Opinión
Ver día anteriorLunes 27 de abril de 2020Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Aprender a morir

El reto de perder miedos

L

o que hoy se insiste por todos los medios es que el miedo y las precauciones no nos rebasen ni inmovilicen. El desconocimiento y las suposiciones integran ese mal hábito de tomar como cierto o real lo que no lo es, pero se repite y aumenta el miedo.

Con lo de la pandemia, otro fantasma recorre el mundo: un humanismo emergente que mediante prejuicios, rumores y redes, incrementa temores y culpas; recuerda el mal disimulado sentimiento de indefensión y la siempre negada, pero fastidiosa, certeza de nuestra condición de mortales, acentuada ahora por un coro de voces por televisión que confirma lo sabido: en cualquier momento podemos morir. Ya no de lo que sea, sino del contagio de un virus, no tan letal como repetido mediáticamente, pero el peor virus es el miedo y su mejor transmisor es la credulidad.

Al pobre planeta le está pasando lo que a las novias de antes, que previo al matrimonio todo les estaba prohibido, pero una vez recibido el sacramento todo estaba permitido, con el consiguiente desconcierto para ellas o para ambos. En el falso paraíso del mercado y el consumismo se permitía y estimulaba todo a costa de lo que fuera; tras la amenaza –real y exagerada– de la pandemia, casi nada se permite, como no sea evitar posibles contagios y asistir al enfermo, sobre todo a los aquejados por el mal de moda.

Unos tienen cifras, otros, los menos, tienen dudas, pero la mayoría reconoce su miedo, tanto por lo que está ocurriendo como por lo que pueda suceder, alimentado por los medios audiovisuales, sin contar los daños previamente causados por estos −severa disminución de la concentración en las personas y fomento cotidiano de la violencia en series y películas− y los que aún provocarán. Los muertos son reales, dicen unos; ¿según cuál fuente, qué organismo, gobierno, agencia informativa, dependencia, locutor o medio?, preguntan otros.

Antes nos movimos y distanciamos en exceso, hoy permanecemos semiparalizados en casa, con familiares y mascotas soportándose y los parques cerrados, sin atrevernos a dar la vuelta a la manzana, cuando ejercitarse al Sol refuerza el sistema inmunológico y baja el estrés. Antes las autoridades nos extorsionaban, hoy dicen preocuparse por nuestra salud. Antes los ancianos estorbaban; hoy son objeto de dudosos genocidios, sin atreverse nadie a preguntar quién, tras una vida vivida y hoy de escasa o mínima cali-dad, desearía ya descansar de la función. Son otro tipo de secuestros.