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Nosotros ya no somos los mismos

El trilema de apelar a la historia // De los pocos que se acuerdan de los héroes nacionales // Un aporte para quienes se dicen mexicanos

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▲ Vicente Guerrero, cabeza del Ejército Insurgente durante la gesta independentista, se unió al jefe de las fuerzas Virreinales, Agustín de Iturbide y firman un compromiso que a la postre dio forma a la nación mexicana .Foto Imagen tomada de Wikipedia
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entado ante la compu, enfrento un serio trilema sobre los contenidos, el sentido y, muy especialmente el tonito, el tonito, que debe caracterizar a ésta, su ya vieja amiga: la columneta de los lunes.

A partir del año que se inicia o, cuando menos, por los meses que todavía esté yo en mis tres sentidos para seguir fatigando esta maravillosa forma de la comunicación colectiva que es el periodismo escrito, ofrezco mayor esmero para evitar mi tendencia a la escritura críptica y la inclinación a decir las cosas (ciertas, sin duda) pero sobre las que yo mismo, los lunes por la mañana, cuestiono por su claridad y alcance.

Parte de la multitud suele decirme que no debo perder el tiempo en rollos históricos, que son más o menos sabidos (yo apuesto que los más, son los menos sabidos), y que concrete mis opiniones y críticas a los tiempos que corren.

Otros, opinan lo contrario y me dicen: será por tu edad o por el parentesco, pero ya eres de los pocos que se acuerdan de doña Josefa Ortiz de Domínguez (¿acaso, tu tía?). Y luego sugieren: pregunta a los adolescentes que cursan su educación media en las escuelas confesionales y que luego serán los sabios doctores egresados del ITAM, quiénes son los arquetipos, héroes, adalides que constituyen la columna vertebral de su visión histórica de México, país en el que nacieron.

Por supuesto no me atrevo a afirmar que su respuesta coincida con el que ellos hubieran escogido, ni que sea el que más admiren y quieran.

Pero sí estoy convencido de que, cuando resignados ya a poseer un pasaporte en el que se establece su nacionalidad mexicana, procuran atenuar la vergüenza que tal definición les provoca, aclarando que ellos descienden de la rama europea, que su progenie se inicia con don Hernán Cortés y sus compinches: Pedro de Alvarado, Nuño de Guzmán y cientos de etcéteras. O de piadosos misioneros como Juan Ginés de Sepúlveda, quien afirmaba que, mientras los españoles eran el pueblo elegido (¿lo sabías, Moisés?).

Los indígenas eran tan sólo bestias salvajes, animales que hablaban. Y por supuesto, también, encomenderos como Juan de Arze, Cristóbal de Oñate y Juan Pascal.

Esta ralea de facinerosos hispanos y muchísimos más, nos lleva al final de cuentas (y de la Colonia), a la mayor farsa histórica de la disque unidad, de los disque mexicanos: el Abrazo de Acatempan.

Ya mencionamos, en el capítulo de los precursores, los movimientos de uno y otro lado, anteriores a 1810: La conjura de Valladolid en 1809, la Conspiración de Querétaro, surgida en la ciudad de Santiago y antecedente inmediato del alzamiento de Miguel Hidalgo. A su lado, en la zona del Bajío se organizó la conjura de San Miguel el Grande. La conjura de Valladolid convocada por José María García Obeso, con pretensiones de poca monta, pero de evidente repercusión y, por supuesto, la conspiración de La Profesa.

Pero centremos nuestra atención en un punto que será vital para la tesis de mi heterodoxo alegato.

El 18 de febrero de 1821, cuando el jefe de las fuerzas Virreinales, Agustín de Iturbide y Vicente Guerrero, cabeza del Ejército Insurgente, firman un compromiso, comparten un ideario, enarbolan una bandera, dejan clara una verdad inatacable: la unidad, contra natura, es imposible.

Daré mis razones.

Twitter: @ortiztejeda