n días recientes el gobierno de Turquía ha entremezclado los asuntos migratorios con el manejo de sus disputas y ambiciones geopolíticas.
Así, el régimen que preside Tayyip Erdogan comenzó ayer la apertura gradual de sus fronteras para el paso de migrantes sirios hacia territorio de Grecia, país con el que Ankara mantiene conflictos centenarios y una conocida rivalidad geoestratégica. La decisión es vista como una medida de presión hacia Europa occidental, en general, cuya finalidad es conseguir el respaldo de la Unión Europea a su ofensiva en el norte de Siria contra el gobierno de Damasco.
Lo anterior ha colocado en una situación precaria y desesperante a unos 13 mil desplazados de origen sirio, afgano e iraquí, los cuales se hacinaban en la franja fronteriza de 200 kilómetros que separa a ambos países. Las autoridades de Atenas, tomadas por sorpresa y desbordadas ante el flujo migratorio, emprendieron operativos para impedir el paso de los refugiados, lo que se tradujo en confrontaciones entre éstos y agentes policiales griegos. En ese contexto, el presidente Erdogan acusó a las fuerzas del orden de Grecia de asesinar a dos migrantes y lesionado de gravedad a un tercero, versión que aún no ha sido confirmada. El giro en la actitud de Ankara ha sido atribuido al reciente revés sufrido por sus efectivos en el teatro bélico de Siria, donde una treintena de soldados turcos que participaban en una incursión denominada Escudo de primavera resultaron muertos por bombardeos aéreos realizados por el gobierno de Bashar al Assad en respuesta a la invasión.
Las más recientes acciones militares de Turquía en suelo sirio no sólo han incrementado de manera dramática el número de personas que buscan escapar de los enfrentamientos, sino que han colocado a Erdogan en una ruta de colisión con Rusia, nación que ha cooperado con Turquía en el combate a las facciones fundamentalistas que todavía operan en Siria.
Ahora, por añadidura, el gobierno turco vincula dos asuntos explosivos y de suyo problemáticos, como el flujo migratorio hacia Europa occidental –en el que Turquía fungía como filtro y territorio de amortiguación, a cambio de generosas concesiones por parte de la Unión Europea– y la guerra en Siria, en lo que constituye una utilización del sufrimiento de los desplazados y refugiados, en sumo inescrupulosa, y una multiplicación de los obstáculos para construir soluciones a ambos problemas.
A esta repudiable y peligrosa decisión se agregan las incongruencias, la falta de voluntad política y la hipocresía que han caracterizado la actitud de la mayor parte de los gobiernos europeos para con los millones de individuos que han perdido familiares, hogares y posesiones y que están en riesgo de muerte en guerras detonadas o recrudecidas por los propios gobiernos de Occidente –como ha ocurrido en Afganistán, Irak, Libia y Siria– y a los cuales ahora se les niega el ingreso a naciones europeas.