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Sista Rosita
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Periódico La Jornada
Sábado 25 de julio de 2020, p. a12

Dice de ella Bob Dylan: grande, guapa y divina, sublime y espléndida, una poderosa fuerza de la naturaleza.

Luego de escucharla días enteros, podemos añadir: salvaje, sexual, sagrada.

Gime, grita, aúlla, gutura, suda, toca la guitarra como pocos en la historia.

Se llama Sister Rosetta Tharpe (1915-1973) y es una diosa.

La noticia es que la gran revolución tecnológica nos la trae de regreso. Ella, la olvidada, despreciada, relegada, marginada. ¿Por qué? ¿por ser mujer? ¿por ser negra? ¿por ser lesbiana? Por todo eso y porque es superior a muchos de los falsos ídolos que venera el negocio de la música.

La plataforma Spotify mantiene curaduría magnífica, combina el algoritmo con la asesoría de expertos y acaba de poner en su mesa virtual de novedades discográficas un álbum de Sister Rosetta Tharpe, titulado Never Alone y por la magia de la tecnología, se convierte en un track listing maravilloso que se alarga en 86 canciones, un retrato íntimo de toda ella, en cuatro horas 15 minutos de éxtasis.

Eso, éxtasis. Ella canta en éxtasis, como todo buen oficiante de gospel, y nos pone en trance también.

Por ejemplo, el track 4 de este listado: Let the Lower Lights Be Burning, nos eleva. La concentración, la hondura, el canto quebrado y al mismo tiempo sinuoso, delgado, ascendente, la voz en murmullo, el gemido en aullido: música espiritual.

La combinación de carne y alma en la música de Sister Rosetta Tharpe es su secreto a voces. Junta sexo con elevación espiritual, sudor con oraciones, convierte en mantras versos, plegarias en bendiciones.

Nacida Rosetta Nubin en Cotton Plant, Arkansas, el 20 de marzo de 1915, vivió el trance lógico de la música clásica de la zona profunda que puso en literatura William Faulkner: de la esclavitud de las plantaciones de algodón, a las iglesias evangelistas, a las luces de la ciudad.

A los cuatro años de edad fue conocida como niña prodigio: Little Rosetta Nubin, con su guitarra en la Church of God in Christ, fundada en 1894 por el obispo pentecoscal negro Charles Harrison Mason, quien cultivó en sus liturgias expresiones rítmicas festivas, el baile y el canto en las oraciones, y fomentó la participación de las mujeres en el canto y en la enseñanza en los templos.

A los seis años viajó con su madre, la gran Katie Bell, en intensas giras en tren para predicar por el sur profundo de Estados Unidos. Era presentada frente al público ferviente como un milagro de la guitarra virtuosa y el canto gospel.

Cuando se aposentó en Chicago, siempre con su madre, se convirtió en un éxito en los centros nocturnos, sobre todo porque no abundaban mujeres guitarristas, pero, más que nada, por su imponente presencia escénica y la potencia de su canto y sus electrizantes riffs de guitarra, a la fecha no superados.

A los 19 años, su madre la desposó con Thomas Thorpe, quien en el apellido llevaba su retrato. Eso no duró, pero Sista Rosita (propongo le llamemos así, entre cuates: Sista Rosita) luego del divorcio adoptó el apellido conyugal, pero le cambió la e, de torpe, y pasó a la historia como Sister Rosetta Tharpe. Rosita, acantranú.

De hecho, los musicólogos Bob Eagle y Eric LeBlanc tienen otros datos: el nombre de pila es Rosether Atkins y el de su madre Katie Harper.

Sus papás eran pizcadores de algodón y cantantes y predicadores en la iglesia del obispo pentecostal, en eso están de acuerdo los investigadores.

Quienes no estuvieron de acuerdo fueron los fieles de la iglesia cuando se enteraron de que su hermana Rosita cantaba de día plegarias en el templo y de noche música de carne y retozo en los cabarets de Chicago y después de Nueva York.

