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Puntos sobre las íes

Recuerdos // Empresarios (CXXI)

C

asi la Navidad...

Así se refirió Conchita Cintrón a su llegada a Lima, tras haber conquistado México, donde una serie de despedidas le hicieran patente nuestra admiración y cariño.

¡Diosa Rubia del Toreo!

Allá, muchos abrazos y con aquella su forma tan personal de escribir: “Además, sentía un curioso deseo –que imagino tienen todas las niñas– de verles la cara al comprobar que yo ahora era una señorita. Mas, ¡complejidades de la naturaleza femenina!, al mismo tiempo adoraba las exclamaciones del pueblo al verme pasar.

¡Niña! Me decían con ternura y sentía ganas de abrazarles.

En uno de los sillones verdes de su niña, encontró a su adorada perra, la Vicky, ya muy viejecita, que casi murió al verla.

Así, cúmulo de emociones, miles de recuerdos y al regresar de uno de tantos viajes, fue recibida por el presidente don Manuel Prado, quien le otorgó la nacionalidad peruana y al domingo siguiente, entró a la plaza de Acho vestida a la usanza de su tierra y a los acordes de algunos acordes criollos, bailados en el patio de cuadrillas por algunos monosabios.

Así, siguió narrando: “Ovaciones, orejas, homenajes, banquetes, cenas, flores, campo y piscinas. Fui madrina de la Plaza de Toros Monumental de Lima y posé para que me hiciera un busto el genial escultor Victorio Macho.

“Y hasta malestar hubo…

“De pronto surgió la posibilidad de ir a Colombia. El propio embajador acreditado en Perú arregló el contrato, pero no se pudo llevar a cabo el viaje por la falta de transportes, ya que el barco Río de la Plata se rehusaba a llevar caballos.

“En esas andaba, cuando el vicepresidente de la República, don Salvador Sarco Herrera, se me acercó.

“–¿Puedo ayudarla? –Preguntó sonriente.

“–¡No! el capitán del barco se niega a embarcar mis caballos... No hay nada que hacer.

“A las ocho de la mañana le despertó el teléfono. Era el cónsul de Argentina.

“–Le ruego que inmediatamente mande sus caballos al muelle. El barco les está esperando.”

Conchita supo después que don Rafael había telegrafiado al mariscal Benavides, que se encontraba en Buenos Aires. Éste consiguió una entrevista con el presidente, y... horas más tarde el Río de la Plata navegaba con los caballos a bordo.

...Acariciaba su brisa

Por huertos y por ramales…

Pasa la tarde rojiza

En las sombras recostada…

***

Caracas.

Para Conchita, escribir era parte –y muy importante, por cierto–, no se le escapa un detalle y juzgue el amable lector si exagero.

Ella tiene la palabra:

“No era una ciudad con el rancio aroma colonial, tan deseable para el ambiente taurino. Con las alegres e incansables parejas que formaban Pepito y Reynaldo Herrera con sus respectivas mujeres, Cristina y Mimí, no parábamos un momento: almuerzos, cocteles o bailes. Habiendo vivido durante años apenas con un vestido de baile, ahí tuve que comprarme dos. No me contrarió esta necesidad; antes, al contrario. Siempre me han encantado los vestidos y las tiendas. Asunción y yo íbamos a menudo a mirar cosas nuevas y cuando nos parecían demasiado caras, le pedíamos a Ruy que nos acompañara.

“–Ya sé lo que quieren –decía sonriente, pero iba siempre–. Era cosa sabida que él, sin fijarse en el precio, compraba las más bonitas y de surgir alguna duda entre dos vestidos, daba órdenes para que nos mandaran ambos.

“Es muy curiosa la actitud de Ruy frenteal dinero. A él nunca le importó la plata. Heredó y perdió, con igual indiferencia, dos fortunas. Mas el dinero que recibía para mí, lo cuidaba exageradamente, dándome la mar de buenos consejos cuando yo le decía que no me hacía falta más que para gastar.

“–Eso decía yo –me advertía–, no hagas tú lo mismo.

“Pero cuando se me iban los ojos tras un caballo y le decía: ‘¡Vamos, anda!, lo compramos y hacemos de cuenta que el domingo toreo de balde’. Ruy era incapaz de decirme que no, pues nunca me negó nada. Yo, en cambio, le di –lo sé– una satisfacción muy grande al respetar su manera de pensar: nunca bebí, ni fumé y nunca me pinté.

Vestida, pues, con mis trajes de gala, que antaño, en distintos países, no precisaba, seguí, durante unas noches, la vida de Caracas, habiendo escuchado una de ellas a Pedro Vargas, que cantó maravillosamente cuando regresábamos de una fiesta...

(Continuará) / (AAB)