Opinión
Ver día anteriorSábado 4 de abril de 2020Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Penderecki
D

ado el ritmo vertiginoso al que ocurren las cosas en nuestro acelerado tiempo, no creo que sea temerario decir que las dos décadas que han transcurrido del siglo XXI son suficientes para intentar, con algún grado de credibilidad, cerrar algunas cuentas del XX. Caso específico, compilar la lista de los compositores indispensables del siglo precedente. No me cabe duda que cuando alguien se atreva a hacer esa lista, contendrá los nombres de dos grandes compositores polacos: Witold Lutosławski (1913-1994) y Krzysztof Penderecki (1933-2020).

Sería una necedad afirmar que Penderecki compuso música fácilmente accesible al gran público, pero también es un hecho que un buen número de sus partituras, sin omitir el uso de técnicas y lenguajes contemporáneos, se perciben como menos herméticas e indescifrables que las composiciones de muchos de sus contemporáneos. Irónicamente, esta capacidad de la música de Penderecki para incidir en audiencias más amplias y numerosas le acarreó algunas críticas muy ásperas. Para ejemplo, estas palabras contenidas en un ensayo enciclopédico sobre Penderecki, firmado por su paisano Bohdan Pociej:

‘‘Penderecki ha sido criticado con frecuencia con el argumento de que su pensamiento musical es superficial y rudimentario…” Tales críticas son, por lo menos, discutibles; me parece difícil justificar ese par de adjetivos aplicados a obras como la Pasión según San Lucas, Treno por las víctimas de Hiroshima, Anaklasis, Utrenja, Polimorfia, Emanaciones, De natura sonoris, Dies irae, Fluorescencias, Cosmogonía, Los demonios de Loudun, pruebas irrefutables de que Penderecki poseía un sólido sentido del drama sonoro, y de que dominaba plenamente las herramientas para desarrollarlo, ya fuera en obras sustentadas en alguna idea política, social, humanista, religiosa, o en sus numerosas composiciones abstractas en las que esa expresividad dramática es evidente. Por otro lado, en varios textos publicados recientemente en el mundo en memoria de Penderecki se menciona el hecho de que su estatus como el gran compositor polaco de música de concierto de su tiempo no le impidió hacer una lucrativa carrera como director de orquesta; en tales escritos es posible percibir un subtexto abiertamente crítico. ¿Acaso ambas vertientes de su actividad eran incompatibles, o mutuamente excluyentes, o el hecho de que un músico polaco se ganara bien la vida dirigiendo orquestas lo convertía automáticamente en una especie de mercenario del arte? Lo dudo.

Respecto de su relación con los regímenes polacos bajo los cuales le tocó vivir y trabajar, Penderecki dio una pista clara al afirmar que en su música se mantenía intencionalmente alejado del uso de materiales folclóricos porque ello implicaría, de alguna manera, pactar con el régimen y sus peculiares lineamientos estéticos y culturales. Al comentar sobre el proceso de liberación de esos lineamientos y restricciones en el ámbito de la composición en Europa del Este, Paul Griffiths escribe:

‘‘Durante los sesentas, el camino fue encabezado por Polonia, cuyos dos compositores más prominentes, Lutosławski y Penderecki, fueron influidos por los avances en sonoridad orquestal introducidos por Xenakis, Stockhausen, Boulez y Cage.”

Como ocurrió con algunos otros grandes compositores contemporáneos de concierto, Penderecki llegó con su música a sectores más o menos amplios de público a través de la inclusión de sus obras en un buen número de películas, de directores como David Lynch, Peter Weir, Martin Scorsese, Alfonso Cuarón y Andrzej Wajda (música original). Los casos más destacados de su presencia en el cine, sin embargo, están en El exorcista (William Friedkin, 1973) y El resplandor (Stanley Kubrick, 1980).

Cosa realmente extraña, el espléndido soundtrack de El resplandor nunca fue digitalizado, y hoy existe sólo en la forma de un vinilo inconseguible. Este es, sin duda, un buen momento para revisitar la potente música de Krzysztof Penderecki, fallecido en Cracovia el pasado 29 de marzo.

Por mi parte, recordaré siempre con placer y asombro la singular experiencia que fue atestiguar, en un par de conciertos realizados en México, el trabajo de este buen director de orquesta zurdo, de los cuales hay muy pocos.