Editorial
Ver día anteriorJueves 5 de septiembre de 2019Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Gran Bretaña, hacia el colapso institucional
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ntre la noche del martes y la tarde de ayer, el primer ministro británico, Boris Johnson, sufrió tres severas derrotas parlamentarias que dejan en entredicho la viabilidad de su gobierno y ponen en jaque sus intenciones de sacar al Reino Unido de la Unión Europea ( Brexit) el 31 de octubre, exista o no un acuerdo de salida negociada para entonces. Primero, el Partido Conservador perdió su mayoría parlamentaria con la defección de un diputado; después la nueva mayoría aprobó un proyecto de ley que obligaría a Johnson a solicitar a las autoridades comunitarias una prórroga para el Brexit y, por último, los legisladores rechazaron el llamado a elecciones anticipadas con las que el premier buscaba sumar escaños y hacer aprobar sus medidas para salir de la comunidad política europea a cualquier costo.

La semana pasada, Johnson estiró al máximo la institucionalidad británica al solicitar y obtener de la reina Isabel II una extensión del receso legislativo, acción con la cual pretendía impedir que el Parlamento interfiriera en su manejo del Brexit.

Esta medida, aunque legal, supuso una ruptura no sólo con el Legislativo, sino con porciones muy sustanciales del electorado, sumamente orgulloso de la tradición parlamentaria con la que Inglaterra acotó el poder monárquico desde el siglo XVII.

Al forzar los límites de la institucionalidad, Johnson precipitó la cadena de derrotas en el Palacio de Westminster, llevó a los ciudadanos a las calles en defensa del parlamentarismo y cometió el desfiguro de expulsar de su fuerza política a los legisladores conservadores que votaron contra sus planes.

Para entender el origen de esta crisis, debe recordarse que Johnson se convirtió en jefe de gobierno apenas el 24 de julio pasado, después de que la ex primera ministra Theresa May renunciara tras una serie de fracasos en convencer al Parlamento para que aprobase el acuerdo de salida ordenada alcanzado por su administración con la Unión Europea.

Al contrario de su antecesora, quien se empeñó en buscar un arreglo que permitiera una transición suave cuando el Reino Unido abandonara el mercado único y las instituciones continentales, Johnson apostó por una estrategia suicida según la cual si el gobierno británico se muestra inflexible, Europa deberá ofrecer un acuerdo con términos más favorables para Londres.

Tal estrategia ha dejado impávidos a los líderes europeos, conscientes de que la isla tiene mucho más que perder en caso de una salida precipitada.

En último término, la crisis que hoy protagoniza el émulo británico de Donald Trump se remonta al delirio nacionalista impulsado por los sectores más xenófobos de la derecha en su larga campaña para que el Reino Unido abandonara la Unión Europea.

La constatación práctica de que el triunfo patriotero en el referendo de junio de 2016 lleva a la otrora potencia a un callejón sin salida, marcado por el aislamiento político y la pérdida de sustanciales oportunidades comerciales, ha hecho de todo el proceso una sucesión de turbulencias que por ahora se traduce en una exasperante inestabilidad política, pero que inevitablemente se extenderá a todas las esferas y todos los niveles de la vida británica.

Resulta claro, en suma, que Reino Unido está en riesgo de sufrir el colapso de su vida institucional, pues todo el entramado político-legal es hoy incapaz de gestionar la crisis y de dar un cauce democrático al sinsentido instaurado por un puñado de políticos irresponsables.