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Poder y corrupción
E

l combate a la corrupción y a la impunidad es una de las mejores contribuciones políticas que el régimen de la 4T está haciendo al cambio social dentro y fuera de México. La congruencia entre la palabra y la acción creíble, ejemplar, cunde como reguero de pólvora, porque transforma las conciencias y la realidad.

Hay algo que es difícil ocultar, se dice: el dinero y la felicidad. Sólo que ésta no depende de aquél en sí mismo. ¿De qué serviría tenerlo guardado en sótanos, en colchones o en bancos, si no se traduce en bienes y servicios cuya apropiación y uso exclusivo es lo que, a manos llenas, debería producir la ­felicidad?

Existe una frase que se ha hecho común para encontrar las motivaciones de hechos delictivos: Follow the money, sigue la pista al dinero y encontrarás al culpable y la verdadera causa del delito. Pero si el dinero es sólo un instrumento para el intercambio de bienes, ¿no sería mejor referirse a lo que en realidad está en el fondo de esa sentencia? Si decimos follow the property, tal vez podamos ir más directamente al origen y a la fuente del delito en cuestión.

Ahora que se han revelado, en algunos casos paradigmáticos, como los de Genaro García Luna, Rosario Robles y Emilio Lozoya, parte de las propiedades que se presume fueron adquiridas por corrupción, la primera idea que viene a la mente es no tanto el cómo, sino el qué de los abusos de poder en que se habría incurrido: qué se adquirió y por qué fue posible reunir evidencias para inculparlos, si no es en última instancia por el conjunto de bienes y servicios financieros, de propiedades muebles e inmuebles a las que habrían tenido acceso en el país o en el extranjero: cuentas off shore, obras de arte, joyas, residencias en Florida y otros lugares.

Tenemos aquí otro antecedente emblemático de corrupción, el de Zhenli Ye Gon, en el que el cuerpo del delito fue hallado en una residencia en Las Lomas: fuertes sumas de dinero en una propiedad inmueble, cuyo origen legítimo no habría podido explicarse o comprobarse. Y que luego aparente y misteriosamente desapareció.

En este y otros casos no hubiera sido suficiente seguir la pista al dinero; sí lo es, en cambio, buscar y conocer el origen de ciertas ­propiedades.

Ahora que estamos viviendo en los difíciles avances de la 4T, pareciera que vale la pena hincar el diente al asunto de los dineros y las propiedades. En un sistema económico y en un régimen político capitalista, colonialista y patriarcal (Boaventura) como el que hemos vivido y aún padecemos, el pastel del crecimiento se genera y se distribuye arriba, y sólo las migajas llegan a los de abajo. Incluso el crimen organizado reclama su parte.

Aquí las preguntas podrían ser: ¿qué hace posible la formación de un régimen de abuso de poder, de corrupción e impunidad de tal modo establecido que pareciera permear todas las esferas de la vida pública y privada de un país? ¿Es o no la apropiación privada de los bienes públicos el resultado y la consecuencia de las relaciones de poder que, en el ámbito interno e internacional, se producen por la dominación hegemónica que ejercen las metrópolis sobre las periferias, y las colonias sobre los pueblos? (Wallerstein). ¿Y no es dentro de nuestro territorio el despojo de tierras, recursos y bienes de la nación la expresión más directa y visible de que existe y se mantiene un colonialismo interno (González Casanova) en nuestro país?

Si esto es así, se ve ahora posible y propicia la oportunidad histórica de replantear un tema central y decisivo: ¿quién tiene derecho a qué? Desde la antigüedad clásica, pasando por la modernidad, hasta nuestros días, es éste un asunto que permanece diluido, etéreo, casi oculto al debate político, económico, filosófico, mediático. Pero es posible reactivarlo. ¿O no?

Así, entre los valores o paradigmas consagrados desde las famosas declaraciones de derechos humanos de las revoluciones francesa y estadunidense se mencionan: la libertad, la igualdad, la fraternidad, la felicidad y, al último (last but not least), la propiedad. Así, en los regímenes liberales y aún socialdemócratas, más y menos populistas, estamos acostumbrados a que se reclame el respeto a las libertades individuales o a mejores condiciones colectivas de igualdad, pero casi nunca reconocemos, aunque estén implícitos, la importancia de los derechos reales derivados de las relaciones sociales de propiedad. ¿Por qué? Porque la propiedad privada, legitimada incluso por las encíclicas papales, es un tema tabú, marginal, que debe mantenerse oculto. ¿No será porque en la realidad la propiedad, privada o pública, individual o colectiva, es el poder y el gran poder es la gran propiedad? Todo indica que el momento histórico de la 4T es propicio para volvernos a preguntar: ¿quién tiene derecho a qué? Propiedad, corrupción y poder, es el tema.

*Profesor de ciencia política y ex ­embajador de México