Opinión
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Jazz

Riviera Maya Jazz Festival /I

E

l pasado 29 de noviembre, con una Playa Mamitas que poco a poco iba llenándose de jazzófilos y curiosos, la 17 edición del Festival de Jazz de la Riviera Maya comenzó con la profunda y metálica sonoridad de un bajo eléctrico que proclama el poder del funk. Es Ramsés Ramírez, fundador y líder de Sr. Mandril, quien, junto a la batería de Adriano Morales, instala la sólida plataforma donde se arrojará este grupo.

No habían pasado 10 segundos cuando la guitarra de Germán González (otro de los fundadores) y los teclados de Roberto Flores armaron una maqueta para que Pablo Delgado empezara a improvisar con el sax tenor. La playa entera se estremece, es una explosión súbita. Es funk jazz. Más que una plataforma, bajo y batería entretejen el sistema nervioso central de la banda. Reiteradamente el sax toma la primera voz, el teclado y la guitarra lo hacen con mayor prudencia, pero igual se dejan oír. Las eventuales dosis de electrónica van y vienen y con el paso de los años van permeando más y más en el Mandril (y en la música en general).

Aunque por momentos las atmósferas parecieran palidecer, la solidez del oficio, las tablas y la pasión del quinteto las rescatan de tajo. Ramsés insiste a la gente para que se ponga a bailar; algunos hacen caso, y les regalan discos. Sandra Real, el sexto elemento, proyecta imágenes con buen gusto, buen tino y buen ritmo. Incluye una vieja caricatura donde Tiro Loco McGraw y su fiel Pepe Trueno evidencian que los mandriles tienen ya buen rato en el planeta.

Poco después, las felpas de Alex Kautz se insinúan para enmarcar la entrada de Magos Herrera. Señorial, su voz no requiere de grandes despliegues o florituras para profundizar y tocar el alma con una muy personal versión de Valderrama, la rola aquélla que cantaba Mercedes Sosa.

El cuarteto que la acompaña inicia discreto, consigue permanecer a un mismo tiempo en el fondo y en el frente del discurso; al fondo, envuelve con suavidad las palabras de la cantante; al frente, cada uno de ellos tiende y desarrolla una altísima calidad instrumental, con fuertes aromas de jazz que apenas se contiene al servicio de la voz.

Hoy, Magos Herrera nos propone un recorrido por los clásicos de la canción latinoamericana, sutilmente rediseñados a través de los códigos y los aromas del jazz o de los rumores de la música contemporánea. Y así, mostrando nuevos ropajes y atavíos, deambulan por el escenario Antonio Carlos Jobim, Violeta Parra, Ariel Ramírez, Carlos Aguirre, Gilberto Gil, Álvaro Carrillo.

El contraste con las detonaciones previas del Sr. Mandril es gigantesco, pero la gente, que no deja de llegar a la playa, está feliz, corea las rolas, aplaude y ovaciona. Magos enlaza con maestría la serenidad, la sensualidad, la intensidad, el color, el consabido manejo vocal que la ha mantenido en los primeros sitios del circuito internacional. La banda: Luis Perdomo es uno de los pianistas más famosos y solicitados de Nueva York, aunque nació en Venezuela; Alex Kautz, de Brasil, pareja de Magos, es un virtuoso de la batería; Sam Minaie, discípulo de Charlie Haden, introduce Gracias a la vida con un solo de contrabajo entre lo sacro, lo abstracto, lo clásico y lo plenamente jazzístico; la gente lo aplaude de pie.

Todos ellos son excelentes músicos, aunque la guitarra de Vinicius Gomes termina por resaltar inevitablemente; ya con la pureza y transparencia de sus recurrentes solos, ya con los diálogos entre sus cuerdas y el scat de Magos, ya con la versatilidad de sus dinámicas de acompañamiento o soporte. En todo momento, el discurso del grupo es eminentemente jazzístico, pero nunca, ni un solo instante –esto es lo más sorprendente–, la línea melódica de la canción desatiende, y menos aún abandona, su diseño original, la figura estética que le diera origen en la trova latinoamericana.