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¿La fiesta en paz?

Se buscan figuras // Un novel muy aguado

P

arafraseando al poeta Gabriel Celaya, que dejó dicho que la poesía es un arma cargada de futuro, la tauromaquia, con perdón de publicronistas y positivos, es un arte cargado de pasado, repleto de hazañas, de personajes y de bravura consagratoria, porque en otro tiempo era a partir de la bravura que los toreros se consagraban y, en contadas ocasiones, lograban convertirse en figuras gracias a la valoración de unos públicos que se veían reflejados y enorgullecidos por sus ídolos, que iban a la plaza a emocionarse con el comportamiento de toros bravos y el sentimiento de toreros celosos, no a divertirse con posturas seudoestéticas frente a embestidas predecibles y sin transmisión.

Luego la posmodernidad –ese confundir lo sencillo con lo trivial, la individualidad con la vulgaridad, la autoestima con la importación– se encargaría, durante las recientes cuatro décadas, de amabilizar el drama en los ruedos y enmascarar en los televisores la estupidez del sistema social. Taurinos y promotores antojadizos se descuidaron o no entendieron el desafío de los nuevos tiempos, mientras los públicos encontraban una insospechada variedad de opciones para divertirse, olvidando emocionarse y menos con animales encastados y hombres de luces dispuestos, no a exhibirse, sino a exponerse.

Ya cerraron las inscripciones a la convocatoria de Espectáculos Taurinos de México, ETMSA, y la Plaza México para el conmovedor certamen México busca un torero. Estos intentos se parecen a los de esos ambientalistas y organismos que claman por poner un alto al calentamiento global sin poner un alto al sistema económico que lo provoca. Que México busque un torero –que tenga algo qué decirle al público, les faltó añadir–, porque nosotros nos encargamos de fomentar el amiguismo y el coloniaje taurino, no de descubrir figuras en cierne y ponerlas a competir en serio. Es la herencia de aquella arrogante e imprevisora frase: Yo no hago toreros, contrato figuras. Bueno, por haberse dedicado a importar sin ton ni son en vez de hacer toreros de distinta y suficiente personalidad, ya no hay nombres que apasionen, sólo figurines extranjeros y primeras figuras sin arrastre. Si no, que lo diga la media entrada del domingo pasado, con Ponce, el incombustible y Aguado, la revelación.

Vaya un petardo. Diluido en una total falta de actitud, ignorante de la tradición taurina de México, no se diga de la embestida del toro bravo de acá, atenido a que le saliera el toro de la ilusión, sin gramo de técnica y perdido el concepto de vergüenza, el novel Pablo Aguado, declarado por el taurineo de allá el próximo mesías de la fiesta, en la confirmación de su alternativa aquí, vino a devolver las cuatro orejas concedidas en Sevilla en la pasada feria. Entre venir a tentar de luces y venir a tientas sin más, aún hay diferencia. La cacareada verticalidad y naturalidad –¡salud, inmortal Paco Camino!– del sobrevalorado Aguado, brilló por su ausencia. Es que el toro… es que el viento… es que ya nadie está dispuesto a enloquecer en la cara del toro, como dijera Cioran en Arles.

“Cabría hablar de autorregulación si la fiesta estuviera en auge, pero sucede todo lo contrario. El reglamento tiene que darle más facultades al juez, la comisión debe fortalecer su papel incluyente en la fiesta, así como las distintas asociaciones involucradas asumir su propia responsabilidad.

No entiendo a esos ganaderos y toreros que defienden a quien los explota y ponen su honorabilidad en entredicho”, advertía, hace 19 años, Eduardo Morales, delegado en la Benito Juárez.