Opinión
Ver día anteriorDomingo 7 de junio de 2020Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Monos
U

na guerra no declarada, en un país indeterminado, en la que participan, con ánimo de juego y arranques de violencia, un grupo de niños y adolescentes reclutados por una organización anónima para vigilar a una rehén estadunidense. Monos, segundo largometraje de ficción del realizador brasileño, de madre colombiana y padre ecuatoriano, Alejandro Landes (Cocalero, 2007; Porfirio, 2011), es una propuesta fantasiosa, con tines surrealistas, que sin plantear un escenario bélico convencional, evoca el clima de violencia sin cuartel que desde hace largo tiempo impera en muchas regiones latinoamericanas. Atendiendo a la publicidad de la película, “Monos no es la historia de nadie en particular, es la historia de muchos”. Sus protagonistas juveniles no tienen siquiera un nombre, simplemente un alias de batalla: Lobo, Rambo, Patagrande, Perro, Pitufo, Leidi, Sueca. Sus líderes no son jamás identificados como tampoco el objetivo final de sus misiones. Confinados en lo alto de una montaña, sólo reciben y acatan las órdenes de un implacable mensajero castrense que les asigna primero el cuidado de Shakira, una vaca lechera, y también evitar que la mujer secuestrada consiga darse a la fuga.

Esta primera parte de la historia transcurre de modo misterioso y errático, y lo que el director captura aquí con acierto es justamente una opresiva atmósfera de abandono. Los adolescentes se libran a los juegos y rituales de una comunidad desentendida por completo de la organización social de los adultos. Sus pares se ubican en las propuestas fantásticas de la novela El señor de las moscas (William Golding, 1954) o en el delirio fílmico pansexual de Los chicxs salvajes (Bertrand Mandico, 2017). Los amantes ya no se enamoran aquí, sencillamente se asocian, y la orientación sexual de los o las socios en turno es lo que menos importa. Cuando deciden celebrar un cumpleaños, la ingesta de hongos alucinógenos los lleva a transformar sus juegos juveniles en sádicas ceremonias para luego solazarse en una sarabanda hipnótica ejecutada en el fantasmagórico terreno montañoso por encima de las nubes. La fotografía de Jasper Wolf captura con acierto ese clima onírico, en tanto la pista sonora de la británica y ex chelista Mica Levi (Bajo la piel, Jonathan Glatzer, 2016), acentúa la sensación de irrealidad y absurdo que va apoderándose del relato.

La incapacidad de organización y mando de esta curiosa banda de monos imberbes queda de manifiesto a medida que las misiones encomendadas empiezan a frustrarse. La vaca lechera es ajusticiada accidental e irresponsablemente, mientras la Doctora (Juliane Nicholson) se afana penosamente por liberarse de su confinamiento forzado. Lo que inicialmente eran juegos inocentes o pequeñas fechorías insulsas en el mundo de estos monos empeñados en copiar en todo las brutalidades e insensateces de los adultos, paulatinamente degenera en las ebriedades de un poder incontrolado y en el impulso de violencia al que invita la posesión de verdaderas armas de fuego. La pequeña tribu de aprendices de sicarios o paramilitares enloquece poco a poco, por virtud de su impericia y su torpeza o porque la organización paramilitar ha dispuesto o programado ese naufragio anímico juvenil para beneficio de sus propios fines.

La película arranca como una curiosa fusión de géneros, entre lo erótico y lo fantástico, con derivaciones poético-anarquistas, pero adquiere tonos más sombríos a medida que los personajes abandonan el decorado bucólico de la montaña para internarse y perderse en una densa selva plagada de peligros. Aquí el relato intensifica su registro dramático y se vuelve un vigoroso filme de acción. Una secuencia estupenda –alarde de destreza técnica– transcurre en los rápidos de un río y muestra los desesperados intentos por huir de la Doctora secuestrada, todo en la más estricta tradición hollywoodense. Amarga pesadilla (Deliverance, John Boorman, 1972) sería un referente visual posible. El director admite su adhesión al cine de géneros y la resignificación deseada cuando alude en entrevistas a la manera en que se han filmado los enfrentamientos bélicos, desde Irak hasta Vietnam, señalando que en Monos quiso hacer una película de guerra con una mirada colombiana. El resultado es una cinta más sugerente y atractiva, así haya sido abusivamente comparada en intenciones con Apocalipsis ahora (1979), de Francis Ford Coppola. Alejandro Landes incursiona en ese otro corazón de tinieblas de la interminable guerra fratricida que ha mantenido a Colombia en un estado de zozobra permanente y en donde el prolongado secuestro de una senadora franco-colombiana por obra de la guerrilla, puso de manifiesto hasta qué grado la realidad suele superar a las ficciones fílmicas más temerarias.

Monos es el estreno más reciente de la plataforma Netflix.

Twitter: @CarlosBonfil1