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Ver día anteriorDomingo 12 de enero de 2020Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Cambio estructural y cambio de régimen
M

ás allá de su éxito de ventas, el reciente libro del presidente López Obrador no logra comunicar lo que prometió y lo que esperábamos tras más de un año de transitar por el lenguaje del cambio, justiciero u obligado a que la candidatura presidencial, primero, y su presidencia, después, nos han llevado.

No sólo se trata de disonancias verbales, debidas a las ocurrencias y el abuso retórico del Presidente. Después de todo, la política sigue siendo un intercambio de significados e intenciones y, por ende, un delicado ejercicio diario de comunicación.

Luego de su gran victoria electoral, indiscutida y aplaudida urbi et orbi, lo menos que podría habernos ofrecido el triunfador era una reflexión crítica sobre el sistema político que sirvió de cauce a su victoria. Deturpado y acorralado por el discurso dominante de Morena, el núcleo de dicho sistema, del que forma parte primordial el Instituto Nacional Electoral (INE), diseñado para acomodar un pluralismo creciente y responder a una exigencia de normalidad electoral, hecha desde prácticamente todos los foros, dio cuenta de su eficacia y organizó unos comicios sin tacha. Lo que se haya hecho después con esos resultados para conformar una mayoría parlamentaria un tanto hechiza, es asunto no resuelto y deberá ser materia principal del debate que se abra sobre una nueva reforma electoral.

Pero de que dio pruebas suficientes de consistencia, del INE al Tribunal, pasando por los partidos, no debería haber duda; aunque ni el Presidente ni su partido hayan ofrecido todavía un examen que, al menos, atempere sus severos y apresurados juicios emitidos al calor de la campaña. Esta omisión se une a otras relacionadas con la organización del gobierno y sus formas de hacer política para asegurar una mínima gobernanza del Estado y de una sociedad que, no por entusiasmada con los resultados electorales, ha dejado de lado sus reclamos en torno a la economía y su mal desempeño, la falta de sensibilidad social de la política y los políticos, o la incapacidad de asumir la desigualdad y la pobreza como asignaturas mayores de la democracia, sin duda alguna nuestros temas fundamentales.

Todas estas materias deberían ser parte de la discusión cotidiana y objeto de reflexión estratégica en el Congreso y el gobierno, en verdad en el Estado y sus diferentes órdenes de gobierno, pero no ha sido así. Ni en el así llamado viejo régimen ni ahora, que se insiste en ver desde el nuevo equipo gobernante como un nuevo régimen.

Con la venia de la politología a la orden, estos son asuntos centrales para un nuevo régimen. Remiten a fallas estructurales en los mecanismos de comunicación entre la política y la economía, el Estado y el mercado, incluso, entre el capitalismo y la democracia que supuestamente articula el funcionamiento del primero.

No se habla aquí de relatos o narrativas alternos, sino de problemáticas quedesembocan en un contexto de crisis que se agravará en la medida en que se conecte con los enormes desajustes que acusa ya el sistema internacional, diseñado para la segunda posguerra tanto para la economía como la paz y la estabilidad del orden internacional. Pero el gobierno no manifiesta mayor interés por el rumbo de estas evoluciones.

Por ello la insistencia recurrente al advertir que el nuevo gobierno está en falta ante problemas de gran magnitud y relevancia para la buena marcha de la República. Tales ausencias deberían subsanarse por el conjunto de la fuerzas políticas, pero sobre todo el gobierno y sus falanges. De no ocurrir así, pronto entraremos en el callejón de las ansias, los atropellos y la búsqueda de soluciones mágicas, recursos que siempre han empedrado los caminos del infierno.

Una epifanía de este corte es lo que nos urge. Primero, entender que el invocado cambio de régimen no exime a nadie de respetar los mandatos constitucionales; pero, también que la economía no admite falta de coordinación de sus mecanismos fundamentales. Soslayar temas como la inversión y el papel directo e indirecto del Estado en la producción, la acumulación y la distribución, siempre pasan la factura.

Cambio de régimen sin cambio estructural no puede ir más allá de ser una jugarreta retórica o un recurso mañanero de poca monta.