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Othón Cortez: las balas y Colosio
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Othón Cortez la historia le pegó con la fuerza de un mazazo. Estuvo en el lugar menos indicado y en las horas más oscuras de la historia reciente: Lomas Taurinas, Tijuana, hace 26 años. Murió este martes, aunque su tiempo quedó atado a aquella tarde y a los 18 meses que pasaría en prisión por un crimen que no cometió.

Dos balas terminaron con la vida de Luis Donaldo Colosio, el candidato del PRI a la Presidencia de la República, y Cortez estaba cerca de él, muy cerca.

Cortez había llegado de Oaxaca a Tijuana con el sueño de mejorar su vida pasando al otro lado. No llegó a Estados Unidos, pero se vinculó con el PRI municipal en funciones modestas, de ayudante y chofer.

Esto le permitió conocer y tratar a Colosio como presidente del partido, secretario de Estado y luego como candidato por sus frecuentes giras a la frontera. Mi trabajo era tener los periódicos temprano, cerciorarme de que el licenciado (Colosio) no requiriera nada, comprar cacahuates y manejar si se ofrecía, me contó hace unos años en una larga conversación que tuve con él en Lomas Taurinas, donde hicimos un recorrido.

En aquellos días, ya en el gobierno de Vicente Fox, Cortez buscaba que las autoridades lo indemnizaran por haber estado preso 18 meses en el penal de alta seguridad de Almoloya y por las torturas que, sostenía, había sufrido cuando lo detuvieron en febrero de 1995.

Los meses posteriores al homicidio de Colosio fueron de perplejidad y de angustia. Lo que parecía una tabla de salvación se había convertido en un barco a la deriva, porque todos los que acompañaron al candidato a ese mitin, tan absurdo como inútil, estaban bajo sospecha.

Pero lo que cambió su suerte, y de qué forma, fue la llegada de Pablo Chapa Bezanilla a la subprocuraduría de la PGR que se encargaría de indagar el crimen.

Dos fiscales, Miguel Montes y Olga Islas, ya habían agotado hipótesis y recursos, aunque sin convencer, porque delineaban que Mario Aburto había actuado en solitario.

Chapa Bezanilla dio un giro en las indagatorias y, por ello, su gestión se sustentó en la hipótesis de que Aburto había sido auxiliado por al menos otra persona, lo cual se desprendía de las declaraciones de tres testigos que afirmaban que Othón Cortez estaba armado y uno de éstos incluso señaló que lo había visto accionado un arma.

Los investigadores creían, además, que una ojiva había sido sembrada en el lugar de los hechos para despistar a las autoridades.

Othón Cortez fue absuelto en agosto de 1997. Los testigos resultaron inconsistentes y las imágenes captadas en el lugar de los hechos revelaron que en el momento del atentado, Cortez tenía la mano derecha sobre el hombro del general Domiro García, el jefe de seguridad de Colosio, lo que hacía imposible que pudiera accionar un arma.

Luis Raúl González Pérez sustituyó a Chapa Bezanilla en agosto de 1996 y con el tiempo llegó a la conclusión de que no existía otro tirador que Aburto, y que además no contó con cómplices ni materiales ni intelectuales.

A Cortez la absolución no le sirvió para sacar de su cabeza los días en Almoloya, las rigideces de esa prisión que se quedan como tatuajes y que hacen que el llanto estalle en cualquier momento. Es duro, pero más aún cuando se es inocente y no se tiene motivo alguno para estar enredado en un asunto de enormes repercusiones y del que se requerían resultados.

Cortez sólo recordaba con gusto la comida del penal, que al perecer era buena y copiosa y que, combinada con los medicamentos, lograba que el tiempo pasara.

* Periodista

Twitter: @jandradej