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Pandemia
Si los hospitales no se dan abasto, ahora menos

Aun entre médicos lo que domina es el rumor, lamentan

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▲ Guantes y tapabocas son esenciales para algunos usuarios del Metro.Foto Pablo Ramos
 
Periódico La Jornada
Miércoles 18 de marzo de 2020, p. 5

Selene es pasante de enfermería. Hace su servicio social en el Hospital Juárez y siente que desde hace una semana mi vida cambió. La visión idealizada que tenía sobre los profesionales de la salud se ha deteriorado. “Cuando empezó lo del coronavirus pensé que justo en el hospital iba a aprender cómo se manejan estas cosas, pero no. Lo que veo es que lo que domina es el rumor y casi nadie actúa en forma correcta. Veo que mis compañeras estornudan y se tapan con la mano, que hay robo de geles y cubrebocas, que no todos los médicos cumplen con los cinco momentos del lavado de manos. Creí que era el momento en que todos podíamos poner nuestro granito de arena para dar una buena respuesta… y no está ocurriendo”.

Las pasantes de enfermería no han tenido, como esperaban, un curso de capacitación sobre la epidemia. “Sólo nos dieron una guía rápida, ni siquiera un protocolo formal. Apenas mañana nos van a dar el curso, porque presionamos. Y no dejo de pensar… cuando mucha gente empiece a llegar con contagio ¿cómo lo vamos a hacer en el hospital?”

Eso, por los rumbos del Instituto Politécnico Nacional.

Por los rumbos de Neza, en la colonia Juárez Pantitlán, la preocupación es otra. A lo largo de una docena de cuadras, lo que hay son carnicerías que venden al por mayor. Casi todos los vecinos son familias procedentes principalmente de Oaxaca y Guerrero, trabajan destazando y preparando cortes en horarios nocturnos y diurnos. Nadie está pensando en cuarentenas o aislamiento voluntario. Por aquí mis vecinos dicen: o nos morimos de coronavirus o nos morimos de hambre, pero no podemos parar el trabajo.

Gabriela García se ríe de las compras de pánico en los supermercados de las colonias clase medieras y clases altas. Nada de eso por aquí, todos vivimos al día. Ella y su hermano, que viven pegados a los noticieros, aplican sus propias medidas de protección, con algo de cloro y duplicando el gasto de agua para lavarse las manos con mayor frecuencia. Viven en un edificio sin servicio de agua corriente y gastan 250 pesos semanales para que las pipas les llenen cinco tambos. Con eso nos debe alcanzar, no hay más.

Otro es el cantar en la colonia Estrella del Sur, en Ixtapalapa. Ahí, Delfino, padre de cuatro muchachos, se adelantó. Hace una semana compró cubrebocas y gel antibacterial y no permite que nadie salga de casa sin su dotación en la mochila. Claudia, su esposa, lavó las cobijas desde la semana pasada y “lo más extraño –dice ella– es que cancelamos los besos y abrazos entre nosotros”.

Para los muchachos que estudian, no hay dilema: vacaciones forzadas. Para Delfino tampoco, porque su negocio, que es vender en la calle plantas decorativas en una colonia distante, tampoco. Día con día se le han caído las ventas. Pronto la economía dependerá únicamente de las dos mujeres de la familia, la hija Paola, recién egresada de la carrera de medicina, que trabaja en el consultorio de una farmacia, por su rumbo, y de Claudia, que se dedica al servicio doméstico. ¿Las mandarán a casa sin salario? No saben todavía.

En casa de Selene sólo ella, a sus 22 años, se preocupa por las medidas mínimas ante la epidemia. Mi hermana y mi papá no me hacen caso. Mi mamá, que es cajera en un supermercado, a veces se lleva su tapabocas. Pero en el trabajo ni gel les dan, y eso que están en contacto con muchas personas. Ella es rigurosa. Por las tardes cuida a una mujer muy mayor. Antes de empezar se cambia su filipina por otra recién lavada, desinfecta sus manos y su zona de trabajo. Los profesionales de la salud deberíamos ser los más informados y dar el ejemplo, tranquilizar a la población y enseñarles lo que hay que hacer. Así lo entiendo yo, pero las autoridades quién sabe. Apenas ayer corría el rumor de que a las primeras que nos van a mandar a nuestras casas es a las pasantes. ¿Por qué? Yo creo que somos necesarias, que van a hacer falta muchas manos en los centros de salud.

¿A poco en los hospitales van a poder con más enfermos?, se pregunta Gabriela. Teme más por su madre, que es hipertensa, que por su niño de cuatro años, que se resiste a lavarse las manos. Hace meses, mucho antes de que se hablara del Covid-19, su tía Juana estuvo grave. Pasó en un hospital general cinco días sentada en una silla, con suero y sin tratamiento, porque no había camas disponibles. Si nunca han podido, menos ahora, concluye con ánimo fatalista. Pero no tengo miedo. Por lo menos ahora. Ya será otra cosa cuando conozca personalmente a alguien que se contagió.