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American curios

El mensaje y el mensajero

E

l régimen encabezado por alguien que tiene entre sus consignas que los medios son enemigos del pueblo acaba de proceder penalmente contra Julian Assange, director fundador de Wikileaks. Este es un ataque contra todos los que ejercemos este oficio en el mundo (incluidos los que trabajamos en este periódico), pero también para cualquiera que considera que el pueblo tiene derecho de saber lo que los gobiernos hacen en sus nombres.

Noam Chomsky opinó que el arresto de Assange es escandaloso por la aparente colusión entre gobiernos –Estados Unidos, Inglaterra, Ecuador y Suecia, en este caso– para “silenciar a un periodista que estaba produciendo material que la gente en el poder no deseaba compartir con las multitudes… Wikileaks estaba revelando cosas que la gente debería saber sobre los que están en el poder. A los que están en el poder no les gusta eso, por lo tanto, lo tienen que silenciar… es un escándalo que ocurre una y otra vez”. También es escandaloso, comentó en un foro en Boston moderado por Democracy Now, que una vez más se demostró el alcance extraterritorial de Estados Unidos para controlar lo que otros están haciendo en otras partes del mundo, eso es espantoso (vale recordar que Assange no es estadunidense, sino australiano).

“Assange cometió los pecados imperdonables de avergonzar al establishment… Y ahora será castigado por nuestros pecados”, argumentó Jonathan Turley, profesor de leyes en la Universidad George Washington en un artículo publicado en USA Today.

Sin embargo, Assange es detestado por buena parte de los políticos demócratas que uno supondría defenderían la libertad de prensa. No perdonan que Wikileaks haya divulgado miles de correos electrónicos del Comité Nacional Demócrata durante la contienda presidencial de 2016 y que según ellos dañó la candidatura de Hillary Clinton (ella mismo declaró hace un par de días que Assange debe enfrentar lo que se merece).

Neera Tanden, directora del Center for American Progress, un think tank encabezado por clintonistas, acusó en un tuit que Assange fue el agente de un Estado proto-fascista, Rusia, para minar la democracia. Ese es comportamiento fascista. Todos en la izquierda deberían de repudiar lo que hizo, no celebrarlo. No mencionó que lo que fue revelado fue que Clinton y su equipo mintieron al público y sus trampas contra la campaña de Bernie Sanders para asegurar su nominación como candidata.

Otros liberales y demasiados periodistas justificaron el no defender a Assange con el argumento de que los cargos presentados por el Departamento de Justicia no tienen que ver con el ejercicio periodístico y/o que él no es periodista. Otros expresaron su antipatía contra el personaje por su megalomanía, su arrogancia o hasta por su comportamiento personal.

Pero como señala Alan Rusbridger, el ex editor ejecutivo de The Guardian, quien colaboró con Assange (y con quien se acabó peleando), publicar los archivos secretos oficiales obtenidos por Chelsea Manning y entregados a Wikileaks, no es el punto. En un artículo publicado en el Washington Post argumentó que “las leyes que protegen la libertad de expresión no deberían depender de la simpatía, salud mental o higiene personal de aquellos que están en la línea de fuego… aquí se tiene que considerar las implicaciones para la libertad de expresión”. Concluyó: “si creemos que la luz del día es una condición necesaria para la democracia…entonces la defensa de reporteros de investigación, a pesar de qué tan difíciles y hasta equivocados podrán estar, es importante”.

Por ahora, los responsables de violaciones a los derechos humanos, engaños y atentados contra las libertades civiles no han enfrentado la justicia, mientras Manning, Edward Snowden, Daniel Ellsberg, junto con periodistas (incluido el proyecto de Wikileaks) que entregaron los mensajes sobre todo esto al público son criminalizados y declarados enemigos del pueblo. Ese es un truco antiguo, culpar al mensajero para intentar anular el mensaje.