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Vox Libris
Las vacas negras
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Periódico La Jornada
Domingo 7 de junio de 2020, p. a12

El filósofo Louis Althusser (1918-1990) revela en este libro una autoentrevista inédita durante 40 años, en la que aborda las condiciones necesarias para que sea posible una política realmente de izquierda. Tras el 22 Congreso del Partido Comunista Francés, celebrado en febrero de 1976, el autor concibió esta controvertida autoentrevista en la que, alternando las consideraciones teóricas con observaciones sobre las polémicas y entretelas de la política del momento, así como sirviéndose de confesiones personales, reflexiona acerca del curso que debería seguirse a partir de entonces. Las vacas negras es, ante todo, un texto que traza un programa de actualidad sorprendente respecto de la organización de la lucha revolucionaria en un momento que ya es de reflujo. Con autorización del Grupo Editorial Akal ofrecemos a los lectores de La Jornada un fragmento del libro.

I. Presentación del autor

¿Puedes decirnos quién eres? En el Partido se hacen preguntas sobre ti. Camaradas que saben que publicas en la editorial Maspero y que no ven que los periódicos ni revistas del Partido te citen, salvo para criticarte, hasta llegan a preguntarse si eres siquiera miembro del Partido…

Ya que me lo preguntas, dirigiré pues a mis lectores, y sobre todo a mis camaradas del Partido, una especie de declaración previa para decir quién soy. Soy miembro del Partido Comunista Francés desde octubre de 1948. Me he adherido a la célula de empresa Paul Langevin que agrupa a los comunistas que trabajan en la Escuela Normal Superior (ENS), ya sea como agentes de servicio, ya como técnicos de laboratorio, ya como miembros de la administración, ya como docentes. Después de varios debates complejos y a causa de las dificultades de la relación entre los agentes de la Escuela y los alumnos, nuestra célula se separó de la célula de los alumnos que, por otra parte, ahora ha sido suprimida por los dirigentes del Partido. Cuando se adhieren al Partido, los estudiantes, vale decir, nuestros propios alumnos, quedan afectados a células locales del Partido: no están autorizados a adherirse a nuestra célula de empresa. En cambio, disponen de un círculo de la UEC (Unión de Estudiantes Comunistas) que desarrolla sus actividades por su lado y a su manera, pero sin tener ningún lazo orgánico con nuestra célula, aun cuando nuestras relaciones sean excelentes. Nuestra célula ha registrado fluctuaciones que, a grandes rasgos, corresponden a las fluctuaciones generales de los efectivos del Partido. Actualmente está compuesta por dieciocho miembros (ha más que duplicado sus efectivos en el último año) y tiene una buena actividad de conjunto. Es difícil saber si su actividad es o no superior a la de las demás células de nuestra sección, pues no tenemos ninguna relación orgánica con ellas. De modo que todas las relaciones son indirectas: pasan por la intermediación de camaradas de las células delegados por éstas ante el comité de sección. Una de las características de esas células del distrito V es que agrupan casi únicamente a universitarios, investigadores y técnicos de laboratorio. Hay muy pocos agentes de servicio, generalmente surgidos de medios rurales pobres; van y vienen y no pasan largas temporadas en el Partido. No se sienten cómodos en una organización en la que los intelectuales son demasiado numerosos para no marcarla con sus problemas y su código. En todo caso, desde la fecha de mi adhesión, 1948, nunca encontré ningún proletario en mi célula ni en las conferencias de sección a las cuales he asistido. Si alguna vez distinguí a algún obrero en las conferencias de sección fue hace mucho tiempo, cuando el querido camarada Bagard era secretario de la sección, entre los años 1950 y 1955, y cuando existía la sección del distrito V: porque ahora se ha diseminado en varias secciones agrupadas bajo la autoridad de un Comité de distrito en el que, más que nunca, todo se maneja entre intelectuales. Digo