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Puntos sobre las íes

Recuerdos // Empresarios (CXI)

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Las corridas de toros, como se sabe están prohibidas en Estados Unidos.Foto Afp
L

os alacranes… RIP

“¿Y eso?

“El gobernador aquel de la brillantísima idea de cómo terminar con la plaga de los alacranes, tuvo que archivar su fantástico proyecto porque –ay, el ingenio de los mexicanos– sus paisanos se dieron a formar innumerables criaderos y así poder cobrar las recompensas ofrecidas por el genial político que, suponemos, se puso a estudiar alguna otras formas y maneras de exprimirles la lana.

“De que los hay…”

***

“América –escribió Conchita– tierra de mis abuelos, acabó por conquistarnos debido a su abierta hospitalidad y a la sencillez de su gente, pero pareció– según ella– que su paso por Estados Unidos llevaba maldición gitana, y esto porque al regresar de Tijuana tuvo que pagar una multa de dos dólares por haberse atrevido a montar a caballo dentro de un jardín particular, con los consecuentes destrozos, obviamente, ‘sin querer’.

“Lo que sucedió es que el que el terrible Fado, al pasar por una pequeña ciudad destrozó a patadas el remolque y huyó por las calles, acabando por deleitarse con las flores de un jardín. No pudiendo agarrarlo de otra manera, tuve que echarle un lazo y luego, desde el refugio de un árbol, tirar del animal y atarlo a una rama. Entonces lo monté y solté la soga y en ese momento llegó la dueña del jardín y, a poco, la policía.

“Salíamos por la frontera americana cuando un policía de inmigración me preguntó si tenía pasaporte. Le contesté afirmativamente.

“–Muéstremelo –me dijo.

“Se lo mostré.

“–Tiene que entregármelo. Son órdenes de guerra –ordenó el oficial, extendiendo la mano.

“–Oh, no. Sin él no puedo regresar a México.

“–Son órdenes –insistió, impasible, el hombre.

“–Pues no se lo doy –dije con todo el valor que encontré a mi disposición y metí el pasaporte en mi bolsillo. Cerré los ojos ¡Dios mío ¿de cuánto será la multa?

“–Sígame –dijo el policía.

“Jefe –declaró al entrar en una sala–, la ley dice que tenemos que recoger los pasaportes, pero no explica lo que debemos hacer con señoritas que se niegan a entregarlos.

“A solas, el jefe escuchó mi problema.

“–La ley –dijo después– no se debe obedecer apenas con las manos y los pies; también sirve para algo, al interpretarla movía la cabeza. Llévese el pasaporte escondido y si le preguntan por él, diga que se le perdió.

“Y una vez más, atravesé la frontera, huyendo.

“Regresé pronto a Estados Unidos. Estuvieron de espectadores en los toros, del lado mexicano, claro está, unos soldados americanos que me invitaron a que fuera madrina de guerra de su compañía. Con la aprobación de Ruy, acepté la invitación y vino a recogerme un jeep del ejército americano. Atravesamos la frontera y el coronel y yo entramos en el campo, rodeado de alta alambrada, donde se encontraban los Koster Kactus Commandos. Pasé revista a las tropas y procedí al bautizo –con una botella de Coca Cola– de la blanca burrita, mascota del regimiento. Y al rato partía nuevamente en el jeep dejando atrás aquel sitio triste, donde, incluso en días claros, se adivinaba la nube de la guerra.

“No volví a tener noticias de mis ahijados sino el día de mi boda, 15 años después, cuando la desdichada madre de uno de ellos me escribió. Me contaba, con amor de madre, que su mayor tesoro era la última carta de su hijo, en la que éste le comentaba lo que había gozado en los toros y lo gracioso del bautizo de la burrita blanca. Por ello, al ver en el periódico la noticia de mi boda, la buena señora pensó en escribirme y desearme felicidades.

“¿Cuál de los jovencitos serios y derechos de casco calado hasta las cejas y bayoneta montada, sería mi ahijado que no regresó?

“Por aquellos días en que andábamos cerca de la frontera, me propusieron, y aceptamos, un contrato muy original para las tierras de Lincoln. Temiendo por la existencia de festejos, por cierto curiosísimos, y no queriendo estropearlos con mi denuncia, diré apenas, que se trataba de corridas de toros –sin muerte– celebradas en una placita clandestina en el corazón de Estados Unidos. Quedaba dicha arena en medio de las propiedades de gente aficionada y se llenaba por medio de invitaciones particulares, ya que las corridas de toros, como es sabido, están prohibidas” en Estados Unidos.

(Continuará)

(AAB)