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Más de 700 niños y adolescentes desplegaron un mosaico artístico en el Auditorio Nacional
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▲ Aspecto del ensayo general de la gala Tengo un sueño, organizada por la Secretaría de Cultura federal.Foto Cristina Rodríguez
 
Periódico La Jornada
Jueves 21 de noviembre de 2019, p. 4

Un mosaico artístico y multidisciplinario se desplegó en el Auditorio Nacional, donde más de 700 niños y adolescentes participaron en la gala Tengo un sueño, calificada por algunos espectadores de ‘‘la gran fiesta familiar de fin de año”.

Aunque la Secretaría de Cultura federal informó en redes sociales que se habían agotado las 10 mil localidades (con precio de un peso), el recinto alcanzó sólo 70 por ciento de su aforo debido a que decenas de lugares en la planta baja y el primer piso permanecieron vacíos, aun cuando los revendedores estaban afuera del foro.

Esos adolescentes que forman parte de Semilleros creativos –eje del programa Cultura Comunitaria– estuvieron acompañados por la Orquesta Escuela Carlos Chávez, el Ensamble Escénico Vocal y el Coro Sinfónico Comunitario.

Gran fiesta familiar de fin de año: espectadora

El programa incluyó Bonito cielo azul/Canto azul, dirigida por Eduardo García Barrios; Xochipitzáhuatl, con letra de Mardonio Carballo; Viento alegre, con arreglo de Rubí Ramírez: West Side Story, de Leonard Bernstein; Tengo un sueño, de Arturo Márquez, inspirado en un discurso de Martin Luther King Jr, e Interludio, con la Banda Sinfónica comunitaria de Tlaxiaco, Oaxaca.

La segunda parte estuvo articulada por Júpiter de los planetas, de Gustav Holst; Flor de río, de Carlos Rivarola; popurrí de canciones en lenguas indígenas (rarámuri, maya-chuj, wichwa, wixárica), con el contratenor Fernando Pichardo y la soprano mixe María Reina, así como Latinoamérica, de René Pérez Joglar; Al andar, de García Barrios; Alas (a Malala), de Márquez, con texto de la poeta Lily Márquez, y un popurrí de canciones sinaloenses.

A las 18 horas del martes, en un escenario cubierto con luces multicolores y dos pantallas instaladas a un costado, los semilleros –vestidos con trajes típicos regionales– se colocaron detrás de las agrupaciones adscritas al Sistema Nacional de Fomento Musical y siguieron las instrucciones del director de orquesta Eduardo García Barrios.

Conforme transcurría el tiempo, los comentarios de los espectadores no se hicieron esperar debido a fallas en los micrófonos de los jóvenes artistas; incluso hubo silbidos. ‘‘No deberían faltarles al respeto”, externó una señora y añadió: ‘‘Es una gran fiesta familiar de fin de año”.

De cualquier manera, la mayoría del público se desbordaba en aplausos, mientras el recinto lucía escenografías y videos hechos por semilleros creativos de Nezahualcóyotl, Ecatepec, Chalco y Valle de Chalco, estado de México, así como por internos del Cereso de Santa María Ixcotel, Oaxaca, y el Reclusorio Varonil Norte en la Ciudad de México.

El primero en salir fue el flautista Horacio Franco, seguido de Arturo Márquez, Regina Orozco, Leo Soqui, María Reyna, Fernando Islas, Señora de Xibakbal, Romeyno Gutiérrez, Juan Sant, Juan Campechano, Diego Vázquez, Fernando Pichardo y Paul Conrad.

Sin embargo, la única función tuvo un giro inoportuno cuando durante 13 minutos el Ensamble Escénico Vocal cantó en inglés las melodías. Varias personas se quejaron: ‘‘Esos cantantes ya están más grandes, desplazan a los niños; cómo es posible que después de cantar en lenguas originarias, ellos se atrevan a hacerlo en otro idioma”.

Tan desafortunada situación se revirtió cuando Arturo Márquez presentó Tengo un sueño, inspirada en el discurso Tengo un sueño pronunciado en 1963 por Luther King Jr y cuya singular ‘‘reinterpretación” evoca el anhelo de igualdad y no discriminación de las comunidades de México que hasta 2018 eran excluidas en los planes y programas gubernamentales.

El clímax del recital fue cuando las letras adaptadas por Eduardo Langagne evocaban ‘‘vivir un sueño de libertad”, ‘‘a ser todos felices” y ‘‘conseguir la paz en la Tierra”.

Luego de casi dos horas algunos asistentes lamentaron no tener programa de mano y les incomodó que el escenario estuviera ‘‘atiborrado”. Así lo expresó Rocío Aguilera, de 34 años, quien acudió con su esposo y sus dos hijos: ‘‘Vine porque las entradas costaron un peso, pero me pareció absurdo que se agotaran los folletos. Pensé que los niños cantarían villancicos en nueve lenguas originarias y nunca supe cuáles fueron. Con tantos videos proyectados y personas en escena, uno pierde la noción de lo que ve o escucha”.

Finalmente y entre ovaciones, Eduardo García Barrios agradeció a los niños, adolescentes y jóvenes de los más de 12 mil integrantes que forman parte de los 339 Semilleros creativos en el país, así como a todos los directores, agrupaciones y artistas invitados e involucrados en Tengo un sueño, iniciativa cuyo presupuesto ascendió a 16 millones de pesos, anunciada por la titular de la Secretaría de Cultura federal, Alejandra Frausto, a quien nunca se le vio entre el público.