Opinión
Ver día anteriorLunes 13 de abril de 2020Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Aprender a morir

¿En casa de quién?

E

frainhuertiana: A mis amigos creyentes no los puedo entender: los más están muertos de miedo y presumen de creer.

Ante el promovido ataque del nuevo virus y otras amenazas más o menos reales, parece haber una fuerte correlación entre creencias y miedos; promesas de un cielo o un infierno eternos y el pánico cerval ante la posibilidad de comprobar su existencia si se muere infectado; una mayúscula contradicción, en fin, entre creer y ponerse en manos de Dios y exhibir espantos variados ante el bombardeo cotidiano de miedos mediáticos provocados. Cada quien su intranquilidad y su disposición a profesar lo que mejor o más cómodo le parezca con respecto al inquietante más allá, pero el viejo refrán sigue vivo: si tu mal tiene remedio, por qué te apuras, y si no lo tiene, para qué te apuras, excepto si no hay suficiente fe en una divinidad salvadora sino sorda desconfianza en su propensión castigadora.

En cualquier caso, los dueños del planeta y los operadores del sistema mundial seguramente tienen fríamente calculado hasta dónde violentar la vida de las personas amenazándolas, apartándolas, confinándolas e inmovilizándolas, con el consabido as bajo la manga para mostrarlo cuando consideren conveniente empezar a rescatar a la humanidad de tan terrible peligro. Muchas cosas fallaron –demasiados engaños y autoengaños– entre el aún atractivo creced y multiplicaos y el tardío ya no se reproduzcan como conejos. Contradicciones de un cinismo sin límite en el que gobiernos, partidos, congresos, organismos, gremios, universidades y medios, de pronto se solidarizan con la ciudadanía para preservarla del contagio, cuando desde siempre toleran, incluso en complicidad, a la voraz industria farmacéutica internacional, con unas utilidades sólo proporcionales a sus engañifas, ante la sospechosa o de plano omisa gestión y vigilancia de políticas sanitarias a nivel nacional y global.

Nada vale haber paralizado a la sociedad con el pretexto de frenar al poco letal virus, sino los incontables daños colaterales causados por esta severa alteración de la vida de la gente, con el pretexto de una salvífica cuarentena. La armonía no se improvisa, y recluir a las familias en el hogar las puede ahogar. No morirá el más débil o el menos dócil, sino quien tenga una cita próxima con La puntual. Quédate en casa, dice el nuevo mantra. ¿En la de quién?, se preguntan millones, desacostumbrados a vivir en familia.