Opinión
Ver día anteriorViernes 3 de mayo de 2019Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Ucrania
M

entiría si diría que las pasadas elecciones en Ucrania –y el triunfo de un outsider, actor y comediante Volodomyr Zelenski, un rotundo ‘no’ al establishment post-Maidan que igual parece un simple reacomodo inter-oligárquico (bit.ly/2PwJuHh)– me electrizaron de algún modo especial.

Las elecciones –cualquieras– dejaron de hacerlo ya hace tiempo.

No obstante me electrizó –bastante– la manera en que su resultado electrizó a otros.

Anshel Pfeffer, el periodista del Haaretz telaviveño y autor de una excelente biografía de Benjamin Netanyahu (Bibi, 2018) –que también acaba de triunfar en los comicios– abrazó, apuntando a sus raíces judías, a Zelenski como un exitoso intento de destoxificar al nacionalismo ucraniano y dejar atrás su legado antisemita.

Remarcando bien que históricamente los judíos de la Ucrania occidental se consideraban polacos y los de la oriental rusos –siendo aquellas regiones parte de Polonia y Rusia respectivamente y el nacionalismo ucraniano siempre más étnico y excluyente: no había tal cosa como judíos ucranianos– insistió que “llegó el tiempo para los judíos [cuyos ancestros, como los suyos, venían de allí, incluidos varios padres-fundadores de Israel] a abrazar nuestra ‘identidad ucraniana’” (bit.ly/2J1x9tl).

Un llamado bien audaz, dada la complicada –digámoslo así– relación entre Ucrania y sus judíos.

Pensando en esto me acordé del viejo Uri Avnery que escribiendo sobre este país eternamente al margen –Ucrania literalmente quiere decir en el borde– y a la vez en el centro de la historia, ironizaba que al tener la razón Arthur Koestler (The thirteenth tribe, 1976) o Shlomo Sand (The invention of the jewish people, 2008) –que los judíos askenazis son descendientes de los jázaros, un pueblo túrquico que en el siglo VIII aceptó el judaísmo, cuyo imperio abarcaba buena parte de la Ucrania de hoy y no de los antiguos israelitas– todos seríamos ucranianos (bit.ly/2Py4pd3).

Pero entiendo que no era el punto que quería hacer Pfeffer.

Sin embargo el recordar de sus abuelos de Buczacz, me hizo pensar en mi propia abuela y bisabuelos alemano-polacos (sí, en este orden) de Lwów y Drohobycz, que –si ya estábamos en los de las identidades– igual que los suyos a pesar de orígenes diferentes se sentían a la vez polacos y galitzianers (de Galitzia, provincia de Austria-Hungría creada al absorber estos terrenos en el siglo XVIII y que era como mis ancestros llegaron allá).

Todo electrizado, rebobiné (Fast Rewind) la historia hasta los tiempos de la Mancomunidad Polaco-Lituana cuando la szlachta [nobleza] polaca poseedora de vastos latifundios en Ucrania –una colonia de facto– viviendo de la explotación de campesinos rutenos, empleaba masivamente a judíos como arrendatarios. Su posición de agentes de la opresión propició la fusión del antisemitismo e independentismo.

Así hetman Bogdán Jmelnitski, el padre de la nación que lideró un exitoso levantamiento popular en contra de Polonia (1648) y formó un proto-Estado ucraniano, –sólo para... entregárselo luego a Rusia– pasó a la historia también como uno de los peores judeocidas masacrando en el proceso a unos 100 mil judíos polacos (C. M. Tatz, With intent to destroy: reflections on genocide, Verso 2003, p. 146).

Luego pasé (Fast Forward) por los escombros de la Primera Guerra y las fallidas esperanzas por la Ucrania independiente, primero en guerra y luego de la mano con Polonia –Petliura: ¡otro pogromista! (bit.ly/2GTZYq4)–, los años 20-30 y otro tanto de gobierno semi-colonial polaco en oeste, las políticas de tierra arrasada de Stalin en este (holodomor), la Segunda Guerra, la alianza de nacionalistas ucranianos – banderovtsy (OUN/UPA)– con Hitler y su ardiente participación en el Holocausto (Babi Yar et al.), las limpiezas étnicas de polacos y otros elementos no-ucranianos (Wołyń/Galitzia), fin de guerra, otra ola de represiones estalinistas, el periodo soviético, colapso de la URSS, independencia, Maidan y conflicto armado con Rusia con trasfondo del eterno eje Este-Oeste.

Detengámonos aquí (Pause). Si hay algo hasta ahora que destacar de Zelenski –y ya que, como se ha dicho, estábamos en lo de las identidades– es esto: unir a Ucrania.

Por años sus élites oscilaban entre dos modelos culturales opuestos anclados geográficamente en dos mitades del país: los ucraniano-hablantes/patriotas/pro-europeos vs. “los ruso-hablantes/‘post-soviets’/pro-moscovitas”. Zelenski –un judío ruso-hablante– ofreció la tercera vía, demostrando que uno puede sentirse ucraniano y hablar en ruso, añorar por época soviética y mirar más a Europa que Moscú (bit.ly/2IRfgOJ).

Pero para que todo no sea tan simple, Zelenski también hizo algo: llamó a Stepán Bandera el héroe innegable.

Lo hizo durante la campaña (lo que igual podría explicar algo...), pero su ensalzamiento de este colaboracionista nazi (bit.ly/1XL6PS6) y la archi-encarnación del legado antisemita del nacionalismo ucraniano que veía la Segunda Guerra como “un ‘proceso de purificación’ y ‘oportunidad’ para deshacerse de todas las minorías” (lo que efectivamente hacían sus tropas) y figura alrededor de la cual el régimen anterior de Petro Poroshenko construyó toda su narrativa histórica glorificándolo y blanqueándolo es... desconcertante.

¿Nueva detoxificacón? Parece indistinguible del viejo lavado.

* Periodista polaco

Twitter: @MaciekWizz