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El estante de lo insólito

Patricia Highsmith. Perturbaciones de la escritura

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¿No es más seguro, incluso más prudente, creer que la vida carece por completo de sentido?.

Patricia Highsmith. El Diario de Edith.

S

i la experiencia de vida puede proyectarse en el arte, y de qué forma, es parte de las permanentes manifestaciones de la crítica y la apreciación artística de las obras y sus creadores. Patricia Highsmith supo en edad temprana que lo que la gente dice es, aun en las expresiones más ligeras, declaración de lo que la vida ha formado con esa persona. Muchas veces, aún con el rubor de no saberse ubicado debidamente en el nivel social, los intereses adecuados, los deseos eróticos, el ansia de éxito o las escabrosas e hipnóticas llamaradas del crimen. Cada quien es su historia, pero la mayoría de las veces es una historia de fachada, la que esconde secretos oscuros, por hechos o deseos, donde la mente puede confundirse. Para protegernos mentimos, inventamos, hacemos. No siempre lo mejor, ni siquiera lo bueno. Pero si eso es lo malo, entonces, ¿qué es lo bueno? Sus personajes piensan mucho, se hablan, condicionan su propio actuar. La escritora tejana se entendía (sus dudas, su homosexualidad, su forma de contar el mundo), pero hizo que sus personajes se comprendieran antes de existir. Entregó literatura maestra y personajes trascendentes. Se supo grande, pero no cambió, ni su trago, ni su cigarro, ni su estilo, ni la sonrisa por saberse La Dama del Crimen.

Las millas que dan historias

Graduada en literatura inglesa por Barnard College en 1942, Patricia había arrancado su vocación desde los 16 años. No con escritura profesional, no revisando galeras, no en vínculo contractual con editores, sino descargando ideas en cuadernos. Una descripción, una pregunta, un pensamiento, una escena, un diálogo, un personaje, un rasgo, lo que fuera que valiera la pena retener. ¿Para qué? No lo sabía, pero los eventos y los personajes estaban ahí para ser descritos y reconstruidos. La construcción literaria con las herramientas académicas y la experiencia lectora (leyó siempre, desde que era una niña escapada de confrontar a su madre, con quien nunca se entendió, y sin padre al que abrazar o con el que pelearse) serían el futuro, pero esa captura del mundo era mucho más que un cuaderno de notas. Esas ideas podían no ser consulta del futuro, pero sin duda fortalecieron su conocimiento para convertirse en una escritora y moldear un estilo.

Pero fue fundamental completar la visión de las cosas desde la óptica de los terrenos ajenos y la perspectiva que da el paso por la carretera. La escritora pasó unos meses en México, donde hizo sus primeros cuentos, como después estaría en Inglaterra o Suiza. Esas fueron estancias de otra experiencia, muy distinta de los vuelos para presentaciones fugaces, alguna firma de libros, algún trago en la noche de alguna parte. De ahí es que sus personajes cambian de ciudad, tengan la maleta a la mano o se revelen a su suerte mientras se toma una embarcación o se toma un andamio con pasaporte en la otra mano.

Highsmith y Hitchcock, crimen y suspenso

Su primera novela se editó en 1950 y es un clásico literario, fílmico y apoyo en cátedra para enseñanza literaria, se llama Extraños en un tren. Los viajeros desconocidos Bruno y Guy quedan circunstancialmente preparados para analizarse y contar su vida. Con el desprendimiento emocional de contarlo como a un espejo, no por ser similares, sino porque es un desahogo que no debe tener réplica. Son viajeros hasta llegar a destino y no volverán a verse. No habrá compromiso implícito en cualquier indiscreción o, más aún, confesión personal. Su vida no es fácil y cargan mayor peso que cualquier equipaje que se transporte. Embarazo de malquerida esposa, delirio por control de la homosexualidad encerrada, deseos de liberarse, de matar.

Nada puede dar más miedo que los pensamientos. La mente que no se controla nos dice que la comida nos hará daño, que las escaleras aguardan nuestro tropiezo, que la persona que nos mira con ternura tiene un plan siniestro, que ese golpe tendrá consecuencias, que estamos próximos a la muerte… o a matar. Ambos tienen problemas personales de los que pueden echar a perder la vida de cualquiera. No tienen agallas para hacer algo drástico que les favorezca a cualquier costo, pero quizás este nuevo camarada sea capaz. Después de todo (gran trampa de los criminales y eje importantísimo en muchas novelas de suspenso), nadie lo sabrá.

Algo que no parecía propio de esos dos caballeros se transforma. Bruno lo piensa con macabra claridad: Se apoderó de él una sensación de tener algo concreto que hacer. Era una sensación irresistible, extraña y dulce a un tiempo. El solo hecho de mirar por la ventanilla le permitía notar que entre su mente y sus ojos había una coordinación desconocida hasta entonces. Empezó a tener conciencia de lo que se proponía. Se dirigía a cometer un asesinato que no sólo iba a satisfacer un deseo ya viejo, sino que, además, beneficiaría a un amigo suyo.

