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Cumple el PT 40 años; si no salimos a las calles, estamos perdidos, dice Lula al festejar en Río
Especial Para La Jornada
Periódico La Jornada
Lunes 10 de febrero de 2020, p. 23

Río De Janeiro., El domingo 10 de febrero de 1980, en un salón del Sion –colegio católico reservado a señoritas de la élite de Sao Paulo–, intelectuales, religiosos vinculados a la Teología de Liberación, artistas y un nutrido número de sindicalistas fundaron el Partido de los Trabajadores.

Era un grupo bastante heterogéneo, integrado por académicos como el historiador Sergio Buarque de Hollanda, el educador Paulo Freire y el crítico literario Antonio Candido, todos capitaneados por un combativo dirigente sindical llamado Luiz Inácio da Silva, conocido entonces por el apodo de Lula. Un punto específico los unía: eran fuertes opositores a la dictadura implantada en 1964, y empezaba su lenta agonía, que terminaría en 1985.

En 1982, el Tribunal Superior de Justicia Electoral reconoció oficialmente al nuevo partido, que llega a sus 40 años como la mayor sigla de la izquierda latinoamericana y única agrupación en ganar cuatro elecciones consecutivas en Brasil (entre 2002 y 2014).

Para celebrar la fecha el PT realizó un festival entre el viernes y domingo, que tuvo como punto culminante un encuentro entre dos ex presidentes legendarios, el uruguayo José Mujica y el brasileño Lula da Silva, la noche del sábado, delante de unas 6 mil personas que desbordaron la capacidad de la Fundición Progreso, icónico centro cultural en Río de Janeiro.

Fuera del poder desde el golpe institucional que destituyó a la presidenta Dilma Rousseff en 2016, el PT vio cómo su fundador y principal figura, Lula da Silva, fue conducido a la cárcel en abril de 2018, luego de un juicio claramente manipulado por Sergio Moro, entonces magistrado y actual ministro de Justicia del gobierno neofascista de Jair Bolsonaro. Sin ninguna prueba, Lula fue condenado con base en evidencias y convicciones.

La instancia superior, presidida por un íntimo amigo de Moro, aumentó la sentencia. Lula sólo recuperó su libertad después de 580 días, gracias a una decisión de la Corte Suprema.

Pese al fuerte desgaste provocado por un trabajo aniquilador que unió a los grandes medios hegemónicos de comunicación, parte sustancial de la justicia y de la fiscalía, partidos seguidamente derrotados y el grueso del empresariado y de la banca, todo bajo la omisión cómplice del Supremo Tribunal Federal, Lula permanece como líder máximo no sólo de su partido, sino de toda la izquierda brasileña.

Desde el pasado noviembre, cuando volvió a la calle, Lula busca medios para conformar una oposición actuante y eficaz contra el gobierno que, según él, en 13 meses provocó el más severo retroceso desde que el país se transformó en república hace 131 años.

En el acto de la noche del domingo, Lula, al lado de José Mujica, fue incisivo. Lanzó una dura advertencia: no tenemos muchas opciones. Están desmantelando todo lo que creamos, además de la sumisión al gobierno estadunidense. Si no salimos a las calles para luchar y resistir, estaremos perdidos. Y entre muchas otras, lanzó una pregunta clave: ¿cómo organizar de nuevo el movimiento sindical?

Tanto la advertencia como la pregunta integran una vasta serie de dudas y desafíos que Lula, el PT y toda la izquierda brasileña enfrentan. Y, al menos por ahora, no hay ninguna respuesta en el horizonte.

Del poco menos de una hora en que permanecieron en el escenario de la Fundición Progreso, en el centro de la ciudad, Lula ocupó casi todo el tiempo.

Pero en sus dos o tres intervenciones que, juntas, no sumaron más de 15 minutos, Mujica cosechó aplausos en igual volumen.

Luego de criticar duramente el consumismo incentivado con énfasis en la juventud, lanzó una frase que incendió la platea: “La vida se va, y la pregunta es si basta gastar la vida pagando boletos, boletos, boletos, para luego concluir que ‘la vida no es sólo trabajar, es preciso vivir’”.

También fue fuertemente ovacionado cuando dijo que el político tiene que aprender a vivir como vive la mayoría de su pueblo, y no como vive la minoría privilegiada.