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Ver día anteriorMartes 23 de junio de 2020Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Ciudad perdida

La guerra en el Ajusco // Autoridades ecológicas que descuidan bosques // Semáforo inservible

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urante al menos un par de semanas La Jornada ha denunciado con reportajes y notas algo a lo que bien podríamos llamar la guerra en el Ajusco: un conflicto entre quienes trabajan la tierra, como ejidatarios o comuneros, y quienes talan los árboles del bosque, que ya cobró una vida.

Pero además de la grave situación, lo que allí sucede parece desmentir la vocación ecológica de las autoridades de la ciudad, que olvidan dar protección y vigilancia a los bosques; pero en las calles, con la etiqueta de lograr un mejor aire, cortan carriles para la circulación de vehículos, la mayoría movidos por gasolina, y entorpecen su accionar al obligarlos a transitar a muy baja velocidad y con eso quemar más combustible del que se usa normalmente.

Esto, desde luego, significa mayor contaminación, pero aquí en el centro de la capital triunfó la moda y con el estribillo de hay que desalentar el uso de los automóviles, se dejó a quienes utilizan bicicleta como transporte o como capricho clasemediero, un amplio carril por la avenida Insurgentes, donde apenas hay lugar para un solo vehículo, entre el carril confinado del Metrobús y el que ahora se inventó para los ciclistas, mucho más para lucimiento personal que el obligado por el trabajo o el traslado.

Y eso mientras por caminos de la alcaldía Tlalpan o Milpa Alta, a los ojos de todos, salen los grandes camiones cargados de la madera que se saca ilegalmente de los montes de la Ciudad de México.

¿Los autos contaminan? Sí, nadie lo discute, pero para inhibir su compra no sirve la imposición del lento movimiento –cada vez es más fácil evadir el tedio que impone un congestionamiento en la cabina del vehículo–, las compañías vendedoras de autos bajan precios, dan facilidades, otorgan premios en la compra de algunos de sus artefactos y si las ventas disminuyen es por la situación económica, pero no por la dificultad que encierra ir en automóvil.

Sería más que interesante enterarnos de que un gobierno impone, por ejemplo, cuotas de producción a los fabricantes, a fin de cuentas no se puede comprar lo que no hay, pero además, ¿cuál será el pretexto cuando la mayoría de vehículos se impulsen por energía eléctrica?, situación que está en puerta.

Tal vez de lo que se trata es de dejar pelones a los montes de la ciudad para en que un futuro no muy lejano se realicen algunas buenas competencias de ciclismo por los lugares donde el oyamel reinaba, pero mientras se acaba de destruir el bosque las muy preocupadas autoridades, en un esfuerzo inaudito en favor de un medio ambiente sano, marginan pedazos de calle por donde a veces circulan bicicletas y se incrementan los congestionamientos. Vamos en el camino correcto.

De Pasadita

La enfermedad y la muerte que han traído la pandemia del Covid-19 siguen en aumento sin importar el color del semáforo que marque la peligrosidad del contagio. Paso a paso, pero con ciertas precauciones, principalmente el cubrebocas, la gente parece desafiar al virus con acciones que parecen suicidas, pero que tienen como cómplices, muchas veces mortales, a la necesidad y el tedio.

Como ya se ha documentado en muchos espacios, los trabajadores de casi todos los oficios han salido a las calles a conseguir lo necesario para la sobrevivencia. Muchos, sin nada que perder, enfrentan a cara limpia el contagio con el valor que da, en ocasiones, la ignorancia o la desinformación.

A otros los venció el tedio. Ya ni Netflix les hace olvidar el encierro y encolerizados salen en busca de la ¿vida?, a los lugares de encuentro que parecen prohibidos, pero han logrado evadir miedos y prejuicios y se hallan a disposición de quienes no le temen a nada.

Un ejemplo es Polanco, donde según nos cuentan hay lugares que venden bebidas alcohólicas, ponen sillas en aceras para el disfrute del cliente y logran ventas, por eso lo del semáforo no parece tener caso. Nada los asusta.