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Tiempos para recordar y no olvidar
E

n esta pandemia hay responsables, deben señalarse y no olvidarlos. No es posible hacer borrón y cuenta nueva. Hay quienes han sacado tajada valiéndose del miedo, el hambre y la muerte. Entidades financieras, empresas trasnacionales, jefes de Estado, partidos y un sinnúmero de personajes han aprovechado el momento para enriquecerse y obtener ventaja política. Electrolux–refrigeradores no ha sido la única. En muchos países, los empresarios, han primado el beneficio económico sobre la vida de las personas. Han sido irresponsables, causado dolor, muerte y expandido la pandemia. No se trata de errores, son decisiones temerarias a contracorriente de los informes de epidemiólogos y personal sanitario. No es posible soslayarlo. El dueño de Amazon, Jeff Bezos, ha incrementado su fortuna en 10 mil millones de dólares durante el confinamiento. Ha sido denunciado por sindicatos y trabajadores que se han sentido desprotegidos. Sus almacenes dan positivo en Covid-19.

La responsabilidad política, sea en situación de guerra o pandemia, debe juzgarse. Baste un ejemplo histórico. Se cumplen 75 años del final de la Segunda Guerra Mundial y éste permanece vivo en la memoria colectiva. Es obligado recordar la entrega de millones de personas que combatieron contra el nazismo y el fascismo. La dignidad de quienes no se dejaron avasallar, ni rindieron. Hombres y mujeres, miembros de la resistencia civil, sin su entrega el triunfo frente al nazi-fascismo se hubiese retrasado años. Les rendimos homenaje y dentro de 100 años seguirá teniendo sentido recordarlos. Pero conviene visualizar la contraparte. Los millones de muertos, los campos de concentración y los hornos crematorios. El tribunal de Núremberg juzgó a unos pocos. Algunos fueron condenados a la horca, a prisión o absueltos. El juicio redimió a las víctimas. Pero en los estertores, Hiroshima y Nagasaki. Tampoco podemos olvidar a sus responsables.

La memoria puede jugar malas pasadas, extraviarse, ser manipulada, destruirse. El olvido deliberado adormece la conciencia. ¿Acaso los preminentes hombres de ciencia alemanes, nazis confesos, algunos SS, no fueron cooptados por los servicios de inteligencia estadunidense? Se les dio otra vida, trabajaron en sus proyectos científicos y contraespionaje. Wernher von Braun, el ingeniero de bomba V-1 y V-2 que destruyó Londres, fue jefe de la NASA en el proyecto Apolo. Se le concedió la nacionalidad estadunidense y condecoró. Su pasado no existió. Benno Müller-Hill lo detalla con rigor en uno de los pocos textos que lo analiza: La ciencia del exterminio. Siquiatría y antropología nazis (1933-1945) ¿Y la Iglesia católica? Desde Roma, muchos prelados dieron cobertura a criminales nazis, proporcionándoles una nueva identidad. La empresa IBM fue contratada por el Tercer Reich para informatizar los campos de concentración. Mientras, Hugo Boss surtió a las tropas alemanas de uniformes utilizando mano de obra de prisioneros. La lista es interminable. Es la historia del olvido. Los casos abundan. Brasil, Uruguay, Guatemala, El Salvador, Paraguay, Chile o Perú. En España, uno de sus máximos torturadores, el policía Antonio González Pacheco, apodado Billy el Niño, murió de coronavirus hace unos días. Mantuvo sus condecoraciones, y cobro sobresueldos hasta la tumba. Sus compañeros lo reivindican. Su pasado fue obviado y se jubiló con honores. Apellidos de tercera o cuarta generación encubren a familias franquistas. Ahí están, en las listas electorales reivindicando el olvido como opción política. En Chile, su presidente, Sebastián Piñera, nombra ministra de Mujer y Equidad de Género a Macarena Santelices. Un apellido sin pedigrí. Pero su tercero resulta familiar: Pinochet. Es sobrina-nieta del tirano. Apoyó la dictadura, justificó los asesinatos, no condenó las violaciones de los derechos humanos, incluyendo la violencia política-sexual. En entrevista declaró: “No podemos desconocer lo bueno del régimen militar (…) activó la economía”. Su nombramiento es una afrenta a las mujeres, señalaron las organizaciones feministas chilenas.

No podemos olvidar. Es necesario mantener vivos los recuerdos. Hay que estar alerta. La memoria juega un papel fundamental en este campo de batalla. Así como otras especies, los seres humanos compartimos una memoria simple de sensibilización. Pero somos capaces de forjar relaciones más allá de una interacción química. Lo denominamos estado de conciencia. La memoria es la base para lograrlo. Los neurobiólogos la dividen en episódica, categorial y procedimental. Sin memoria la vida humana sería inviable. Se pierde la autonomía, el tiempo desaparece, el conocimiento se desvanece. Así, la memoria episódica facilita recordar sucesos vividos y relacionarlos. ¿Dónde estábamos cuando se produjo un golpe de Estado? La memoria categorial abre al significado de las palabras: perro, guerra, coronavirus y por el último, la procedimental facilita el aprendizaje de una técnica de pesca, el uso de un arma o la conducción de coche. Su desarrollo integral nos hace humanos. No es posible tener una vida digna sin pasado, sin recuerdos, olvidando y evadiendo nuestras responsabilidades ciudadanas. Jorge Luis Borges, en 1934, escribió Historia universal de la infamia. Tras la pandemia, debemos poner sobre la mesa los nombres de personas, empresas trasnacionales y bancos, cuyas decisiones constituyen la historia de una nueva infamia, que ha puesto en riesgo la vida de millones de seres humanos para salvar el capitalismo y sus fortunas. Ni olvido ni perdón. Memoria para recordar y no olvidar. ¿Será posible?