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El hoyo
“E

l que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él” (Juan 6:56). El hoyo: una prisión vertical, ubicada en un espacio distópico, con una altura calculada de 200 pisos. En cada nivel de esta cárcel conviven únicamente dos presos, obligados a disputarse la comida que a diario llega hasta su piso sobre una plataforma rectangular que se desplaza a través de un agujero al centro del edificio y que reserva para los reos de los niveles altos comida abundante, auténticos manjares, dejándole a los de abajo sólo las sobras y desperdicios de lo consumido en las zonas privilegiadas.

El hoyo (The Platform, título de distribución internacional), primer largometraje del español Gaster Gaztelu-Urrutia, combina con astucia el cine de ciencia ficción y una alegoría política y social muy a tono con los tiempos presentes. Su trama y propósito suponen, según palabras del director, que en algún momento la humanidad tendrá que afrontar las consecuencias de un reparto injusto de la riqueza. Su manera de ilustrar esta premisa es colocando a sus personajes en medio de una crisis de supervivencia que los obliga a enfrentarse unos a otros, de modo violento y sanguinario, en su lucha por procurarse un mendrugo de pan o los restos de algún platillo suculento.

En este microcosmos carcelario, que concentra la carga de violencia y angustia de cintas más ambiciosas y con mayor presupuesto como los clásicos Blade Runner (Ridley Scott, 1982) o Mad Max (George Miller, 1979), hombres y mujeres han perdido todo rastro de dignidad y actúan como bestias acorraladas, dispuestas a entredevorarse para poder sobrevivir. El canibalismo es un último recurso, y a la postre una práctica común que ya no escandaliza a nadie.

Lo interesante en la propuesta de El hoyo, originalmente una obra de teatro que nunca se exhibió, es la negativa del realizador a reducir ese juego de masacre claustrofóbico a una simple metáfora social en la que se enfrentarían una élite detentadora de la abundancia y una mayoría de desposeídos, cargados de rencor social, ávidos de reparación por tanta injusticia. La manera ingeniosa en que la cinta rehuye ese maniqueísmo moral consiste en hacer que los presos se vean obligados a cambiar aleatoriamente de piso cada mes. Los reos tienen así la posibilidad de gozar por un tiempo los privilegios antes escatimados, o de verse temporalmente despojados de los mismos. Se trata, en todo caso, del reparto más democrático imaginable de toda la mezquindad de que puede ser capaz un ser humano.

A esa prisión decide ingresar como voluntario, y con el propósito de completar una investigación universitaria, un hombre escuálido y taciturno llamado Goreng (Iván Massague). Su primer compañero de celda es un anciano hosco y desencantado, veterano de encierros, que responde, cuando quiere, al nombre de Trimagasi (Zorion Equileor). El diálogo filosófico que entablan los dos personajes a propósito de la humanidad y sus miserias, del cautiverio forzado y las ilusiones de la libertad, se vuelve en ocasiones áspero, aunque nunca comparable en brutalidad con lo que sucede en los otros pisos del presido vertical. El faro, película reciente de Robert Eggers, con Willem Dafoe y Robert Pattison, sugiere una confrontación moral parecida.

Goreng habrá de descubrir, en una soledad creciente y al cabo de múltiples peripecias, que incluyen actos obligadamente criminales y algún infértil desvarío amoroso, que en ese territorio hostil donde es imposible distinguir a los opresores de los oprimidos, siendo cada cual, alternadamente, el ideal verdugo del otro, el infierno verdadero es la convivencia forzada con los demás. Este pesimismo existencial tiene su contraparte aleccionadora en la sugerencia que hace el director –por cierto con escasos matices–, de un mensaje reiterativo, para algunos tal vez ingenuo, pero hoy ciertamente indispensable: sólo un impulso de solidaridad colectiva puede salvar a la humanidad de cualquier tipo de catástrofe y, sobre todo, de una degradación moral generalizada.

El hoyo obtuvo el premio del público en la sección Midnight Madness del pasado Festival Internacional de Cine de Toronto y el de la mejor película en el Festival Internacional de Cine Fantástico de Sitges.

Es uno de los estrenos más recientes en la plataforma Netflix, y una opción de entretenimiento durante la actual contingencia sanitaria.

Twitter: CarlosBonfil1