Sociedad y Justicia
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Rectores abrazan demandas estudiantiles

Notorios efectos en la UNAM a 20 años de la huelga contra las cuotas
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▲ Para acabar con la huelga estudiantil, en febrero de 2000 la Policía Federal Preventiva tomó las instalaciones universitarias.Foto Francisco Olvera
 
Periódico La Jornada
Sábado 20 de abril de 2019, p. 25

Hoy se cumplen 20 años del inicio de la huelga estudiantil de 1999-2000 en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la más larga de su historia, con una duración de casi 10 meses, y cuyos efectos aún son notorios.

El más relevante es que continúa el cobro de 20 centavos por inscripción aprobado en 1966 para estudiantes de bachillerato y licenciatura, y que luego del fracaso del proyecto del rector Francisco Barnés de Castro, que en 1999 propuso aumentar ese pago y establecer colegiaturas, los siguientes tres rectores asumieron como una convicción la negativa al cobro de cuotas y abrazaron la exigencia estudiantil de que el financiamiento de la educación superior es una obligación del Estado.

En medio de esto, subsiste la polarización entre los universitarios por la situación del auditorio Che Guevara de la Facultad de Filosofía y Letras, que permanece tomado desde septiembre de 2000 por grupos que se reivindican como estudiantiles y rebeldes, pero que para diversos universitarios no tienen ninguna relación con los alumnos.

En la memoria de los universitarios está el recuerdo del movimiento como una victoria estudiantil derivada de su organización sin líderes y de una fuerte defensa de la educación pública, pero no se olvidan los episodios violentos que dejaron fracturas políticas y de convivencia en la comunidad.

La movilización coordinada por el Consejo General de Huelga (CGH) inició cinco semanas después de que el 15 de marzo fueron aprobadas las reformas del rector, y tras meses de exigir diálogo a las autoridades universitarias, logró revertir las reformas. La huelga fue disuelta el 6 de febrero de 2000 con el ingreso de la Policía Federal Preventiva a Ciudad Universitaria (CU) por órdenes expresas del presidente Ernesto Zedillo. A las casi mil detenciones de estudiantes de ese día y de los previos, le siguieron protestas por su liberación y la paulatina reactivación de la vida académica.

Pese a que desde entonces los rectores reivindican la demanda estudiantil de no cobrar cuotas, en la UNAM, al menos de forma institucional, se habla poco de esa huelga. Incluso, en la cronología histórica que la casa de estudios tiene en su página de Internet, simplemente no se le menciona.

Este movimiento no ha podido ser integrado a la narrativa que la universidad tiene de sí misma, lamenta Alejandro González Ledes-ma, representante del bachillerato en el CGH en 1999 y ahora académico del Departamento de Investigaciones Educativas del Centro de Investigación y Estudios Avanzados.

Marcela Meneses Reyes, que participó en la huelga como alumna de la Facultad de Estudios Superiores Acatlán, dice que la gran victoria fue frenar las cuotas, pero que no se consiguió revertir la lógica neoliberal que lo impulsó.

Para la ahora académica del Instituto de Investigaciones Sociales, en la victoria del CGH hubo violencia, pero tanta como hay en el neoliberalismo. Para oponerse a una fuerza tal, quizás echamos mano de formas de resistencia y organización que lastimaron a la universidad.

Esa huelga, observa, hoy es un tabú para la universidad que pesa como todo secreto de familia. Se ha generado un ambiente de negación del pasado, pero no abrirlo puede resultar muy costoso.

Denisse Cejudo Ramos, académica del Instituto de Investigaciones Sobre la Universidad y la Educación, considera que la huelga fue un trauma. En la visión oficial se ha planteado que no debe repetirse. Es un movimiento que no gustaporque también mostró la cara autoritaria de la rectoría y su incapacidad para dialogar.

Para los investigadores las causas de fondo de la huelga del 99 siguen presentes en la UNAM a través de su estructura vertical en la toma de decisiones. La demanda de apertura a la participación estudiantil ha sido retomada por los más recientes movimientos, como el de septiembre pasado tras el ataque de porros a alumnos de bachillerato en CU.

Meneses Reyes apunta que aún se requiere discutir cómo hacer para que los estudiantes tengan canales para ser escuchados.

Las soluciones a muchos problemas de la universidad, concluye González Ledesma, están en la participación de la comunidad.