Política
Ver día anteriorDomingo 14 de abril de 2019Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Mar de Historias

Cero pesos

L

a puerta de la Oficina de Aclaraciones aún está cerrada. Se escuchan protestas entre los hombres y mujeres que, formados, esperan el momento de ser atendidos. Samuel, último en la fila, al ver a tantas personas que lo anteceden calcula que tardará por lo menos dos horas en llegar a la ventanilla única y otras tantas en volver a su casa.

Lo siente por Otilia. Sus demoras, por mínimas que sean, siempre la inquietan. Cuando al fin lo ve de regreso al cuarto que alquilan en un viejo edificio de Boturini, lo recibe como si volviera de un viaje al fin del mundo y da gracias a Dios de que su esposo no haya sufrido ninguno de los percances que imaginó. Después, no falta el reproche: él sabe cuánto la preocupan sus tardanzas ¿por qué no la llamó? Hoy la pregunta será inútil, conoce el motivo: hace más de una semana que su celular no tiene crédito.

II

La fila de solicitantes llega hasta la esquina. Samuel consulta su reloj. Lleva más de una hora esperando y no ve indicios de que la Oficina de Aclaraciones vaya a abrir. ¿Será que hoy no trabajen?, le pregunta la mujer que va detrás y se apoya en una andadera. No es día festivo. Entonces, ¿sí cree que van a abrir? Eso espero. ¿Qué más puedo decirle?

Deseoso de poner fin a la conversación, Samuel mira hacia el frente con gesto explorador, pero la desconocida continúa la charla: Si no fuera porque me urge mucho saber cuándo nos van a depositar el dinero en la tarjeta, me iría, pero no puedo. Si ya hice el gastito de los pasajes para venir, pues que no sea en balde.

Samuel le da la razón y saca del bolsillo el periódico que le obsequiaron en un crucero. En el tabloide abundan fotos de modelos sonrientes, ofertas y promociones: Compre hoy, empiece a pagar dentro de seis meses O sea, en octubre, piensa y lo asalta una pregunta morbosa: ¿Estaré vivo para entonces?

La mujer de la andadera, infatigable, lo aborda de nuevo y mira hacia la puerta cerrada: Señor: ¿usted cree que si toco me dejen pasar al sanitario? Samuel, incómodo por la pregunta, no responde, pero ella sigue adelante: Voy a ir a ver. Por mientras ¿cuida mi lugarcito? Él asiente. Al verla desplazarse con dificultad, piensa desde dónde habrá venido. En sus condiciones recorrer aun distancias cortas debe significarle un gran esfuerzo.

La idea, que le despierta respeto y admiración hacia la desconocida, lo lleva a darse cuenta de lo afortunados que son él y Otilia. Aunque sufran de muchas carencias, gozan de lo más importante: salud. Cuando ve reaparecer a la desconocida nota algo que antes no había visto: del manubrio de la andadera cuelga una bolsa de charol negro. Tal vez contenga un celular. Podría pedírselo prestado un minuto para comunicarse con Otilia y decirle que se va a tardar más de lo supuesto y que está bien. En tiempo-aire ¿cuánto pueden costar esas palabra? Cuando mucho, unas monedas... que él no tiene.

III

En agradecimiento porque le cuidó su lugar, la desconocida lo pone al tanto de la situación en el interior del edificio: “La ventanilla está cerrada. En la oficina, además del policía que me dejó pasar, no vi a nadie más. Imagino que los empleados estarán adentro. Sería bueno que saliera alguien para decirnos qué sucede, cuándo van a depositarnos. Me urge saberlo: se me acabaron las medicinas.

El año pasado mi hijo me las compraba, pero desde que perdió el trabajo no puede ayudarme”.

Eso le recuerda a Samuel que necesita ver a su hijo Mario y pedirle el dinero que le debe. Antes tiene que comunicarse con su mujer y, por el momento, sólo hay una forma de hacerlo: recurrir a su vecina en la fila. Recordé que tengo un compromiso y debo reportarme. ¿Podría prestarme su celular. Si lo tuviera, con mucho gusto, pero me lo robaron, y a que no se imagina dónde: en la puerta del dispensario, y eso que lo atienden monjitas.

Samuel no entiende qué relación puede haber entre una cosa y otra, pero se abstiene de aclaraciones y vuelve a consultar el reloj.

El administrador del edificio anunció su visita para la una de la tarde. Sabe lo nerviosa que se pondrá Otilia cuando lo vea y tenga que decirle que aún no pueden pagarle las rentas atrasadas. Están en peligro de ser desalojados.

Antes de pasar por esa vergüenza hablará con Mario.

En diciembre tuvieron una discusión muy fuerte y desde entonces no ha tenido noticias suyas. No sabe cómo va a recibirlo, pero debe arriesgarse y pedirle que le devuelva el dinero que le prestó. Lo necesita mucho. Desde principios de año su tarjera está en ceros.

Él y Otilia han sobrevivido de milagro y con ayuda de los vecinos. No puede seguir así. Tiene deudas. Quiere pagarlas. Lo agobia pensar que a estas alturas de su vida dependa de una dádiva y de un hijo. Samuel guarda su periódico en el bolsillo y se vuelve hacia la mujer de la andadera: Esto va para largo. Me voy. ¿Puedo quedarme con su lugar? Sin necesidad de respuesta, dichosa por haber conseguido un avance en la fila, la mujer ocupa el espacio vacío.

IV

Perú, la calle donde vive Mario, no está lejos. Caminar hasta allá será un buen ejercicio y una medida obligada: Samuel no quiere gastar en transporte ni un centavo de los pesos que le quedan. Con eso tiene que sobrevivir hasta que pongan dinero en su tarjeta. ¿Cuándo será? Ha leído en el periódico que pronto. Para quienes están en el desamparo absoluto esa palabra –pronto– puede significar eternidad.

Le falta sólo media cuadra para llegar. Piensa qué hará si no encuentra a su hijo o si él se niega a pagarle. En este caso, para convencerlo y por más que le resulte humillante, le expondrá la gravedad de su situación. ¿Y si no le cree? Mejor no pensarlo. Samuel entra en la vecindad. El corredor hacia la escalera es muy estrecho y húmedo. Un albañil resana una grieta en la pared. Al pasar, Samuel se explica: Voy aquí nada más, al cuatro. Está desocupado. No, allí vive mi hijo. El trabajador, indiferente, sigue con su trabajo.

Sin motivos concretos, Samuel se siente burlado por Mario. No intentará saber más de él, aunque eso signifique perder su dinero. Quiere convencerse de que nunca lo tuvo, de que no lo necesita porque lo tiene todo: Otilia, un cuarto redondo, unos cuantos pesos en la bolsa y la esperanza de que le depositen dinero en su tarjeta. Pronto puede significar también eternidad.