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Remirando a Godot
U

no de los rubros constantes en el opinatorio nacional es la intranquilidad por la seguridad, lo que cada quien quiera entender por ella. Ya no es necesario describir sus manifestaciones, pero una idea sí es el común denominador: hay que clarificarla y actuar de manera diferente o complementaria.

La preocupación de la comunidad nacional no se da sólo en México. Está presente en el mundo y se advierte como un caleidoscopio que muta de país en país, de momento a momento. Sin embargo y precisamente por esa mutación constante es que debiéramos estar alertas sobre sus efectos para la vida nacional. Grave alerta es el Triángulo del Norte, al que no vemos en esa innovadora dimensión de seguridad.

Es evidente la desintegración de las interpretaciones sobre seguridad. No hay unidad de criterio. En ausencia de una justa racionalización cada institución corresponsable o persona interesada percibe el tema como de su interés y el reto de su área de acción, sea gobierno, academia, periodismo o sectores sociales generando un rompecabezas de difícil armonización.

Hasta hace poco estos criterios eran las convenciones básicas por parte de actores ante una responsabilidad común, cuando lo deseable es que debieran haber creado una verdadera unidad doctrinal. No fue así.

De forma universal la situación es más delicada, pues es indudable que la seguridad, cosa que se estimaba como cuestión doméstica, es una preocupación infinitamente compleja. A la violencia interna, si bien hoy exacerbada, se le concebía autónoma, singular, incorpórea e inconexa, pero este fenómeno, visto así, ya pasó.

Hoy la expansión y sofisticación de las redes criminales interconectadas en todo el orbe nos hacen dudar ante quien la describe. ¿Quién aceptaría que existe una vigorosa relación entre maquinaciones y acciones que se dan entre Chicago, Los Ángeles, Bangkok, Dakar, Fortaleza, San Pedro Sula y Laredo o Culiacán? Pocos estarían dispuestos, pero corresponde a una verdad.

Cavilan criminales que no soñamos en lugares que no imaginamos. Manejan ideas, planes, alianzas y colusiones insospechadas. Pactan transacciones enormes de dinero, armas, seres humanos y drogas a escalas insospechadas, no pocas veces con gobiernos locales. En el extremo opuesto del delito están los cárteles de Jalisco Nueva Generación, Tepito, o El Chapito. En esa misma escala está la actual manifestación del crimen doméstico: atracos, extorsiones, asesinatos inexplicables, delitos sexuales.

Y la pregunta sin doblez es: ¿dónde está la protección al interés nacional, qué fuerza y habilidades tienen los garantes del derecho? A ello, la respuesta en Gran Bretaña, España, México o Brasil es que no hay la suficiente correlación. El gran crimen es increíblemente diferenciado, sutil, intangible, fuerte, eficaz. Por el otro lado, está la conducta inexplicable y creciente de una sociedad violenta que hiere al prójimo en formas verdaderamente lastimosas.

La sensación de inseguridad y de vulnerabilidad está presente en todo el mundo. Se constata la irrupción, multiplicación y expansión del crimen universalmente, ahora con formas e intensidad que ayer no merecían mayor consideración como riesgos y amenazas. En México se está haciendo, pero de manera inercial, sólo en respuesta a los apremios.

El fenómeno afecta sensiblemente a los servicios de inteligencia, que exigen como la más alta prioridad evolucionar, afinar y reorientar hacia nuevos fines y formas. El espionaje bélico, que en el próximo pasado era materia prima de la política exterior y la defensa nacional hoy es solo preocupación central de las grandes potencias.

Hoy la cobertura de tareas destinadas a la seguridad no se dedica a prevenir conflictos entre países. La tarea es la cooperación ante el agobio criminal con una perspectiva multinacional y multisectorial y ante la lacerante criminalidad social, que es más dolorosa.

Si esta argumentación fuera razonable nos llevaría a una conclusión: hace décadas que andamos dando palos de ciego, empezando por las pesadas organizaciones internacionales, los países que se victimizan, los que sufrimos convulsiones internas por factores de origen foráneo. Aquellos que vimos en toda colaboración externa formas violatorias de la soberanía nacional. Los que siendo una sociedad estructuralmente violenta no vimos iniciarse el fuego en el vecindario.

Es de todo esto que hay que remirar a Godot, aquel que representa graciosamente la felicidad salvadora y plenaria de todos los reales y posibles problemas de su existencia. Ese personaje que siempre esperamos que venga a hacer nuestros deberes y que nunca aparece.

Hay en el modo de esperar dos actitudes radicales: la simple, basada en la actitud expectante tan propia de nosotros y la fundada en el talento y el esfuerzo, resultado de aceptar que todos, todos, nos quedamos cortos en descifrar el problema de la violencia y menos acertados fuimos al adecuarnos a sus amenazas de todo origen. Ya no fue oportuno, pero ahora es indispensable