado, la única condición es que sean cumplidas y cuidadosas en su trabajo. Agrega: quienes hemos estado en la cárcel lo único que buscamos es ser aceptadas nuevamente en la sociedad.

Andrew Glazier aprovechó el programa de emprendedores de negocios establecido por el gobierno federal. “Es una buena forma para evitar que, obligados por la necesidad de sobrevivir, los ex convictos cometan algún delito y sean encarcelados nuevamente, en un círculo vicioso difícil de romper. Lo que no tiene mucho sentido es que, al solicitar apoyo financiero, el programa lo niegue por nuestra calidad de ex convictos, no obstante que cumplimos con la ley como cualquier otro negocio.

La American Civil Liberty Union logró que en las solicitudes de financiamiento se excluyeran preguntas sobre el pasado de los solicitantes, beneficiando así a quienes tratan de superar el pasado e iniciar o mantener a flote un negocio. Las cuatro historias tienen un común denominador: la voluntad de los ex convictos que aún quieren ser útiles a la sociedad y ayudar a otros como ellos.

Desafortunadamente, no es fácil encontrar historias similares ente ex presidiarios que de antemano están vetados para recibir esa oportunidad: los indocumentados. Desde el momento en que fueron convictos e ingresaron a prisión saben que una vez concluida su condena serán enviados directamente a sus países de origen en los que, con independencia de las destrezas adquiridas, no existen programas similares de ayuda, por lo que su futuro será aún más precario.