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Ciudad perdida

La vulnerabilidad sanitaria como negocio

D

ía 28, fase II, periodo de emergencia sanitaria (Covid-19). –Nadie podría asegurar qué cambiará en la vida de la gente después de la pandemia, pero hay elementos, según los datos que se tienen, que bien podrían esbozar, y sólo eso, algunos escenarios de la vida que viene.

La afectación más clara se dará, sin duda, en las relaciones humanas. Mientras la ciencia no descubra cómo combatir al coronavirus, ya sea con una vacuna –como en el caso de la influenza– o a partir de medicamentos, la reuniones masivas siempre serán un peligro, y tal vez sea necesario regularlas, o prohibirlas.

Y sí, eso afectará las relaciones humanas, pero la preocupación de quienes protegen los negocios es inconmensurable. Imaginar los estadios de futbol sin gente o con una ocupación al 50 por ciento supone un desastre, y hablamos de los estadios por establecer escalas superiores, pero la posibilidad de una infección se daría en cualquier reunión de más de 50 o tal vez 100 personas, lo que en términos del negocio actual llevaría a la ruina a muchas grandes empresas.

¿Qué pasará con los viajes? ¿Qué tipo de pasaporte se deberá usar para demostrar que se está sano y para poder ir de un lugar a otro? ¿Qué va a pasar con el mundo Reagan-Thatcher: el mundo global?

Las incógnitas son muchas, pero las verdades inmediatas son aterradoras porque el mundo que viene será más desigual, discriminatorio en extremo. Tan simple como el cuidarse del vecino porque no sabemos si está infectado o no. Tan terrible como entender que la salud, hoy por hoy, es otra mercancía que se compra y se vende entre quienes tienen para lograr la transacción.

Seguramente habrá quien venda, dentro de muy poco, los pasaportes de salud que permitan a ciertas personas acceder a métodos que les conserven sanos, y eso llevará, necesariamente, a un sistema de apartheid, de segregación, que no se parezca a nada de lo que hasta ahora hemos experimentado.

Desde luego, frente a esa realidad, de la que ya hemos probado bastante, queda el quehacer del gobierno que a partir de ahora debe empezar a buscar cómo impedir que la vulnerabilidad sanitaria del país se convierta en negocio y así evite, hasta donde se pueda, que la desigualdad crezca en el país.

Por lo pronto, se debe entender que este es el momento para apoyar el trabajo científico de las universidades fuera de las manos de la iniciativa privada, para que la investigación y sus resultados pertenezcan al Estado y no a una firma que para conseguir más dinero ahonde las desigualdades.

Sin duda habrá cambios, ojalá empiecen por el gobierno.

De pasadita

El asunto de los vales de despensa para los derechohabientes de Liconsa es una forma más que interesante de repartir mejor los dineros del gobierno, y eso de andar buscando justicia social no le cae muy bien a los alcaldes de algunas regiones de la ciudad.

Sumergidos en la muy basta filosofía de la destrucción y conscientes de que para ellos no hay futuro, que en Morena no los quieren –cosa muy rara–, y que desde ahora son perdedores, se niegan a plegarse a las ideas que no les beneficien, aunque eso signifique aumentar el atraso de muchas comunidades que están bajo su administración.

A contrapelo, el gobierno central debería hallar el mecanismo para que los Adrián Rubalcava en Cuajimalpa o los Julio César Moreno en Venustiano Carranza no impongan sus caprichos de desesperación a los habitantes de esas demarcaciones, que por otra parte pronto se darán cuenta de quiénes son esos que ahora hacen política en su representación. Aguas.