esto sin acritud, simplemente para señalarles a mis camaradas, y sobre todo a mis jóvenes camaradas, que para un comunista, hasta para un viejo comunista (pues finalmente yo tengo ahora, como se suele decir, más de treinta años de Partido) es muy difícil hacerse una idea de lo que bien puede ser nuestro Partido y de lo que bien puede pasar en él, no en general, pues eso lo sabemos por L’Humanité, sino concretamente. Confieso y no me avergüenza confesarlo, pues no soy ciertamente el único comunista en esta situación (si exceptuamos a los dirigentes del Partido que centralizan las informaciones y tienen acceso a ellas), que he aprendido mucho sobre mi Partido, tal como es actualmente, sobre sus prácticas, sobre sus dirigentes, sobre su vida, sus ideas y sus manías, leyendo el libro de Harris y Sédouy: Viaje al interior del Partido Comunista Francés. Ellos tuvieron la oportunidad que yo nunca tuve, que nunca tuvo ningún camarada que yo conozca, de disponer de un salvoconducto firmado por Roland Leroy, que les abría las puertas de las organizaciones y de los dirigentes de todas las células, secciones y federaciones del Partido. Ellos, evidentemente, tuvieron la posibilidad de encontrarse con lo que se ha dado en llamar los proletarios, es decir, obreros de la producción industrial y agrícola. Ese libro ha sido una revelación para miles de comunistas y una revelación positiva, pues les ha permitido conocer por fin un poco el partido en el cual combaten y al cual dedican lo mejor de sus esfuerzos y de su tiempo. Pues no es en las Fiestas, que ahora están de moda en el Partido, donde uno puede conocer profundamente el Partido, por una sencilla razón: esas fiestas concitan la asistencia ante todo de hombres y mujeres, en su mayoría jóvenes que, además de interesarse en el Partido, se acercan por curiosidad y como espectadores de la política y de las atracciones. He militado, pues, continuadamente, desde octubre de 1948 en la misma célula de empresa, en la Escuela Normal Superior de la calle Ulm, donde desempeñaba y continúo desempeñando un doble oficio: el de profesor asistente de filosofía, que ayuda a los jóvenes filósofos a preparar el examen de oposición, y el de secretario de la Escuela (ahora de la Escuela literaria), quien debe examinar una cantidad de cuestiones administrativas que, por otra parte, suele ser interesante analizar. Creo que hago mi trabajo de manera bastante conveniente: los alumnos de la Escuela, que son muy discretos, se guardan sus opiniones. Creo que la administración de la Escuela, que evidentemente no ignora nada de mis posiciones políticas y filosóficas de comunista y de marxista, me escucha. Agrego que el entendimiento entre camaradas de la célula es muy bueno y que hemos establecido vínculos de amistad personal y también lazos políticos con casi todos nuestros colegas. Las organizaciones de extrema derecha como la UNI publican regularmente boletines vengativos para acusar a los comunistas de colonizar la Escuela y de introducir en ella a sus criaturas, vale decir, de imponer a los alumnos un pregusto de lo que llaman, en su terminología propia, la 2dictadura del proletariado”. Por supuesto, todo el mundo se ríe de esos boletines y eso nos beneficia en la opinión de quienes nos conocen bien y conocen el concepto de dictadura del proletariado. Mi carrera política, ¿se diría así?, ha sido muy modesta. Después del suicidio de nuestro primer secretario de célula, un biólogo abrumado por el chantaje al que sometió a los intelectuales la dirección del Partido, con Jacques Duclos, Laurent Casanova y Raymond Guyot a la cabeza, como consecuencia del triunfo de Lyssenko en 1948, suicidio que me trastornó y ha contribuido a abrirme los ojos sobre la terrible realidad del estalinismo en el Partido francés, fui, durante muchos años, secretario de célula. Pero nunca ascendí más. Milito en la base, como puedo, y me entero de las noticias de la sección por mi secretario de célula. Mientras tanto, evidentemente, me he hecho conocido por mis trabajos personales, como dice L’Humanité, es decir, por mis ensayos filosóficos.