Opinión
Ver día anteriorDomingo 14 de abril de 2019Ver día siguienteEdiciones anteriores
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No sólo de pan...

De testículos de los dioses

C

uando niña, oí decir que aguacate significaba testículo de los dioses e imaginé que aquello desconocido debía tener virtudes insospechadas para compararlo con el fruto aromático, de textura inigualable y sabores prodigiosos que un infante de mi época conocía bajo al menos cuatro o cinco variedades que, por cierto, mi madre solía llamar aguacatitos y esconderlos para irlos disfrutando parsimoniosamente

Entonces no sabía lo que pasaría con nuestro fruto emblemático, desde hace 40 años, cuando en París, puerta de entrada de Europa para todo lo exótico, se podía comprar un aguacate en el burguesísimo Fauchon por el equivalente de 5 dólares; luego, cuando hace 30 escaseaban los frutos mexicanos por la competencia con las paltas dulzonas de Brasil, las peruanas que solían ponerse negras por dentro con cualquier magulladura, y los aguacates cosechados en España e Israel, ninguno con gran éxito. Hasta que, en 1996, los asiáticos comenzaron a importar el Hass mexicano para distribuirlo en sus supermercados a precios accesibles, contribuyendo al éxito de A la Mexicaine, auténtico restaurante mexicano.

Porque también había el falso mexicano, alimentado por una importadora de productos USA que permitieron a comienzos del siglo XXI a una cocinera de la embajada de México servir un guacamole azuloso de sabor carbonatado hecho con polvos comprados en la bodega que también surtía a la infinitud de tex-mex del Viejo Continente. Mientras, a través del mundo, el aguacate Hass iba siendo adoptado por un sinnúmero de cocinas, con mayor o menor fortuna culinaria, como en Estados Unidos, donde no sólo nuestros connacionales, sino el american people multiétnico integró el guacamole a sus imprescindibles dips de la hora tv o como centro, junto con las bebidas, de las reuniones sociales.

Cuando hace un año el ex presidente presumió que México estaba en los primeros lugares de exportación de alimentos, aparte de la vergüenza sentida en el seno de un pueblo hambriento, sabíamos que se refería a los aguacates Hass, de cuya privación los de ultrafrontera norte se resentirían dramáticamente (como dicen ellos). Sin embargo, esto no debería preocuparnos porque, como casi todo mal trae su bien, un descenso forzado de la producción del Hass podría obligarnos a cambiar virtuosamente la apuesta de un monocultivo depredador forestal que requiere de glifosato para su explotación comercial, cuyas ganancias suscitan la ambición y violencia en Michoacán por policultivos que integren todas las variedades criollas de nuestros aguacates, salvando de la extinción los que se comen con la piel y cuyo perfume y sabor son emblemáticos de la especie. Porque, además, apostar a la producción campesina en general es conjurar un futuro de regresión socio-económica-política, como en Brasil, donde el mártir Inazio Lula da Silva cometió un error que no perdonó la historia: la distribución de recursos sin comprometer a las mayorías con certeza jurídica agraria para garantizar la autosuficiencia alimentaria y la soberanía del país.