Opinión
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Aprender a morir

Escribir en duelo

E

l siempre difícil proceso de elaborar un duelo o de aceptar y superar la pérdida de un ser querido, si bien se aplica a otras pérdidas como la ruptura de una relación, a ser despedido de un trabajo o a perder un miembro del cuerpo, requiere esfuerzo y valentía, así como una madura autoestima que permita relativizar lo que parecía absoluto, básicamente para no perdernos con nuestra pérdida sino, por el contrario, reencontrarnos, repararnos e incluso reparirnos emocionalmente a pesar de ésta.

Además de verbalizar los sentimientos que esa pérdida provoca, tanto con uno mismo como con aquellas personas que consideremos sensibles y empáticas, no necesariamente familiares, otra estrategia útil que suele ayudar a quien sufre una pérdida es precisamente escribir sobre esa pérdida, tanto sobre uno como sobre el ser querido que se nos adelantó, sin perder de vista que nadie, absolutamente nadie, sale vivo de este mundo.

Aceptar la pérdida implica reconocer la inevitabilidad de la muerte, tanto la del ser querido que dejó de existir en este plano como la propia, tan incierta como ineludible. Continuar practicando un arte de vivir con la serena conciencia de la propia muerte, para que esa condición de mortales nos haga ocuparnos de aquello que realmente importa. Vivir cada día no amedrentados como si fuera el último, sino con la desafiante certeza de que es el único en tiempo y espacio.

Olga Adriana envía un texto titulado Todo un personaje, con el que rinde sentido homenaje a la memoria de su padre y a la vez procura atenuar el dolor tras su fallecimiento: Visto con ojos consanguíneos, parecía un sujeto salido de la pluma de Cervantes. Su estatura era escasa y sus ideales excesivos. Sus azules ojos, que en el más cordial de los momentos estaban extremadamente abiertos y condescendientes, en los de ira se salían amenazantes de sus órbitas, logrando siempre intimidar a su interlocutor. Creativo incansable, autor de un sinnúmero de inventos, muchos prácticos, los más sólo ensoñaciones. Caballero que, enamorado de Dulcinea, con su celeste mirada sabía encontrarla en cada falda que atravesaba su camino. Su emprendedora nobleza lo conducía a trascendentales empresas y éstas a magnos fracasos. Hidalgo de aguileña nariz que se enganchaba en extremos opuestos: sensiblería o cólera. Caballero a caballo que, de tanto amar a esta especie, surgió como centauro, grave, risueño, real y fantástico.