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Influencias
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oco antes de recluirnos en nuestras casas por la pandemia, visité el Palacio de Bellas Artes para volver a admirar los murales que decoran el tercer piso del soberbio edificio. Se concluyó en la década de los 30 del siglo XX, después de 15 años de interrumpirse la construcción por el movimiento revolucionario.

Al retomar la obra se decidió modificar el proyecto original del interior, acorde con la ideología surgida de la Revolución, en la que desempeñaba un papel importante el muralismo, que buscaba transmitir la nueva mentalidad nacionalista a través del arte.

Invitaron a Diego Rivera y a José Clemente Orozco a pintar sendos murales en el tercer piso. Trabajaron de forma simultánea porque tenían que estar listos para la inauguración (1934).

Rivera pintó uno de sus murales más polémicos: El hombre controlador del universo. En 1933 lo había realizado para el Centro Rockefeller de Nueva York y fue destruido un año después. El presidente Abelardo L. Rodríguez le pidió hacer una réplica en el Palacio de Bellas Artes.

Por su parte, Orozco realizó Katharsis, impactante mural que muestra una imagen de la destrucción mecánica y la decadencia moral. Para ejemplificar a la corrupción usa como figura principal a una grotesca prostituta. Al fondo aparecen abigarrados personajes, armas, herramientas y al fondo grandes llamaradas.

En 1944, antes de finalizar la Segunda Guerra Mundial, David Alfaro Siqueiros realizó un tríptico en el que plasma el desvanecimiento del sistema totalitario y el surgimiento de un nuevo régimen. Los tres artistas pintaron después otros murales en el mismo lugar.

En las siguientes décadas Jorge González Camarena elaboró uno en el tercer piso y en los descansos de la escalera Rufino Tamayo hizo dos extraordinarios murales. Al tiempo se sumaron obras de Roberto Montenegro y Javier Rodríguez Lozano.

El conjunto de gran fuerza expresiva y enorme valor artístico integran la colección de 17 murales realizados por siete creadores nacionales entre 1928 y 1963. Esto convierte al Palacio de Bellas Artes en uno de los museos de artes plásticas más importantes de nuestro país.

El movimiento muralista mexicano trascendió fronteras y, entre otros, tuvo gran influencia en Estados Unidos. Un grupo de artistas con inquietudes sociales se identificó con la ideología que sustentaba el trabajo de los mexicanos. Algunos fueron invitados a realizar obras y, además de las ideas y valores que sostenían, compartieron algunas técnicas novedosas.

En recuerdo de esas importantes influencias recientemente el afamado Museo Whitney de Arte Estadunidense, en Nueva York, presentó la exposición Vida americana: Los muralistas mexicanos rehacen el arte estadunidense, 1925-1945. La curadora Barbara Haskell expuso en la inauguración: Muchos artistas estadunidenses se inspiraron en la obra de los muralistas mexicanos para crear narrativas épicas sobre la historia de Estados Unidos y la vida cotidiana utilizando el arte como una forma de protesta y de justicia social.

La muestra reúne más de 200 obras de 60 artistas mexicanos y estadunidenses alrededor de los murales de Orozco, Rivera y Siqueiros. Muy esperada era la reproducción del monumental mural que pintó Rivera en el Centro Rockefeller, en Manhattan, por encargo del millonario Nelson Rockefeller; cuando éste se percató que había incluido a Lenin, se indignó y ordenó su fulminante destrucción.

También se exponen obras de artistas mexicanos como María Izquierdo, Rufino Tamayo, Miguel Covarrubias, Lola Álvarez Bravo, Mardonio Magaña, Frida Kahlo y Alfredo Ramos Martínez. Entre los estadunidenses están Elizabeth Catlett, Aaron Douglas, William Gropper, Philip Guston, Eitaro Ishigaki, Harold Lehman, Jackson Pollock, Charles White, Marion Greenwood e Isamu Noguchi. Por cierto, estos dos últimos estuvieron en México en los años 40 y ambos pintaron murales en el mercado Abelardo L. Rodríguez.