Esa combinación de lo religioso con el hedonismo es una de las claves de su encanto, una versión en música de los rostros orgiásticos de los santos y santas en las iglesias y en los cuadros de los pintores clásicos.

Sista Rosita cantó a la divinidad celestial y al gozo en la cama, elevó plegarias espirituales por igual que turgencias sexuales; su seña de identidad fue la alegría, la vitalidad, la celebración de la carne y la procuración del espíritu.

Del repertorio que propone Spotify como novedad discográfica, el track 14 es buen ejemplo de lo anterior: So High, literalmente: elevado en el sentido místico por igual que puesto, colocado, en el sentido de los cinco sentidos.

La música de Sista Rosita se consigue en otras plataformas digitales. Recomiendo especialmente vean en YouTube dos piezas: en primer lugar el excelente documental que filmó en 2014 para BBC Four, el cineasta británico Mick Csaky titulado The Godmother of Rock and Roll: Sister Rosetta Tharpe, y vean también el video titulado This Train. Ya desde la carátula de este segundo testimonio entramos en trance: big close up a su rostro donde ruedan gruesos ríos de sudor, su expresión de furor, llamaradas desde sus ojos, sus labios carnosos abiertos en flor y escuchamos el shout, el gospel, el prodigio.

El documental también es una joya. Traza la biografía a manera de mural: he ahí los orígenes en la plantación de algodón, el éxodo, los matrimonios fracasados, los únicos momentos conyugales de felicidad: con Marie Knight, con quien viajó en giras gloriosas. La escena más conocida sucede en una estación de ferrocarril, tema recurrente en el repertorio de Sista Rosita.

La vemos ahí, enfundada en elegante abrigo de color claro, colgarse una hermosa guitarra y emitir sonidos dando saltos, más como efecto sonoro que escenográfico, lo comprobamos en otra escena donde realiza riff de piel chinita y mueve el brazo y la mano para conducir en el aire el efecto de reverberación de su guitarra.

Eso lo copió, tal cual, Keith Richards. Los momentos gloriosos de toda la carrera musical de Eric Clapton los debe a Sista Rosita. El origen de la experimentación sonora que desarrolló Jimmy Page también viene de Rosita, y ellos, al igual que Jeff Beck y otros grandes guitarristas de la cultura rock, reconocen la influencia de Sister Rosetta Tharpe.

Es más, Little Richard no hubiera existido para la historia de no ser porque Rosita lo sacó de la iglesia y lo subió a un escenario. El mismo Elvis Pelvis (Elvis Presley) reconoce que le debe a ella mucho.

La pregunta es: ¿por qué Sister Rosetta Tharpe no goza del reconocimiento masivo que merece?

Además de lo que mencioné párrafos arriba, se me antoja la siguiente hipótesis: ella nunca se apartó de su origen: el gospel, y esa música no vende. Para comprobarlo, basta citar el ejemplo de su ahijado, Little Richard, cuyo periodo en el gospel, que era lo que él más amaba, fue un fracaso discográfico, hasta que grabó Tutifruti y los demás éxitos por los que pasó a la historia, igual sucedió con Arita (Aretha Franklin) y tantos otros ejemplos de artistas nacidos de la madre de todas las músicas, la música negra del sur de Estados Unidos.

Sista Rosita nunca se doblegó al mercado. Y pagó el precio: su posteridad pertenece a los oídos que saben escuchar, a la franja ancha de melómanos que sudan, bailan, gritan con ella mientras la escuchan, en éxtasis.

Pero la historia da vueltas. Es ahora el momento de la reivindicación de la mujer, de la libertad sexual, de la lucha renovada de la cultura afroamericana, del arte valedero, y he ahí que Sister Rosetta Tharpe retorna entonces vencedora.

Te amamos, entrañable Sista Rosita.

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