La maestría de la novela en una escritora debutante marcan a Patricia Highsmith y su futuro literario. Hay miles de seguidores que sólo han leído Extraños en un tren, una y otra vez. El libro es notable, pero el interés del cineasta Alfred Hitchcock por llevarlo al cine lo vuelve mítico. La película es producida en 1951 y uno de los que mete mano en el guion es el mismísimo escritor de la novela negra Raymond Chandler. Farley Granger fue Guy, mientras Robert Walker fue Bruno.

La película tuvo una versión en la que los personajes eran mujeres (Extrañas en un tren, de Tommy Lee Wallace, 1996), con Jacqueline Bisset y Theresa Rusell en los protagónicos. Además de las adaptaciones cinematográficas, la novela ha sido llevada al teatro en muchos idiomas por compañías escénicas de todo el mundo, así como existen distintas versiones fílmicas de las novelas.

Ripley nunca en peligro

El personaje más popular de Patricia Highsmith es Tom Ripley, voraz personaje capaz de mimetizarse a la atmósfera necesaria para alcanzar sus propósitos de supervivencia. Refinado amo de la estafa, Ripley posee una inteligencia superior para hacer que sus víctimas se sientan identificadas con sus conceptos del mundo, que pueden ser tan variados y variables como el caso necesite, dependiendo de si está con gente de alta sociedad o marineros comunes. Ripley hace lo que quiere, se queda con la identidad del sacrificable al paso, cambia de apariencia y, como gran maestro del escape, es capaz de botar todo en un instante, lo que se va complicando cuando sus logros lo colocan en la pirámide ascendente de los ganadores del jet set, donde se vuelve un personaje visible. No es un asesino per se, pero al asesino lo determinan las circunstancias. Lo sabe, lo entiende y lo ejecuta. Sin culpas, porque es lo correcto de hacer. Como explica el escritor Enrique Serna (texto Patricia Highsmith: el crimen como estilo de vida): en las narraciones de Patricia Highsmith no hay nada que se parezca a un genio del mal. La mayoría de los asesinos tienen la conciencia tranquila, pues han llegado a confundir el bien para sí mismos con el bien absoluto, y al momento de matar ejercen un derecho que se deriva naturalmente de su nobleza.

Cinco novelas condensan la vida de Tom con El talento de Mr. Ripley (vuelto filme de Anthony Minghella en 1999, con Matt Damon en el protagónico), La máscara de Ripley, El juego de Ripley (también conocida como El amigo americano, de la que el realizador alemán Wim Wenders hizo un gran largometraje en 1977, con Dennis Hoper como Ripley), Tras los pasos de Ripley y Ripley en peligro. Todo lo que se dice en boca de los personajes de la autora tuvieron reflexiones en todas las direcciones, como los movimientos anticipados del ajedrecista. Patricia sabe lo que viene no sólo por inventiva o raciocinio, sino porque del imposible y del absurdo también se atiende la cordura de los espacios y los personajes. No hay pastelazos para engañar con un susto cualquiera. Bien lo apuntaba Sergio Pitol en el ensayo Patricia Highsmith sueña un sueño (parte del libro La casa de la tribu; Edit. Fondo de Cultura Económica, 2006).

Los personajes distan mucho de ser los sepulcros blanqueados de la novela clásica inglesa; sus armarios (salvo los del ubicuo Ripley, uno de sus héroes favoritos) no ocultan esqueletos de ninguna especie. Su problema es mucho más grave, por difuso, por impreciso. Bien a bien ellos mismos no saben quiénes son, qué son. Avanzan paulatinamente, de esa vaguedad parecida al duermevela a los sueños más densos. Su ruptura con el mundo se amplía y agudiza paso a paso hacia desembocar en soluciones por lo general espeluznantes.

El Diario de Edith

Menos conocida por ser aparentemente diferente de otros relatos, la novela El Diario de Edith congrega todos los temas de la autora como un despliegue analítico de todas las fuerzas que construyen su obra. En ella, Edith escribe todo lo que siente y piensa sin destinatario (ni ella misma) más allá del desahogo; como los cuadernos de Patricia Highsmith. Ruptura familiar, niño descolocado, miedo del futuro, perplejidad ante manifestaciones oscuras, el arrojo de ser drástico en lo que no parecía naturaleza del personaje, quien también piensa desde la izquierda y contra el poder (la autora se distinguió por eso)… todo está ahí. Edith teme sobre todo porque su hijo inadaptado, Cliffie, muestra un espíritu oscuro, malo, algo que no es excusa de una travesura o un rato de mal humor. Aficionado o no al género policiaco o al suspenso, ningún lector debe dejar de leer a esta brillante escritora.