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De una página de diario
C

onsumada diarista que soy, tras más de medio siglo de llevar diario diariamente, me permito recurrir a él para compartir con el lector un registro que puede ser de interés general.

No me habría atrevido a hablar aquí del dolor que experimenté al conocer la noticia (Diario Ejecutivo, 17 de julio, 2020) de que Sanborns San Ángel, en la esquina de avenida Insurgentes Sur y avenida de la Paz, ha sido cerrado de forma definitiva, es decir, desmantelado, es decir, abandonado, es decir, declarado inexistente, de no haber sido porque ayer, en cuanto leí la información y se la mandé a Barcelona a Juan Antonio Masoliver, pues sabía que a él, tras su añosa frecuentación a México y, en especial, a la Ciudad de México, el hecho le afectaría tanto como a mí, sucedió que hoy, al revisar mis correos a primera hora (06:00) me encontré con su respuesta, en la que, como podrá verse ahora que la cite, aparte de declararse efectivamente afectado, me da la orden de que lo comente o, por mejor decir, establece, con una justificación para mí de lo más halagadora, que me corresponde comentarlo.

Antes de hacerlo, de forma textual citaré las palabras de Masoliver. Tú, capaz de dar emoción al hielo, deberías escribir algo. Allí conocí a Vicente, allí me reunía con Tito y fundamos la FAS, Federación de Alcohólicos Sociales. En La Carreta compraba artesanía. Y tantas veces de allí partía para (tu casa en) Fray Rafael Checa, no sin antes pasar por una tienda o almacén a comprar una botella de vino y tralalalá, la canción napolitana es soberana, tralalalá.

Yo nací en Fray Rafael Checa en 1947 y, salvo algunos paréntesis, por otra parte altamente memorables, siempre he vivido en Fray Rafael Checa. (Hice la secundaria en Montreal, Canadá; de recién casada, y durante un lustro, vivimos en un departamento frente a los Viveros de Coyoacán, de donde nos mudamos a Fray Rafael Checa por un par de décadas, las últimas de la vida de mi esposo; cuando enviudé y volví a formar pareja, viví, vivimos, a lo largo de una década y media, en la Calle de Dulce Olivia, también en Coyoacán, de donde nos acabamos de mudar a Fray Rafael Checa, existencia que alternamos con Orquídea 10, en Cuernavaca). Quien conozca la zona sabrá que esto implica que Sanborns San Ángel ha sido significativo para mí desde mi infancia, asimismo, desde antes de que la casona abandonada se transformara, de una casa oscura y vacía, que de niños recorríamos con linterna, con curiosidad y, admitido o no, con miedo, mucho miedo. Quiero decir que visitarla fue de las aventuras más atrevidas y más evocadoras y nostálgicas que he vivido, una de las aventuras que ocupan con más derecho mi memoria, aventura que no se desprende de mi memoria, aventura que, a la distancia, repuebla y reinterpreta no sólo mis sueños, sino mi recuerdo.

Bueno, todo esto fue antes de que esa casona de piedra se transformara en Sanborns San Ángel. Así que es el momento de decir que, una vez que Sanborns San Ángel ocupó aquella casa de mi infancia y de mis sueños, Sanborns San Ángel imperó en el panorama de esa zona del suroeste de la Ciudad de México y, sin mayor esfuerzo, se impuso y la dominó, dejó de ser una referencia personal y se convirtió en una referencia, como ha quedado documentado, básica de la sociedad, de la política, de la cultura, y, me atrevo a decir, de la economía y del comercio, será porque el propietario, como se sabe, ha hecho su fortuna, una enorme fortuna, a base de comprar empresas o negocios en quiebra y transformarlos en inimaginablemente grandes y prósperas empresas o negocios. Bastaría un ejemplo, compró la casa abandonada en la esquina de avenida Insurgentes Sur y avenida de la Paz y la convirtió en Sanborns San Ángel, gran y afortunado negocio, tan grande, tan querido, tan referencial, que, sencillamente, no me explico por qué lo canceló de su panorama, por qué ha ocasionado un quiebre tan insalvable en la Historia de México, país al que, como se sabe, él adora.