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No sólo de pan...

De equilibrios inteligentes

P

odría objetarse el título con la exigencia de definir la inteligencia, pero no hay aquí espacio para una discusión tan necesaria como profunda, de modo que definiremos un equilibrio inteligente como el reparto del peso entre dos polos donde cada uno tenga más qué ganar que perder. Porque, aplicado a los proyectos de los trenes Transístmico y el llamado Maya, los opuestos son, de un lado, la necesidad congénita del capital de obtener cada vez un mayor margen de ganancia y acumularlo para continuar indefinidamente su lógica expansionista sobre los bienes ajenos y concentradora en cada vez menos grupos de individuos, expresado concretamente, en nuestro ejemplo, en la apropiación de los espacios naturales y sociales de las poblaciones originarias, a las que globalizan mediante los circuitos cerrados del desarrollo industrial (incluido el de la industria sin chimeneas: el turismo masivo) y, en el polo opuesto, estas mismas poblaciones que se resisten a ser devoradas por una globalización que, en su experiencia, ha demostrado ser un retroceso a las etapas más oscuras de la colonización extranjera: con su racismo, esclavitud disfrazada de relación laboral, burla y destrucción de sus valores tradicionales, corrupción y muerte de sus juventudes, hasta no dejar en pie ni una peana en la cual levantar la insignia de su cultura y dignidad para mostrar que aún no han muerto.

El reto es, entonces, ya no encontrar sino simplemente hablar de un equilibrio entre un depredador y su presa semiextinta, sin duda irreconciliables y, sin embargo, coexistiendo en un extraño equilibrio por el hecho de que son interdependientes. Pues no hay acumulación de capital sin la plusvalía del trabajo, y no hay supervivencia humana en una sociedad globalizada sin salario o sus equivalentes ilegales que se convierten en consumo vital, mercancías que al comprarse potencian el capital.

En consecuencia (y lo afirmo con dolor en el alma, pues yo no estaré ya cuando triunfe un sistema ideal donde cada quien ponga al servicio de la sociedad sus capacidades y a la vez reciba de la sociedad lo que colme sus necesidades), un equilibrio inteligente al hoy por hoy se encontraría acortando la profundidad de las desigualdades en lo que respecta al bienestar material y a la satisfacción inmaterial de los grupos sociales y los individuos que los integran.

Por ejemplo, si para empezar se equilibraran las oportunidades al 50/50 de participación del capital-trabajo y del trabajo cooperativo en el desarrollo industrial, permitiendo a los trabajadores capitalizar su propio trabajo en obras de infraestructura y en desarrollos de turismo integrador comunitario ecosustentable, sin descalificar a priori su eficacia, sino al contrario, facilitando la asesoría de grupos comprometidos antineoliberales (como dice el actual gobierno ser). Y si se entregaran los medios de producción y distribución necesarios para ir sustituyendo la agroindustria por policultivos comunitarios para el mercado interno, en camino a una soberanía alimentaria. No sólo no iríamos en contra de la Historia, sino que recuperaríamos el trecho mal andado desde donde se torció perversamente la humanidad. Sólo así podríamos volver a arrancar en el buen sentido. Y con tal experiencia que no volveríamos a equivocarnos como especie, sin el egoísmo e individualismo que anidan y prosperan como células del capitalismo.