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Infancia y Sociedad

Enfermos de impunidad

“T

engo miedo, pero no de ese que se pasa rezando”, escribe la poeta chilena Denni Zú. ¿Qué miedo es el que sentimos las mujeres que ni Dios puede ahuyentar en una sociedad caída en la barbarie?

El mayor monstruo de México es la impunidad que vuelve crueles y desalmados asesinos a hombres frustrados desde niños por la miseria material, afectiva y cultural en que crecen. Sólo si somos capaces de cambiar la vida de la niñez y de las mujeres el país se transformará.

Morir a golpes, violada, desollada, descuartizada o ser bañada de ácido son miedos que sufrimos las mujeres. La tragedia de la niña Fátima hizo visible a más de 250 niñas muertas como ella en manos de monstruos. Tan sólo en la Ciudad de México más de 100 fueron asesinadas entre 2012 y 2019, según el Instituto Nacional de Ciencias Forenses. A lo largo del país los feminicidios contra niñas se multiplican ante una sociedad impasible.

La perversidad irreversible de asesinos como los de Fátima causa tentación de pensar en la pena de muerte, en el fusilamiento o en la pedagogía del doctor Guillotin para eliminar asesinos irredentos, porque sería una “terapia de shock” más efectiva que cualquier santo evangelio. Suena brutal, pero si fueran capturados los más de 3 mil criminales sicópatas hoy libres, ¿en qué espacios carcelarios estarían? No los hay. Por cierto, ¿qué fue de las Islas Marías?... Estamos enfermos de impunidad más que de corrupción; la primera es causa y la segunda efecto que se multiplica incesante. Combatir la impunidad es lo primero. La moral no se construye con discursos y catecismos, sino con acciones de justicia, valentía y dignidad. Según el mismo fiscal general de la República, Alejandro Gertz Manero, anualmente se cometen 33 millones de delitos en México, de los cuales 99 por ciento quedan impunes, y delitos contra mujeres sólo 7 por ciento llegan al MP. Urge refundar el sistema de justicia, pero no con criterios de un solo hombre, sino con el de expertos en desarrollo humano y concenso social. Porque como afirma Nietzsche: No es la duda lo que vuelve locos a los hombres, sino la certeza. La certeza de un loco para quien todo gira a su alrededor llega a convertirlo en el gran solitario y su discurso queda cerrado sobre sí mismo.

P.S. “¡Sal de Ítaca, Penélope… el mar también es tuyo!” Marzo 8 y 9: Soy mujer, soy libre, soy mía…