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Hay órdenes de ya no dejarnos salir de Chiapas: migrantes
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Periódico La Jornada
Jueves 25 de abril de 2019, p. 9

Arriaga, Chis., Detrás de la línea de sombra, siempre, más de un centenar de personas se aprestan, con la lentitud del caso, a saltar para los vagones ante la salida próxima del tren. Hay versiones de que serán interceptados pronto por agentes del Instituto Nacional de Migración (INM). Que ya no los dejarán salir de Chiapas. Arriaga es la última estación ferroviaria en la entidad, antes de Tapanatepec, Oaxaca. Dadas las nuevas circunstancias, La Bestia ya no es el medio para salir de Chiapas. Pero la gente insiste.

Lo que sucede estos días es algo nunca antes visto, dice abrumado Carlos López Villalobos, responsable de la Casa del Migrante Hogar de la Misericordia, que desde hace 12 años recibe y atiende a los centroamericanos en tránsito. Afuera, bajo una Guadalupana pintada en el muro, guarecidos tras la línea de la sombra, decenas de hondureños y salvadoreños esperan. No nos reciben, se queja uno. López Villalobos explica que hay un reglamento y que lo tienen que cumplir. Esos afuera no sé qué esperan. Aquí los recibimos un día y una noche, comen los tres tiempos, y se van. Antes eran tres días, luego dos, pero ya no nos damos abasto. Los que están aquí afuera saben que no los podemos atender.

Un río de gente. Parece fácil decirlo. Continuo, con crecidas inesperadas y una corriente sostenida. Son centenares en todas partes, y miles en ciertos puntos, como Tapachula y Mapastepec. En los altos del camino, los migrantes buscan ponerse detrás de la línea de sombra. Es donde hablan, donde cuentan su historia, la versión que prefieren de ella.

De Mapastepec en adelante avanzan pequeños grupos. La caravana está deshilvanada, pero de alguna manera sigue. La presencia de menores, de bebés en adelante, es conmovedora. No he visto llorar a ninguno, y ya los vi correr, trepar de propia mano a La Bestia con sus cuatro o cinco años, los vi comer, jugar, mirar con susto, esconderse detrás de su mamá o su papá cuando estos se esconden de sus perseguidores.

O esa muchachita, si acaso de 13 años, en su camiseta breve se lee Knock Out y deja asomar una barriga redonda, casi infantil: un embarazo de varios meses. Al pie del tren, lista a trepar cuando la locomotora se enganche.

Extrañan el Seguro Popular

Según la joven doctora que atiende un módulo de la Secretaría de Salud en el atrio de la parroquia de Tonalá, el principal padecimiento de los migrantes son ampollas y llagas en los pies. Luego las infecciones intestinales y respiratorias. El responsable del hogar en Arriaga añade heridas en las piernas, desgarres musculares y picaduras de unas hormigas muy agresivas que viven en estos cerros a los que las familias y los grupos corren a ocultarse cuando les cae la migra, o antes de los puestos de control.

López Villalobos lamenta, decepcionado, la falta de apoyo gubernamental. Cuando había Seguro Popular, podíamos ofrecer atención médica, pero ya no hay médicos ni presupuesto. Los alimentos vienen de los pocos cristianos que todavía les importa. Algunos comerciantes del mercado central les regalan productos sobrantes. Pero no alcanza.

Un ciudadano nicaragüense, procedente de Granada, se dice perseguido por el gobierno de Daniel Ortega. Quemaron mi casa, perdí mi trabajo, estuve preso después de las protestas, no me puedo quedar allá. Se junta con un grupo de seis jóvenes de La Paz, El Salvador. Huyen de La Mara. ¿No que ya la controló el gobierno?, se les pregunta. ¿Qué?, expresa uno, robusto y simpático. “Quién controla es al revés. La Mara no te deja trabajar, a lo que te dediques te cobra derecho de paso, derecho de piso. No hay manera de ganar dinero”. Las historias se repiten, se parecen. Estuvimos empacando hielo aquí en Arriaga. Nos pagaban ¡un peso! por bolsa. Y luego nos corrieron. Estamos esperando para poder irnos. ¿Y qué esperan? Pues eso, poder hacerlo.

En la estación de Arriaga un hombre de Copán, Honduras, cuenta que ya hizo el viaje antes. “Lo que sé es que necesito salir de Chiapas. Es el peor lugar de aquí a Estados Unidos, en Centroamérica tiene mala fama. El paso más peligroso donde la gente no nos quiere, pero nos cobran carísimo cualquier cosa. La persecución de la migra es feroz, y los asaltos en el monte”.

Otro procede del campamento de Mapastepec, donde estuvo hasta ayer, pero con las muy televisadas detenciones en Pijijiapan, decidió abandonar la presunta protección de asentamiento que tenía 3 mil personas y hoy menos de la mitad ante los rumores, el pánico y la certeza de no ser bien recibidos. Para colmo, según comentan otros periodistas, “los grupos están muy infiltrados. Mucho oreja del gobierno”.

Así, familias enteras, personas con muletas, o heridos avanzan al norte, no conocen otro punto de la brújula. Un 80 por ciento son hondureños, estima la Casa Hogar, que lleva un cuidadoso registro de sus huéspedes. Son ellos los grupos grandes y las familias. Sí, los más abundantes e identificables, los más desesperados.