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De libros y discursos de odio
B

uenos Aires. Para los intelectuales argentinos fifí (por acá también se cuecen habas), el ministro de Cultura, Pablo Avelluto (1966), es un recio funcionario antipopulista. Con meritocrática displicencia, por ejemplo, el ministro respondió a los estudiantes y docentes que en la Feria Internacional del Libro le dieron las espaldas durante su participación en el acto de apertura: La libertad es para todos. Para los funcionarios con los que uno no está de acuerdo, y los ex funcionarios con los que uno puede estar de acuerdo. Pero luego tachó de militantes y sectarios a los miembros de la Fundación El Libro (organizadora de la feria), que decidió tomar distancia de la presentación de Crónica de una guerra negada, escrita por un militar condenado por delitos de lesa humanidad.

Avelluto se solidarizó entonces con el periodista Ceferino Reato, uno de los presentadores del libro del ex teniente coronel Jorge H. Di Pasquale, el asesino de Laura Carlotto (hija de la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo Estela de Carlotto). “Durante mis años como editor –aclaró– publiqué varios libros de Ceferino Reato… Mi solidaridad ante la injustificada descalificación de lo que fue objeto por parte de los responsables de la Feria del Libro”.

Reato alcanzó cierta popularidad por haber entrevistado al genocida Jorge Rafael Videla en prisión, y por “El show de la tragedia”, artículo en que afirmaba que la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner había montado un show el día del funeral de su esposo, generando una épica inolvidable, y cerrando el féretro para ser la protagonista principal y atraer toda la atención (Perfil, 12 de septiembre de 2017).

La defensa de Reato por parte de Avelluto, hizo que el ministro se ganara el apoyo de familiares de represores presos, que insisten con la idea de venganza junto con la posibilidad de una reconciliación con la sociedad y el consenso de lograr tener el perdón.

Cínico arquetipo del intelectual independiente y apolítico, Avelluto ha justificado el bombardeo sobre civiles en Plaza de Mayo en el año que cayó Perón (1955), ofendido a los hijos de desaparecidos durante la dictadura cívico-militar (1976-83), y propuesto el despido a maestros que realizaran protestas por sus salarios. Y en 2016, cuando asumió el cargo, lo primero que hizo fue cerrar el Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Manuel Dorrego, y desmantelar Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional.

En el caso de Dorrego, por presiones directas del diario La Nación (centenaria tribuna de terratenientes y grandes productores agropecuarios), y en el segundo porque a su juicio la noción de existencia de un pensamiento nacional sería muy propia del siglo XX. Por tanto, dio de baja docenas de programas (Café Cultura, Pueblos Indígenas, Plan Nacional de Promoción del Tango, etcétera), despidió a 500 empleados (decisión espantosa, pero necesaria, dijo), y designó a su novia para coordinar el área de Comunicación del ministerio.

Durante la gestión de Avelluto, Argentina padeció dos años consecutivos de desplomes en el consumo de libros, descensos en las ventas de 40 por ciento en el primer año, y 25 por ciento en 2017. Pero como nada es perfecto, el ministro fue imputado por defraudación contra el Estado, al ordenar contratos millonarios que se destinaron a beneficiar a artistas amigos y familiares directos de funcionarios, entre ellas una sobrina de Macri y la propia esposa del presidente, Juliana Awada.

En esa línea, Avelluto calificó de poco pluralistas a los organizadores de la presentación del libro Sinceramente, de Cristina. Y con ese odio que con insuperable maestría expresan los que aseguran combatir el discurso del odio, comparó la obra de la ex presidenta con la del genocida Di Pasquale.

Un odio disparado por los 300 mil ejemplares y seis ediciones consecutivas de Sinceramente en menos de 15 días, y fenómeno editorial que para Ana María Carbabo, presidenta de la Fundación El Libro, fue como ver reactivada la cultura argentina en términos simbólicos.

Un odio que, quizá, logre algún día ser conjurado por las palabras de Cristina el día de su presentación, al decir que la experiencia de escribir un libro es impresionante, porque te permite llegar a la palabra justa.