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Nosotros ya no somos los mismos

Conocida historia del flautista // El magistrado que les hizo un favor // Esas viejas amistades

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▲ Hace tres décadas una familia rodeada de polémicos personajes mandaba en la vida política: los Salinas fueron condenados por la opinión pública.Foto La Jornada
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ara un amigo (que por las cosas que me dice no logro dilucidar si es de los mejores que tengo o todo lo contrario) no hay columneta que le merezca aprobación completa. A todas les encuentra imprecisiones, errores o interpretaciones sesgadas en las que yo, por ignaro o por ser mayor de 50 años, como es mi caso, inevitablemente incurro. Me dice: craso error, Ortiz. Cuando hace unas semanas se te ocurrió desempolvar tu cédula profesional y disfrazarte de jurista criticando incisivamente el artículo 98 constitucional, quedaste peor que la ocasión en que tu abuela reciclable, doña Cata, coaccionó a las madrecitas del Colegio Plancarte, ofreciéndoles hacerse cargo gratuito de la ejecución musical de la fiesta de graduación de los alumnos de esa generación de la que, según tengo entendido, soy uno de los cinco sobrevivientes, a cambio de que te incluyeran dentro del montón de escuincles que representaban el pueblo de Hamelin (mínimo breviario cultural: este lugar existe y está a orillas del río Weser), pequeña comunidad que pretendió defraudar al flautista que los había librado de la plaga mortal de ratones que asolaba su comarca, negándose su pago, luego de que hubiera cumplido el compromiso de desaparecerlos en el río al que, en justa venganza, el flautista pretendía invitar a nadar a los niños hamelineses… Bueno, ustedes perdonarán que, aunque menos interesante que el de los hermanos Grimm (Alemania, 1842), me abstenga de relatarlo completo en detrimento de mi propio cuento de hoy, en el que otro mágico flautista y ministro engatusó y se burló de la ley suprema y de las sagradas instituciones: ocupó un sitial que por ningún concepto merecía y lo abandonó cuando ya era inevitable, pero sin cumplir con un mínimo requisito: demostrar que las causas que a esta inusitada acción lo movían eran graves y no una escapatoria.

Me recordó el ministro al vago del pueblo que se presentó a una boda de postín, y cuando le fue requerida la invitación indispensable se enfrentó a los cadeneros de pueblo y los increpó: ¿Qué les pasa, pelaos? ¿Tan turulatos o qué? Tuve toda la semana esperando mi invitación y no llegó y ora me salen con remilgos de que ontá el papelito?

Así razonó el magistrado: cuando fueron a verme para pedirme el favor de que aceptara este encargo no tomaron en cuenta los engorros que implicaba: venir todos los días al Centro Histórico, vestirme como Tres Patines, el de La Tremenda Corte. Revisar los aburridos proyectos de una serie de doctos pero frustrados abogados que durante años escribieron para mí, tesis pegadas con verdadera Kola Loka jurídica, a la más estricta aplicación de la ley, pero que tuvieron que enchuecar lo muy derecho o, cuando menos campechanearlo para que yo pudiera contribuir al crecimiento, la estabilidad y la paz social del país. Yo pongo mi firma en la renuncia y ustedes las causas graves. Pero eso sí, no se manden porque una cosa es renuncia y otra cosa es harakiri y… ahí sí vamos pegados con Kola Loca extra).

La pelota quedaba ahora en manos del Ejecutivo (y aquí me meto en terreno minado). La Constitución señala que las causas graves serán sometidas (horrible verbo), al Ejecutivo y, si éste las acepta, serán enviadas para su aprobación al Senado. ¿Para su aprobación? ¿No su análisis, discusión y aceptación o rechazo? ¡No! Para su dispuesta aprobación. Mero trámite, protocolo o pior aún ¿simple acatamiento a lo dispuesto por el Ejecutivo.

Don Andrés Manuel hizo una de sus grandes faenas: se lavó las manos como Herodes. (No, torpe Ortiz, ¡Como Pilatos!). Ortiz: ¿Y Pilatos nunca se las lavaba?) Con esa costumbre de encarnar al redentor de los peores pecados y a San Francisco de Asís, que conversa con los animales, le dejó al Senado la responsabilidad de evaluar las razones del ministro Medina Mora. Dicen que una sola prueba fue suficiente: la fotografía de la intimidad entre el ministro Medina Mora y la entrañable relación que lo exhibía con Carlos y Raúl Salinas de Gortari, Mario Villanueva, Diego Fernández de Cevallos, Romero Deschamps, Juan Collado y muchos otros lamentables capitostes, hoy desesperados buscadores de un amparo constitucional. Tantas Amparos que yo conozco pero, para su desgracia, todas son mujeres de bien.

PD. A la vuelta de la página de la fotografía mencionada están los nietos de don Frank Nitti, don John Dillinger y don Al Capone. Todos ellos, sin embargo, interpusieron un recurso legal que impidiera que una publicación de esta naturaleza afectara su buena honra y reconocimiento público como hombres de bien.

PD. Frente a la propuesta de un día sin nosotras yo propongo: 365 días con ustedes.