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Arte y tiempo

El gran teatro del mundo

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▲ El multifacético director español Carlos Saura, en Guadalajara, Jalisco, en febrero pasado.Foto Arturo Campos Cedillo
L

a eterna polémica sobre si un clásico puede tocarse o no, y escenificarse con mirada contemporánea o siempre acorde a la época en que se escribió, es una discusión que jamás tendrá solución. Por mi parte, pienso que, respetando el texto y su sentido original, la condición para que pueda ser tocado, es el talento. Si se aborda una obra clásica de forma poco inteligente y se la convierte en chabacanería, esto debe ser condenado. Pero si se le trata con creatividad auténtica, se le refresca y otorga nuevo aroma, entonces esa obra rejuvenecerá y será aún más disfrutable para los nuevos públicos que la conozcan siglos después de cuando fue escrita.

La reflexión viene a cuento al contemplar la versión de El gran teatro del mundo, del gran maestro del barroco literario, don Pedro Calderón de la Barca, presentada por la compañía teatral jalisciense Imagina Producciones, y la Universidad de Guadalajara a través de su Dirección de Cultura, en brevísima temporada en la Ciudad de México, dada la contingencia de todos conocida. Sin falta, deberá reponerse.

No puede dejar de hacerse porque esta puesta en escena merece ser vista por muchos y no solamente por los pocos que afrontamos el riesgo de asistir a una de sus únicas cuatro funciones en el Teatro Helénico. Este montaje no es mexicano, sino español y, en España, lo creó nada menos que el gran cineasta Carlos Saura.

Saura vino a México gracias a las gestiones de las instituciones públicas y privadas mencionadas, y en Guadalajara montó y dirigió personalmente la versión que nos ocupa. Y, como sin duda, es un privilegio trabajar bajo las indicaciones de un director de la talla de ese hispano, menciono a todos los que tuvieron esa prerrogativa: Carlos Aragón, Emma Dib, Alejandro Calva, Jesús Hernández, Denisse Corona, Eduardo Villalpando, María Balam, Said Sandoval, Carolina Ramos, Marco Antonio Orozco, Agni González y Erandi Rojas.

La obra fue Publicada en 1655, y a casi 400 años de distancia, la versión que Saura nos ofrece es necesariamente irreverente, pero de una irreverencia inteligente, creativa, divertida y, bien importante, apegada al texto original, al cual únicamente hace pequeños agregados para situarla en el hoy y aquí y manteniendo toda la estructura calderoniana que se presenta tal cual.

El Autor explica al Mundo la labor de la Creación y los fundamentos teológicos de la misma.

Los personajes se presentan al Mundo, quien les da los trajes para la representación de la comedia de la vida, cuyo título es Obrad bien, que Dios es Dios. Terminada la comedia, el Mundo quita a todos sus trajes. Los personajes se dirigen al Mundo para presentarse ante el Autor, tras lo cual este convida a los que han representado bien la obra al banquete eucarístico.

Para los nuevos públicos se presenta aquí la ocasión de conocer un clásico, al tiempo que una puesta en escena absolutamente contemporánea, lo que sin duda aumenta el atractivo, ya que los sitúa en su ahora. Así, por ejemplo, un actor cuestiona al Autor –el propio Calderón de la Barca– sobre el contexto político-social de su personaje, y la respuesta del Autor es, a su vez, una pregunta: ¿eres comunista? Ante los planteamientos de una actriz, el Autor llega a la conclusión de que ella es feminista y anarquista. Como éstas, se dan otras tantas situaciones por demás simpáticas no excluyendo, por supuesto, la posición autoritaria del Director-Autor que recuerda a sus actores que el texto es de él y debe decirse como él quiere o bien pueden dejar el ensayo de inmediato y marcharse con viento fresco.

Director Todoterreno como lo llamó alguien, ya que incursiona con igual fortuna en ópera, teatro, televisión y en lo que se le dé la gana, Carlos Saura nos dejó en El gran teatro del mundo una deliciosa muestra de esto, y por eso termino reiterando mi insistencia: su temporada debe repetirse aquí y, por supuesto, alargarse.