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Clarividentes ociosos // Inversión, en el sótano

C

omo no tienen nada mejor que hacer, a los clarividentes financieros les ha dado por enfrascarse en un debate, igual de interminable que de frívolo, en torno a si la economía mexicana está o no en recesión técnica, cuando la urgencia nacional exige que los expertos en la materia aporten rutas de salida, alternativas viables para poner a caminar al elefante reumático (López Obrador dixit) y reactivar un aparato económico que acumula casi cuatro décadas con un raquítico avance de 2 por ciento anual promedio.

A lo largo de ese periodo los mismos clarividentes financieros que hoy debaten no dijeron ni pío sobre el anémico crecimiento que registró el país, pues se la pasaron festejando lo bien que marcha la economía mexicana y aplaudiendo la ruta correcta que cacarearon los seis gobiernos neoliberales, cuando en los hechos el modelo y el ínfimo avance lo único que provocaron fue desigualdad e incremento sostenido de la pobreza, por un lado, y un aberrante desequilibrio en el reparto de la riqueza e insultantes fortunas para un grupúsculo, por otro.

Pero ahora los clarividentes decidieron dejar atrás su papel de aplaudidores para entrar de lleno a un debate que no contribuye en nada, pues lo que urgentemente requiere México son soluciones de corto y largo plazos, y no descubrir si el hielo es frío.

Cierto es que si México se fue a la lona –y allí se mantiene– con un crecimiento de 2 por ciento como promedio anual a lo largo de seis gobiernos neoliberales (tres veces menos que antes del neoliberalismo), también lo es que nunca saldrá del hoyo con cero por ciento. Pero ¿dónde están las alternativas? ¿En el debate de si es o no recesión técnica? Más seriedad, pues.

Mientras los clarividentes se mantienen en el debate y como parte del show de nueva cuenta brincan a la palestra los salvadores de la patria, los mismos barones que año tras año, durante décadas, han prometido multimillonarias inversiones, que en los hechos no trascienden el discurso, y menos ahora que ya no cuentan con las facilidades de antes. Lo que se requiere de ellos (sueño guajiro, desde luego) no son arengas, sino un compromiso real para impulsar el crecimiento y el desarrollo del país.

Ayer, la crema y nata del empresariado nacional se congregó en Palacio Nacional (la mañanera se transformó en una suerte de convención de ricos) y –una vez más– prometió inversiones de ensueño: un primer paquete de 859 mil millones de pesos (en los próximos años) en el marco del Acuerdo Nacional de Inversión en Infraestructura del Sector Privado, monto de gran relevancia siempre y cuando se concrete. Son los compromisos que estamos tomando como sector privado, dijo el presidente del Consejo Coordinador Empresarial, Carlos Salazar Lomelí.

En esa ocasión el presidente López Obrador dijo que en todos los países del mundo es mayoritaria la inversión privada. En casi todos. Inclusive en China es cada vez mayor la inversión privada. En nuestro país, desde luego, la inversión privada representa casi 80 por ciento de la inversión general, de la inversión global; la inversión pública es, desde luego, importante, pero funciona básicamente como inversión semilla para detonar el crecimiento con la participación del sector privado.

Sin embargo, por muchos compromisos de los barones –como sucede año tras año– la inversión privada se mantiene muy alejada de las necesidades nacionales. El IDIC lo ha documentado muy bien: La baja inversión pública y privada no es algo coyuntural, es un problema sistémico que se generó desde hace casi cuatro décadas y se ha exacerbado en años recientes. Hoy se invierte la mitad de lo que se realizaba en 1980. En México existen notorias carencias de infraestructura, pero la inversión se frenó, con todo y que el sector público contó (2003-2017: Fox, Calderón y Peña Nieto) con ingresos excedentes cercanos a 4 billones de pesos.

Las rebanadas del pastel

Entonces, se agradece el más reciente compromiso de los barones, pero ver para creer.