Opinión
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Desde el otro lado

Y dale con el muro

M

éxico no pagó ni pagará la construcción del muro en la frontera con Estados Unidos. Pero más allá de la necedad que Donald Trump tiene en cumplir con esa promesa de campaña –ofrecimiento que conforme pasa el tiempo se rebela con más nitidez como un salto al vacío– su persistencia en la absurda pretensión de construir el mentado muro pareciera cada vez más un delirio que linda en enfermedad mental. La más reciente ocurrencia del presidente estadunidense para cumplir con su capricho fue sustraer $3.5 billones del presupuesto del ejército para destinarlo a levantar su muro, violando incluso las normas establecidas para ejercer el presupuesto.

Al parecer, Trump y quien está detrás de su política migratoria, o lo que se entienda por ese engendro, no han caído en cuenta que la mayoría de los estadunidenses está en desacuerdo con ella, y que ha sido la causante, entre otros desastres, de la crisis humanitaria en la frontera. Ese desacuerdo ha llegado incluso a los más altos estratos de las oficinas responsables de ejecutarla. Un ejemplo de ello es que la secretaria de seguridad interna, conocida por sus excesos y agresiva actitud en contra de los migrantes, fue obligada a renunciar por conside-rar que su agresividad está por debajo de la exigida por Trump.

La definición de esa draconiana política migratoria viene de lejos. En alguna medida fue estructurada por Steve Bannon, el ultraconservador ex asesor de Trump, quien la concibió como uno de los instrumentos para que llegara a la presidencia. En la actualidad, la encabeza un personaje llamado Stephen Miller, quien fue pupilo de Bannon, y ahora es el heredero de una serie de desastrosas decisiones en esa materia. Lo único que no está claro es hasta cuándo los legisladores republicanos seguirán apoyando medidas que inclusive amenazan la relección de muchos de ellos. Una cosa es que, por convenir a sus intereses, los republicanos alienten y auspicien una política migratoria incoherente que atenta en contra de los derechos humanos, y otra, que la torpeza de los operadores de esa política ocasione un quebranto en los pingües beneficios que un sector de los republicanos ha recibido gracias a ella. Alguien con el más elemental sentido común preguntaría por qué y hasta cuándo los republicanos continuarán apoyando esas torpezas. Lo más probable es que, en sintonía con la mezquindad de los intereses de algunos de ellos, la respuesta salga de sus bolsillos.